Homilía del 4º domingo de Pascua (lecturas)
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. A veces al leer la Biblia nos pasa lo mismo que a los que escuchaban a Jesús: no siempre entendemos por dónde va el asunto. A mi me ha pasado con el evangelio que leemos este domingo, que no lo entendía. Las razones por las que no entendemos la Palabra de Dios pueden ser muchas. Una de ellas es que cada libro de la Biblia está escrito por personas de otro tiempo para personas de otro tiempo. Entonces, escriben hablando del mundo que para ellos era familiar entonces y que ahora nos resulta extraño. Si queremos entender mejor, tenemos que intentar meternos en el mundo de aquella gente. Para entender mejor el evangelio de hoy hay que meterse en la piel de un pastor de aquella época.
Personalmente no tengo mucha cultura de pastor y para meterme un poco en la piel de un pastor de la Palestina de hace 2000 y pico años he tenido que preguntar a los que saben. Parece ser que en Palestina, que entonces había mucho nómada, solía ser frecuente que en un mismo redil se guardasen por la noche las ovejas de diversos dueños y que después de hacerlo los pastores se fueran a las tiendas donde acampaban sus familias. Uno de ellos, sin embargo se quedaba en la puerta para guardar los rebaños de todos. Éste era el portero. Cuando cada pastor iba a por sus ovejas daba un grito y aunque estaban mezcladas las ovejas de distintos pastores, sólo acudían a él sus propias ovejas, porque conocían su voz. Si, en cambio, otro pastor daba el mismo grito las ovejas no le seguían sino que huían o no salían al no reconocerle. Así las cosas, si alguien quería robar alguna oveja u otro pastor quería vengarse del vecino por algún problema anterior, no entraba por la puerta, donde velaba el portero, sino por otra parte del recinto.
Hermanos, hemos oído decir a Jesús que el pastor de las ovejas va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Y también ha dicho: Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos.
Ahí va la explicación. Jesús es el pastor de las ovejas y la puerta del redil. Quiere decir que Él es quien nos lleva por buen camino y con quien estamos seguros. Muchas veces nos preguntamos cómo hemos de vivir, qué es lo más conveniente para nuestra vida, qué es lo mejor en este momento o en otro. Cuando nos tomamos las cosas en serio y no queremos hacerlas por inercia, dejándonos llevar, sin pensar, dedicamos tiempo y esfuerzo a tratar de discernir si están bien o no y procuramos encontrar el mejor camino. No siempre somos capaces de hacerlo por nosotros mismos. A veces hay gente que nos ayuda y a veces no.
A S. Pedro, en la primera lectura, la gente le pregunta ¿qué es lo que tenemos que hacer? También podemos acordarnos del joven rico que le pregunta al Señor: Maestro, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?
Nosotros tenemos mucha suerte, porque tenemos un pastor que va delante de nosotros y un portero que nos protege: Jesucristo. Él es quien nos guía y nos conduce a los pastos que dan la vida, es decir, quien nos indica el camino de la salvación. Su vida es para nosotros un ejemplo grandioso y sus enseñanzas son la verdad auténtica y definitiva que lo entreteje todo. Su muerte y resurrección nos ha redimido del pecado y nos hace vencer a la muerte. Su gracia se nos reparte en los sacramentos como alimento del alma que nos da fuerza y ayuda divina que nos sostiene en el bien.
Hay muchos estilos de vivir. Hay muchos modos de responder a las preguntas que nos hacíamos antes: cómo vivir, qué hacer. El modo verdadero, el que realmente nos lleva a la vida feliz es el que Jesucristo nos enseña. Él es el verdadero pastor y es también el portero o la puerta por la que deben entrar los verdaderos pastores. Hoy hay muchos falsos pastores, es decir, muchas personas que proponen o imponen modos de vivir con falsas promesas de felicidad, con caminos aparentemente más fáciles que el hacer la voluntad de Dios. Personas que nos quieren hacer creer que vivir al margen de la ley de Dios es mejor para nosotros. Personas que enseñan ideas erróneas con apariencia de verdad o mezcla de errores o verdades a medias que en el fondo esconden grandes engaños. Ideas erróneas sobre cuando comienza y debe terminar la vida humana, sobre el matrimonio y el noviazgo y las relaciones, sobre los modelos familiares, sobre la vida más allá de la muerte, sobre cómo rezar, sobre el Papa y la Iglesia… sobre muchas cosas. No siempre es fácil para nosotros discernir la verdad del error ni tampoco es fácil defenderla ante los demás. Por eso es muy importante formar nuestras conciencias con la doctrina de la Iglesia, para que sepamos distinguir lo bueno de lo malo, lo que favorece de lo que perjudica. Conocer nuestra fe y sus fundamentos para permanecer firmes en nuestras convicciones frente a tanta confusión ideológica como hoy hay en nuestros ambientes, confusión que nos hace muy vulnerables y que nos introduce en caminos que no llevan a buen término.
Me da pena la cantidad de gente que critica a la Iglesia por lo que enseña sin saber realmente qué dice ni por qué lo dice. Pero se dejan llevar por los prejuicios y ataques de gente que no tiene ni idea ni tampoco le importa, sino que simplemente hace su guerra personal y trata de ganar adeptos para su causa. Muy pocos jóvenes están libres de este virus.
En fin. Hoy, como siempre, pero con especial intensidad, necesitamos la gracia divina de la eucaristía y la confesión para que el Buen Pastor nos lleve por buen camino. La frecuente oración y la intercesión de los santos, particularmente de la Virgen María, nos ayudará a poner en práctica la voluntad de Dios y a caminar por la senda por la que nos lleva Jesucristo. Que su luz ilumine siempre nuestras vidas.