Homilía del 16º Domingo del Tiempo ordinario (Mt 13, 24-43)
Cuando leía estos días el Evangelio de hoy no he podido evitar acordarme del Caballero Oscuro, es decir, de Batman. Seguro que alguno se está preguntando qué tendrá que ver un cómic con el Evangelio. Pues es que muchas cosas que vemos en la tele, que leemos en un libro o un cómic o en internet, muchas cosas que escuchamos en la radio son fuente de valores o antivalores. En la película Batman Begins de Christopher Nolan (para quien no conozca la peli) aparece un dilema moral de fondo. La ciudad de Gotham está corrompida de cabo a rabo y todo está en manos del mafioso de turno que tiene a todo el mundo comprado (excepto algunas honrosas excepciones). Hay dos grupos de personas que quieren acabar con esa corrupción. Por un lado, un misterioso personaje llamado Ra’s Al Ghul y la Liga de las Sombras, que para acabar con el mal y la injusticia pretende destruir la ciudad de Gotham. En el fondo este personaje piensa que todo está tan corrompido que ya no tiene solución y hay que destruirlo. Por otro lado, está un grupo reducido de personajes, que parece que no tienen nada que hacer, que intentan cambiar desde dentro Gotham haciendo el bien y combatiendo honestamente a la gente que hace el mal. Batman tiene que elegir entre ambos. Tiene que elegir entre un personaje para el que el fin justifica los medios y busca una solución rápida al problema del mal y el lado de los que piensan que no se puede alcanzar un fin bueno de cualquier manera porque el mal engendra mal.
En la parábola del trigo y la cizaña que es el centro del Evangelio que leemos hoy, el dilema que se presenta es semejante hasta tal punto que no sería de extrañar que el creador de las historias de Batman tuviera presente algunas páginas evangélicas. El dueño de un campo siembra trigo y con el trigo aparece la cizaña, que es una mala hierba muy parecida al trigo y que sólo se distingue de verdad cuando después de un tiempo la cosecha madura y da fruto. Ante la aparición de la cizaña los siervos del amo quieren quitarla de en medio enseguida, pero ello supone el peligro de arrancar el trigo porque casi no se distinguen. El dueño, que no quiere dañar el trigo, ordena que los dejen crecer juntos que ya llegará el momento de separarlos y, entonces, recoger el trigo y quemar la cizaña.
La parábola quiere enseñar que, aunque el mal está presente en el mundo y aunque las personas nos dejamos llevar por él, el bien sigue estando presente. Aunque las personas pecamos Dios ha sembrado algo pequeño y escondido, pero con una fuerza vital enorme: el bien. Muchos de nosotros necesitamos la paciencia de Dios y la de las personas que nos rodean para que ese bien florezca y dé fruto. La mayor parte de nosotros tenemos cosas en nuestro pasado de las que no estamos orgullosos. Las personas que nos rodean normalmente tienen también cosas en su pasado o en su presente que no nos gustan. Como sacerdote he podido ver personas que aborrecen a su familia o que se desprecian a sí mismas y que arrastran lo que hicieron por los siglos de los siglos. Lo malo es que también suelen tener gente alrededor que se ocupa de que lo arrastren y nunca pasen página.
Todos necesitamos de gente que, a pesar de nuestros pecados, nos mantenga su amor y nos ayude a cambiar. Dice san Agustín que “muchos son cizaña y luego se convierten en trigo”. Y añade: “Si estos, cuando son malos, no fueran tolerados con paciencia, no llegarían al laudable cambio”.
El cristiano del mundo de hoy tiene como reto introducirse en el mundo como la levadura en la masa para, desde dentro, muchas veces tolerando lo que no es evangélico, ir transformándolo de cizaña en trigo. En el año 33 doce hombres acompañados de unas pocas decenas de amigos, perdidos en la gran multitud, prosiguieron la siembra del Evangelio en el mundo. No eran ni los más listos ni los más capaces ni los que más medios tenían. Pero creían en Cristo y la gracia de Dios hizo que su ejemplo y su enseñanza cundiera y que la palabra de Dios se extendiera transformando muchos corazones y aplacando muchos males. Hoy nosotros recogemos el testigo que ellos nos han dejado y no lo pasaremos a la generación siguiente si no tenemos tres cosas:
- esperanza en que nada está perdido,
- Dios lo puede todo
- y cada obra buena nuestra, aunque no lo veamos, es un paso adelante para que Dios reine en todos los corazones.
Hay una frase en la película de Nolan que se repite varias veces y con ella termino. Justo cuando Batman (o Bruce Wayne) mete la pata hasta el fondo, llega el mayordomo para ayudarle a levantarse y Bruce le mira complacido y le dice «¿Todavía no me has dado por perdido?». El mundo necesita muchos mayordomos.
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