Pues a ver si te pones tú y lo haces, listillo

Homilía del domingo de Pentecostés (Jn 20, 19-23)

lifting-24401_1280.pngSuele pasar que cuando estás haciendo algo que te está costando trabajo, que casi no puedes, o te equivocas y te sale mal,  aparece el listo de turno que te dice “si lo hubieras hecho así te habría salido mejor…” y cosas por el estilo. Es más, muchas veces sucede que el que menos se ha interesado por lo que estabas haciendo, que te ha visto con ello pero que le ha importado un bledo, resulta que es el que aparece para criticarte y decirte lo que tienes que hacer, cómo hacerlo… y tú te quedas pensando “pues a ver si te pone tú y lo haces, listillo”.

Espero equivocarme, pero en ocasiones podemos tener la idea de que Dios se porta con nosotros de esta manera. Me explico. Podemos pensar en un Dios que nos dice lo que tenemos que hacer, nos exige, nos pide cuentas, nos hace llevar una carga pesada, pero él no hace nada. Un Dios que exige, pero que se mantiene al margen; nos pide vivir una moral, recorrer un camino, poner en práctica unos principios, afrontar unas circunstancias, pero no mueve un dedo para que lo hagamos. Podemos achacarle a Dios esto y decir: Dios no me ayuda, de qué me sirven sus enseñanzas.

La solemnidad que hoy celebramos, Pentecostés, es la fiesta que nos recuerda que esto no es así, que Dios no se porta así con nosotros. Es la fiesta en que recordamos que Dios nos muestra un camino de felicidad para que lo recorramos y se Él mismo se pone manos a la obra para que podamos llevarlo a cabo. Es la fiesta del Espíritu Santo.

¿Qué o quién es el Espíritu Santo? Los santos lo describen como el mismo amor de Dios, el amor entre el Padre y el Hijo. Se trata de un amor tan grande que se convierte en una persona en sí mismo, distinta de las otras dos (el Padre y el Hijo). Recordemos que el Evangelio nos enseña poco a poco que Dios es uno, pero en tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo (de esto hablaremos la semana que viene, que será el domingo dedicado a la Santísima Trinidpentecost-feastad).  

Hoy nos vale recordar que un día concreto, 50 días después de la Resurrección de Cristo, cuando los judíos celebraban su pentecostés (la entrega de la Ley en el monte Sinaí 50 días después de la liberación de Egipto), los apóstoles y la Virgen María y los demás discípulos que allí se encontrasen, recibieron en Jerusalén el Espíritu Santo: al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar…vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse (Hch 2, 1.3-4). A partir de entonces es cuando salen a la calle y hablan a la gente de todo cuanto hizo Jesús. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos cuenta todas estas cosas y muchas más, dejando claro que es el Espíritu Santo el que mueve a los discípulos a ir de acá para allá, el que les ayuda cuando surgen problemas y el que les ilumina y pone paz cuando hay discusiones entre ellos. Es, en definitiva, el verdadero motor de la incipiente Iglesia.

Nosotros, veintiún siglos después, recibimos el Espíritu Santo en nuestro Bautismo y en nuestra Confirmación, que es como los apóstoles transmitieron a otros lo que ellos habían recibido. Desde nuestro interior, el Espíritu Santo quiere realizar muchas cosas en nosotros y por medio de nosotros. Las lecturas de hoy nos indican algunas. Nos dicen que el Espíritu Santo bajó sobre ellos como en lenguas de fuego, llamaradas. El fuego ilumina, pero también consume. El Espíritu Santo quiere iluminar, guiar nuestra vida, llevarla por el camino del bien. Y quiere también consumir, es decir, purificar o hacer desaparecer todo lo malo que hay en nosotros para que solamente resplandezca lo bueno. En otras palabras, purificarnos del pecado.

cathopic_1483752266495194-min.jpgTambién se nos ha hablado de paz. Así saludaba el Señor muchas veces: paz a vosotros. El Espíritu Santo quiere traernos la paz. No una paz cualquiera basada en el “yo no te toco y tú no me tocas” o “si me haces algo te vas a enterar”. A veces la única razón por la que no hay conflicto entre nosotros no es más que el interés: mientras las personas nos sirven de utilidad nos llevamos bien, después ya veremos… la paz que Dios nos quiere dar y que nosotros tenemos que construir va mucho más allá de la ausencia de conflicto y consiste en amarse verdaderamente, en verdaderamente buscar el bien del otro, en saber sobrellevar sus defectos, saber comprender sus errores y equivocaciones, estar dispuesto a soportar sus cargas, alegrarse con su bien, ilusionarse con sus ilusiones. En fin, todas esas cosas que nos hacen llevarnos bien entre nosotros y que nos conducen a vivir en paz a pesar de nuestras diferencias.

Pues cómo conclusión, dándonos cuenta de que Dios no es el listillo que manda y ordena  pero no mueve un dedo, sino que Él lleva adelante nuestra vida por medio de su Espíritu, dirijamos hoy nuestra oración diciendo: “Ven Espíritu Santo, llena mi corazón y mi alma y ayúdame a sacar adelante todas mis empresas, a no desviarme del camino que me lleva hacia el Cielo. Concédeme tus siete dones, rige tú mi vida y guía mis pasos, purifícame de mis pecados. Concédeme sobre todo la paz interior y llena de paz mi hogar para que mi familia pueda vivir plena de felicidad”.

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