No estamos solos

Homilía del 6º domingo de Pascua (Jn 14, 15-21)

baby-443390_1920.jpgYa casi está terminando el curso y huele a vacaciones. Los chavales están súper inquietos y, la verdad, no les falta razón. Uno se levanta por la mañana en un día primaveral como los que está haciendo por aquí y sólo el pensar que tiene que meterse en una clase es para deprimirse. Pudiendo estar en el parque, en la montaña o por la calle deambulando… ¡ufff! ¡Qué pereza entrar en clase! Pero me gustaría que pensásemos en los peques que en septiembre entran al colegio por primera vez. ¡Madre mía! ¡Qué llantos! Lo que cuesta a veces que se tranquilicen cuando ven que sus papás se van y se quedan solos (porque para ellos, estar sin sus papás es quedarse solos). Da igual que les digan que van a volver, que va a ser un poco de tiempo nada más, que se lo van a pasar muy bien, que van a hacer muchos amigos… para los niños es un dramón. Seguro que para las madres también, pero para los niños es como si les abandonasen, como si no volvieran a verse más, y sienten una inseguridad tremenda.

En el Evangelio de este domingo Jesús se comporta como esa madre que antes de dejar a su hijo en el cole trata de tranquilizarle y de infundirle confianza: yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre o, también, No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros. Experimentar la sensación de quedarte huérfano incluso de Dios es más frecuente de lo que pueda parecer. Basta encontrarse en una situación complicada, rezar y ver que los caminos de Dios van por otro lado del que uno quería y solicitaba en la oración. Los apóstoles lo vivieron con una crudeza enorme. Para ellos Jesús lo era todo. No olvidemos que Pedro, Andrés, Mateo, Juan… dejaron sus redes, su mesa de recaudación de impuestos, para seguir a Jesús donde fuera. Y lo hicieron porque para ellos era el Mesías esperado y porque sus palabras eran palabras de vida eterna. Luego todo eso se fue a la porra cuando el Maestro muere crucificado. Se quedan huérfanos. Lo habían dado todo y de repente se encuentran sin nada… y sin nadie. 41_jesus-declares-the-parable-of-the-wheat-and-the-tares_1800x1200_300dpi_3.jpg

Obviamente la Resurrección de Jesucristo lo cambia todo. No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros… y tanto que lo hizo. Ya no son discípulos de un muerto ni seguidores de un cadáver. Sin embargo, tampoco esa presencia de Jesús resucitado va a durar para siempre. Él sabe que, aún resucitando, su presencia física en medio de sus amigos tiene caducidad. Y entonces les promete yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre.

¿Quién este Paráclito? En griego paráclito significa consolador. En latín se traduce por abogado (advocatus). Es el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, que nos consuela en nuestros sufrimientos y nos defiende de nuestros enemigos espirituales. El Espíritu es quien mantiene viva la presencia de Dios en medio de nosotros y quien nos ayuda a darnos cuenta de que Dios está ahí pase lo que pase. Por eso, quien invoca al Espíritu Santo nunca está solo y nunca se siente abandonado. Cuando pedimos a Dios fuerza para superar algo, le estamos pidiendo su Espíritu. Cuando le pedimos luz para comprender mejor las cosas o tomar las decisiones adecuadas, le estamos pidiendo su Espíritu. Cuando, sobre todo, le pedimos a Dios que no nos abandone ni nos deje solos, le estamos pidiendo su Espíritu.

spirit-646924_1920.jpg¿Qué es, entonces,  el Espíritu Santo? Habrá quien lo imagine como una especie de energía que Dios nos envía cuando se lo pedimos o cuando quiere hacer algo en nosotros. Pues no es eso. No es una energía como si Dios nos enviase un rayo o una especie de descarga espiritual. Es una Persona Divina. Es Dios mismo, en Espíritu. Complicado, ¿verdad? El misterio de Dios nos sobrepasa. Por un lado entendemos y por otro no. En la Biblia aparece en forma de paloma, de viento o de fuego, lo cual revela su paz, su fuerza y su amor, pero, a la vez, nos deja a medio camino para comprenderlo mejor.

Nosotros le pedimos a nuestro Señor que no nos deje solos y que nos envíe el Espíritu Santo. Pidámosle también que abramos el corazón para que nos dejemos guiar por Él, seamos más fieles a Dios y más entregados a los demás aunque nos cueste. Durante estos días, las lecturas nos van a ir preparando para la fiesta de Pentecostés, que es el día en que Jesucristo derramó el Espíritu Santo sobre los apóstoles. Desde entonces su presencia  no se ha interrumpido en medio de la Iglesia, porque Dios nos ama y sabe que nos hace falta alguien de arriba que nos guíe y nos acompañe.

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