Homilía del 8º Domingo del Tiempo ordinario (Mt 6, 24-34)
Me hace mucha gracia un refrán que dice «habiendo prisa, primero el dinero y después la misa». No sé por qué, pero cuando lo oigo me entra la risa floja. Está claro que la vida es cuestión de prioridades, ¿verdad?
El Evangelio de hoy nos impulsa precisamente a hacer lo contrario de lo que dice el refrán: No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o pensando con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad sobre todo el Reino de Dios y su justicia. y todo eso se os dará por añadidura. Vamos, que «habiendo prisa, después el dinero y primero la misa». Eso sí, no me entendáis mal, ni por dinero entiendo sólo la moneda y el billete, sino los bienes materiales en general, ni por misa quiero decir sólo la celebración litúrgica de oír misa todos los domingos y fiestas de guardar, sino todo el conjunto de valores, actitudes y obras a nivel humano y espiritual que hacen más profunda nuestra vida. La vida es cuestión de prioridades y nuestras fuerzas son limitadas, por tanto nos conviene saber a qué dedicarlas.
Quiero poner un ejemplo. Hace años conocí a una chica bastante joven con dos hijos. Madre soltera. Una chica normal y corriente. El caso es que cuando yo me la encontré tenía un negocio que iba bastante mal (debía varios meses de alquiler). La cosa se estaba complicando mucho hasta el punto que ya no sabía de dónde sacar para comer ni ella ni sus hijos. En esta situación un… vamos a llamarle «vecino» (un poco mayorcito), le dijo que él no tenía inconveniente en ayudarle a cambio de ciertos favores. ¿Qué tipo de favores? Favores sexuales.
Os puedo decir que esta chica estaba tan desesperada que realmente contemplaba aceptar esa proposición. En su mente, por un momento, aparecía como único modo de poder salir adelante. Y también, no vamos a esconderlo, porque en su corazón se sentía tan abandonada, incluso de Dios, que veía con buenos ojos perder su dignidad como mujer a cambio de dinero. Cierto es que en el fondo estaba triste. Gracias a ese señor seguramente podría comprar a sus hijos todo lo que como madre le encantaría poder ofrecerles. Pero en el fondo sabía que era mucho más lo que perdía que lo que ganaba. Y por eso acudió a la Iglesia. Confiaba en que la Iglesia le alentase a escapar de esa tentación. No pidió dinero ni comida ni ayuda con los atrasos. Ni siquiera pañales o algo para sus niños. No pidió nada material. Sólo quería aliento y esperanza.
La Palabra de Dios de este domingo es una invitación a dos cosas:
1º Que no perdamos la cabeza. El dinero y todo lo que llamamos «bienes materiales» son necesarios en nuestra vida y podemos vivir situaciones de necesidad muy tremendas. Pero hay cosas mucho más importantes que debemos salvaguardar y que la necesidad de dinero o de bienes no pueden llevarse por delante. Pensemos en esta chica: su dignidad, el ejemplo para sus hijos, su conciencia, su corazón, ¿cómo hubiera quedado por dentro si acepta?… todo esto es prioritario siempre. Vender nuestro cuerpo, nuestro tiempo, el tiempo de estar con nuestra familia, el tiempo de estar con Dios, nuestros valores morales y espirituales, etc., por ganar más, tener algo mejor y todo lo que tenga que ver con esto, nos destruye por dentro y cuando por dentro estamos desechos a ver quién es el guapo que lo reconstruye (nada es imposible para Dios, desde luego).
2º Que confiemos en nuestro Padre del cielo. Repitamos y dejemos que resuenen en nuestro corazón las palabras del Evangelio: Mirad a los pájaros del cielo: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? (…) No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o pensando con qué os vais a vestir… ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Permitidme que lo diga en alto: DIOS NO NOS ABANDONA NUNCA Y NOS CUIDA SIEMPRE, porque somos sus hijos. Esta chica vino a la Iglesia porque necesitaba oírlo. Necesitaba oír que Dios va a estar ahí sin aprovecharse de ella y que Dios la ayudará a salir adelante. Necesitaba oír que su dignidad es más importante que el maldito (pero necesario) dinero. Necesitaba oír que hay cosas en la vida que son más importantes incluso que el comer. Y, aunque a veces estemos tan hundidos que nos parece que Dios mira para otro lado Él siempre va a mostrarnos una vía de salida honrada y decente, aunque difícil.
¿Qué pasó después? Realmente no sé mucho. Solamente supe que encontró una amiga creyente que la ayuda un montón. La apoya, la anima, se interesa por ella, la echa una mano económicamente en lo que puede y la ha puesto a rezar de nuevo porque gracias a ella ha recuperado la fe en Dios.
Dios actúa. Es nuestro Padre. Necesitamos rezar para ponernos en sus manos. La Virgen María nos alcance una enorme confianza en la Providencia divina.