¿Qué es eso que queda en mí que nunca se ríe?

Homilía del 3º domingo de Cuaresma (Jn 4, 5-42)

Una amiga mía está eedén1-min.jpgnamorada de un chico que conoce solamente de verlo en misa. Es una chica muy tímida y entonces cuando entra en su parroquia y lo ve se pone en el extremo contrario. Total que en ese plan él casi ni siquiera sabe que existe. Ella tiene claro que le gustaría conocerle pero no hay manera. El grupito de amigos y amigas le decimos que a ver cuando rompe el hielo, que en ese plan no se come un colín. Por dar una fundamentación bíblica al asunto, imaginen que Adán y Eva con todo el Paraíso para ellos hubieran estado en la misma actitud, Adán paseándose tranquilamente y Eva enamorada, pero toda vergonzosa, en el extremo contrario… De haber sido así yo no estaría escribiendo este post ni usted leyéndolo. Para los más escrupulosos, es cierto, y alguna vez lo hemos comentado en las conversaciones con ella, que se conocen de misa y que a la iglesia no se viene a ligar (Dios nos libre). Pero si el Señor provee y te lo pone delante, tampoco somos quién para llevarle la contraria, que no está nada mal, dicho sea de paso, conocer al futuro esposo y padre de tus hijos rezando en una iglesia (qué más quisieran muchas). Ya veremos en qué queda la cosa…pozo-min.jpg

Alguno quizá se pregunte qué tendrá que ver esto con el Evangelio de hoy. Bueno, pues, porque en el Evangelio de hoy san Juan nos cuenta un encuentro que Jesús tiene con una mujer de Samaria. Y aunque parece un encuentro casual, en Jesús, que conoce hasta los pensamientos y deseos más secretos del hombre, no hay casualidades. Él se hace el encontradizo. Al llegar a la aldea de Sicar, Jesús se sienta junto a un pozo construido en su día por Jacob para garantizar el agua a los suyos. Era la hora sexta (mediodía). Entonces llega la mujer en cuestión y, a pesar de que Jesús es judío y la mujer samaritana y entre ambos pueblos había una enemistad enorme, Jesús rompe el hielo y comienza la conversación con ese “dame de beber”. Enseguida la conversación da un giro para terminar hablando acerca de cosas profundas: ese “agua” que calma la sed y que se convierte en un manantial que da la vida eterna.

En la Biblia el agua suele ser símbolo de la gracia de Dios que, como el agua hace en la naturaleza, limpia y llena de vida el alma. La sed, a su vez, suele ser símbolo del anhelo de felicidad. Cuando Jesús le dice a esta mujer que Él tiene un agua que apagará su sed para siempre (y cuando dice para siempre quiere decir eternamente), le está diciendo que Él, Dios, la puede hacer feliz en esta vida y en la otra.

Al leer hoy este texto debemos captar que, como con la samaritana, Jesús se hace el encontradizo con nosotros. Él ve nuestra sed, nuestra ansia de felicidad y de eternidad y nos ve cómo las buscamos en muchas cosas y en muchas experiencias de la vida sin que logremos encontrarla. Nuestras risas, nuestro activismo, nuestro querer tener más, pueden ser una especie de traje de camuflaje que oculta un anhelo interior: ser felices y serlo del todo y para siempre. San Francisco Javier, antes de ser «san», cuando todavía no estaba convertido ni entregado del todo a Dios le dijo una vez a su amigo san Ignacio de Loyola algo así como “Ignacio, cuando me siento arrebatado a las alturas del éxito y como borracho por los triunfos académicos, ¿qué es eso que queda en mí que nunca se ríe?”. El navarro entendía que tenía todo lo que quería, pues era un hombre de éxito, de estudios y le iba bien. Tendría que estar súper feliz por ello, pero en su interior había una parte de su ser que no lo estaba y se preguntaba “¿qué es eso que queda en mí que nunca se ríe?”. Y eso le hacía replantearse las cosas.

Algo así la samaritana. Ensamaritana-min la conversación con Jesús sale que ha tenido varios maridos. ¿Qué nos dice de ella? Alguno dirá «pues que es una golfa». Yo no diría eso. Yo creo que Jesús vio una mujer que tiene un gran deseo de amar y ser amada, que busca ese amor y, como no lo encuentra, sigue buscando. Y sigue teniendo sed. Por eso pierde el rumbo y se echa sucesivamente en brazos de un hombre y de otro. Y por eso también Jesús se hace el encontradizo con ella, para darla una oportunidad de encontrar el amor verdadero en Dios. Y vaya si lo consigue. «Una vez que el Señor conquista el corazón de la samaritana, su existencia se transforma, y corre inmediatamente a comunicarlo a su gente» (Benedicto XVI, 24 de febrero de 2008).

Esta Cuaresma es una oportunidad nueva para darnos cuenta de que sin Dios nuestra felicidad es aparente. Sin Él siempre habrá algo de nosotros que nunca se ríe. Rezar, ofrecer sacrificios, confesarse, lectura espiritual, Eucaristía, ayudar a los demás… son cosas que nos ayudan a encontrarle a Él más allá de lo material, de los placeres y de las comodidades. Nos ayudan a encontrar ese gozo pleno que sólo está en Dios. Y cuando no lo hacemos nuestra alma lo nota, más bien, se resiente.

Dejo ahí la pregunta para reflexionar este domingo a la luz de la Palabra de Dios: ¿qué o quién apaga mi sed de felicidad? ¿Tengo verdadero deseo de Dios? ¿Me doy cuenta que Dios Padre envió a su Hijo para saciar nuestra sed de vida eterna?

 

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