Homilía del 7º Domingo del tiempo ordinario (Mt 5, 38-48)
«Que pesao, siempre con lo mismo…». ¿No han tenido nunca la sensación de que los curas siempre hablamos de lo mismo? Pues mucha gente se queja de eso. Parece que los curas sólo sabemos hablar de cuatro cosas: a) que hay que ser buenos, b) hay que rezar, c) hay que querer a todos, d) un tema particular a elegir por cada sacerdote (que cada uno tenemos nuestras manías). Creo que cuando nos sucede eso a los sacerdotes puede ser por dos razones (si encuentran alguna más díganmelo porfa). Una, porque improvisamos y echamos mano de lo primero que nos viene a la cabeza, que suele ser lo que más lleva uno dentro del corazón (y aquí cada uno somos un mundo). Dos, porque ese tema es muy importante y lo importante hay que repetirlo para que no se descuide. No entramos en cuál de las dos tiene más peso. Bueno, pues el Evangelio de este domingo nos saca un tema que sale varias veces al año en las lecturas de la misa. Eso si solo vienes el domingo, que si vienes a diario, santa costumbre, ya ni te cuento. Es un tema sobre el que Jesús habla en distintos momentos y un tema que vive en primera persona y da ejemplo. Pensemos que, al igual que los curas, cuando Jesús repite un tema, es por dos razones: porque lo lleva muy dentro del corazón y le sale con frecuencia y porque es un tema muy importante.
¿Cuál es ese super tema mega importante que el Señor tenía muy dentro del corazón? Ni más ni menos que el amor a los enemigos. Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen. Un mandamiento expreso de Jesús introducido con ejemplos de su propio cuño: al que te pegue en la mejilla derecha preséntale la otra, al que quiera quitarte la túnica dale también el manto.
Quizá es una de las cosas que más cuestan en la vida cristiana. Sabes que tienes que hacerlo, sabes que te lo pide el Señor, pero aunque te retuerzas por dentro no eres capaz porque estás muy dolido y de ninguna manera vas a hacerlo aunque te digan 50.000 veces que es tu obligación, que vas a ser más feliz, que será una liberación para ti, que el Señor te lo pide. Incluso te pueden decir que si no perdonas Dios no te perdona y que la condenación anda al acecho… tú no puedes y punto.
Sin embargo, hay personas que sí lo han hecho. Recuerdo el testimonio de un sacerdote albanés, el padre Antonio Luli. Es el de la foto con san Juan Pablo II. Así de un vistazo, lo metieron en la cárcel con 36 años durante el régimen ateo y comunista que gobernaba entonces Albania, y estuvo prisionero y en trabajos forzados hasta 1989, con un intervalo de 11 años de libertad entre 1954 y 1966. Quiero que nos demos cuenta de quién estamos hablando. Si has leído el testimonio ya estarás sobrecogido. Si no, piensa que estamos hablando de una persona que ha pasado casi casi la mayor parte de su vida en la cárcel. Es que cuando salió en libertad en 1989, con 80 años (murió a los 88), ni siquiera sus propios hermanos se creían que estaba vivo, lo habían dado por muerto. Pues este sacerdote, cuando tuvo la oportunidad de contar su experiencia, confesó que ya estando libre se encontró casualmente con uno de sus captores y que sintió interiormente una gran compasión por él y le soltó un abrazó. ¿No es fuerte?
Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen. Menuda manera de llevarlo a la realidad la del padre Luli. ¿Y nosotros? Quizá necesitemos un empujoncito para hacerlo. Dice Jesús al final del Evangelio de hoy: si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? Si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? Nos podemos preguntar: ¿cómo puede alguien perdonar a gente que le ha tenido en la cárcel toda su vida? Es algo que este testimonio seguro que nos ha cuestionado. Pero eso puede quedar un poco lejos de nuestra vida. Preguntémonos también: ¿cómo puedo amar a alguien que me ha dejado solo cuando le necesitaba? ¿cómo puedo querer a alguien que siempre me lanza pullas? ¿cómo puedo amar a alguien que me critica continuamente y que para él todo lo hago mal? ¿cómo puedo amar y perdonar a alguien que después de casarse conmigo o con mi hijo le abandona a él y a los hijos y sigue dando la lata por dinero, custodias, etc.? ¿cómo voy a rezar por alguien que ni siquiera ha ido al entierro de este familiar o que me ha quitado una parte de herencia que me correspondía o que me ha puesto la zancadilla para subir en el trabajo? ¿Cómo voy a rezar por este político que en cuanto lo veo en la tele se me revuelve el estómago? ¿Cómo amar al vecino tocanarices? ¿Cómo puedo perdonarme a mi mismo?
Muchas preguntas pueden surgir al hilo del mandamiento de hoy. Incluso si alguien no puede perdonarse a sí mismo… también: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, pues si amáis sólo a los que os aman, ¿qué premio tendréis? Imaginemos que nosotros estamos allí en esa montaña escuchando a Jesucristo decir todo esto. ¿Qué es lo que surge en mi interior? ¿Qué personas me vienen a la cabeza?
En el fondo se trata de imitar a Dios. Si amamos a nuestros enemigos… seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. ¿Cómo hacerlo? Pidamos la ayuda del Cielo para que este amor a los enemigos nos brote del corazón y sea el Espíritu de Dios quien nos haga capaces de perdonar de corazón y amar de verdad a quienes nos han hecho daño en nuestra vida. Busquemos un acompañante, un director o consejero espiritual, que nos escuche y nos ayude a ver y elegir la voluntad de Dios en nuestra vida y en este caso en particular. Por otro lado, yo me imagino a la Virgen pronunciando con su Hijo al pie de la cruz aquellas palabras: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen. Y eso me impulsa interiormente también a perdonar a la gente que a mi me viene a la cabeza al hacer esta meditación.
Muchas gracias por esta reflexión tan importante y profunda. Nos recuerda que todo lo que ocurre en el mundo material tiene su razón de ser… Y tal vez, si vemos a nuestros «enemigos» con la perspectiva de tiempo, nos daremos cuenta de la importancia que tuvieron en nuestra vida, dándonos grandes lecciones, entrenándonos, mostrando rasgos ocultos de nuestra personalidad que había que cambiar o poniendo de relieve las múltiples facetas de la Verdad. Gracias a ellos podemos a darnos cuenta que todo lo que sucede en nuestra vida es causal y nunca casual. Todo forma parte de lilas (juegos) de Dios. Y de que Dios nunca es hostil hacia nosotros y nunca nos pone un enemigo en nuestro camino al que no podamos «vencer», transcendiendo a nuestros amigos internos y elevando nuestra consciencia.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Gracias Irina! Poco a poco vamos comprendiendo mejor la voluntad de Dios sobre nosotros y asumiéndola en nuestra vida. Él nos envía su gracia divina para ayudarnos
Me gustaMe gusta