Pisar tierra firme

Homilía del Domingo 19º del Tiempo ordinario (Mt 14, 22-33)

Recuerdo cuando una amiga cathopic_1485487038379876-min.jpgmía se fue de crucero con otras amigas suyas. Un crucero por el mediterráneo que prometía ser impresionante. Ilusionadísima con el viaje. Sin embargo, mi amiga no contó con un pequeño pero decisivo detalle: era la primera vez que se hacía a la mar y resulta que ella es de las personas que se marean en barco. Pues imagínense lo que dio de sí el viaje. Todo el tiempo que duró el crucero lo pasó mareada.

Moraleja: no hay nada como pisar tierra firme.

Así nos pasa también en la vida. Si vamos a un plano más reflexivo, cuando damos un paso en la vida buscamos que sea sobre algo firme. Seguridad, firmeza, algo que nos lleve a la certeza de que la cosa va a ir bien. En ese sentido, no damos un paso al vacío ni sobre arenas movedizas ni tampoco sobre las aguas, porque nos hundimos. Ni tampoco queremos pasar toda la vida mareados por dar un paso mal dado. Pero, a la vez, nos encontramos con que hay pasos importantes que no podemos dar sin un cierto grado de incertidumbre, es decir, sin un cierto no saber qué va a pasar. De ahí que en ocasiones nos asalte el miedo.

Por ejemplo, entre quienes estáis casados, ¿quién no ha sentido cierto miedo porque su matrimonio saliera mal en plan «será verdaderamente para siempre», «sabremos afrontarlo todo» o «podré aguantar los problemas de convivencia»? Lo mismo sucede a los sacerdotes o a las personas consagradas: «¿seré fiel?», «¿seré capaz de vivir en celibato para toda la vida», aconsejaré bien a las personas que me confían sus secretos y su conciencia? Un matrimonio que va a tener un hijo: ¿irá todo bien, sabremos educarlo, que será de él en la vida, podremos darle todo lo que necesita? En estas cosas no hay una certeza sino más bien una cierta inseguridad ante el futuro. Es como dar pasos sin sentir que pisas en tierra firme.

Es un poco lo de los apóstoles en la barca y lo de Pedro del Evangelio de hoy. Después de la multiplicación de los panes y los peces, donde la gente se puso las botas, Jesús manda a los apóstoles cruzar el mar de Galilea hacia Betsaida o Cafarnaúm (Mateo no lo dice, pero Marcos y Juan mencionan respectivamente estos pueblos al narrar este episodio). Y ahí van los pobres remando con el viento en contra y sacudidos por las olas. Seguro que no fue muy agradable. ¿Qué esjesus-savesperanza tendrían de llegar? ¿A qué hora pensarían hacerlo? El Evangelio dice que era la cuarta vigilia de la noche y según la división de entonces eran pasadas las tres de la mañana… Luego aparece el Señor y todo cambia. Primero se llenan de miedo porque al verlo caminar sobre las aguas piensan que es un fantasma. Jesús les tranquiliza. Entonces Pedro le pide caminar sobre ellas al igual que él. Al principio lo hace, pero el viento empuja, las olas crecen y comienza a sentir inseguridad, duda y, entonces, se hunde. Tiene que ser rescatado por el Señor para no ahogarse. «Señor, sálvame». En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado? En cuanto subieron a la barca amainó el viento.

Nuestra vida y la propia Iglesia están reflejadas en esa barca que dificultosamente se abre paso entre el viento y las olas que incluso amenazan con hundirla. También se reflejan en ese Pedro que se lanza a caminar sobre las aguas pero su fe es todavía pequeña y ante los envites duda y se hunde. También se reflejan en ese Pedro que es rescatado por el Señor porque Jesús lo toma de la mano y lo pone a salvo en la barca. Y también nuestra vida y la Iglesia se reflejan en esa barca que lucha contra el viento, pero que ve cómo cuando el Señor sube a ella el viento amaina. Ojalá que también estemos reflejados en esos apóstoles que, al ver lo sucedido, confesaron a Jesús como Hijo de Dios.

En base a esto, sería bueno que siempre contásemos con Jesús en los pasos que damos en la vida. Un cristiano debe plantearse siempre cosas como «¿Esto lo quiere Dios para mí?», «¿es adecuado para mi vocación?», «¿me ayuda a vivir la voluntad de Dios en mi vida, a quererle más?». Y también es bueno, cuando algo no sale como uno espera, pensar que quizá no era ese el camino que Dios quería para mi. Cuando la nota no me da para entrar donde yo quiero, cuando no me llaman del trabajo que era mi ilusión, cuando la persona que me gusta no quiere conmigo más que amistad, cuando mi hijo no cumple mis expectativas,… ¿y si Dios nos quiere llevar por otro camino porque es mejor para nosotros?

cathopic_1493730348921900-min.jpgUna lectura pausada del Evangelio de hoy nos puede transmitir algo importante para nuestra vida: cuando caminamos de la mano de Dios podemos afrontarlo todo. Si queremos dar un paso pisando terreno firme hemos de contar con Dios para darlo. Cuando la duda asalta, lo que más seguridad nos da es saber que estamos ahí porque Dios lo quiere y, como a Pedro, Él nos lleva de la mano a sitio seguro.

Termino con unas palabras de santo Tomás Moro a su hija Margarita antes de morir: «Ten, pues, ánimo, hija mía, y no te preocupes por mí sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es, en realidad, lo mejor». 

Por tanto, pongamos al Señor en el centro de nuestra vida y confiemos en él. Por muy dura que pueda ser la tormenta, el Señor tiene poder para acallarla y que no nos hundamos en ella. Y de propina, un enlace para el que quiera rezar sobre todo esto. Es una oración del beato John Henry Newman, que viene muy al caso.

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