Homilía del 21º Domingo del Tiempo Ordinario (Mt 16, 13-20)
Yendo al Seminario de Madrid me encontré hace unos años con un rodaje de un anuncio de televisión. En él salían los hermanos Gasol jugando al baloncesto con un montón de chavales en una cancha callejera. El sitio concreto era la plaza de las Vistillas. En el momento en que yo pasaba se encontraba por allí Marc Gasol. Como es obvio, la gente trataba de hacerse una foto con él, a pesar de que llevaba al lado un tío que intentaba apartarles de él.
Los famosos tienen mucha ascendencia y todo el mundo quiere una foto con ellos, hasta los políticos. Las grandes marcas pagan cantidades tremendas para que los famosos lleven sus productos porque saben que el común de los mortales nos dejamos llevar por esas imágenes a la hora de comprar. Algo así como «oh, llevo las zapatillas de Marc Gasol» o «bebo la leche de soja que toma Sara Carbornero que mira qué bien la sienta» y chorradas semejantes.
El caso es que a veces nos pueda pasar que tratemos de «hacernos la foto» con Jesucristo, es decir, que queramos usar la imagen o el mensaje de Jesucristo para avalar nuestro modo de vida. Recuerdo a un político decir que hoy Jesucristo les votaría a ellos. Sonaba verdaderamente ridículo. Por un lado, está muy bien, porque muestra cómo hay un cierto reconocimiento de la persona de Cristo, incluso entre quienes no son creyentes: Cristo es alguien que todos quieren tener en su equipo porque es alguien grande. Pero, por otro, se presta a manipular a Aquél que ha cambiado el sentido de la historia y de nuestras vidas y eso es muy fuerte.
Démonos cuenta que existen dos modos fundamentales de acercarse a Jesucristo. Uno es apoyarse en él para que nos dé la razón, para reafirmarnos en nuestras convicciones; otro, acercarnos a él sin ideas preconcebidas para aprender quién es realmente, qué es lo que nos enseña sobre Dios, sobre lo que Dios quiere de nosotros y qué debemos cambiar en nuestra vida. Quien va por el primer camino, en el fondo cree en un fantasma, en algo irreal, porque termina creyendo en un Dios hecho a su medida, al servicio de sus deseos y convicciones, y no en el verdadero Dios vivo. El segundo camino es el que nos lleva a conocer el verdadero rostro de Dios.
Por eso el Evangelio de hoy es importante para no perder nunca la perspectiva de quién es Jesús y qué podemos esperar de Él. Retomándolo un poco, Jesús pregunta a los apóstoles que es lo que va diciendo por ahí la gente sobre él y se ve cómo la gente pensaba cada uno una cosa: para unos es Juan Bautista, para otros Elías o Jeremías o alguno de los profetas. Y luego la pregunta va para los propios apóstoles: qué es lo que ellos piensan. Es cuando Pedro toma la palabra y dice Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Más allá de las opiniones que pueda haber y de cómo cada uno trata de llevarse a Jesucristo a su terreno, Cristo es Hijo de Dios. Es esta la razón, y no otra, por la que leemos, meditamos, alimentamos nuestra alma con su Palabra y tratamos de poner en práctica sus enseñanzas. Por eso esperamos con fe firme que Él nos va a librar del sufrimiento y de la muerte. Por eso esperamos que Él nos traiga la salvación eterna. Él es nuestra vida. Todo lo demás que se pueda decir de Él puede estar muy bien e, incluso, ser verdad, pero si no alcanzamos a creer esto de Él en realidad no hemos entendido nada.
A propósito de esta escena evangélica cada uno tiene que examinar qué es lo que cree acerca de Jesús y qué supone para su vida. ¿Acomodo mi vida a Jesús o más bien Jesús a mi vida? Si encuentro algo que no me gusta o no entiendo, ¿trato de comprenderlo mejor o sencillamente lo desecho? ¿pido luz al Señor para que me ayude o me conformo con decir que la Iglesia tiene que evolucionar? ¿Hablo con alguien que me pueda ayudar o me encierro en mi mismo? ¿Pienso esto del Evangelio porque está ahí y Jesús lo enseña o porque no me cabe en la cabeza que pueda ser de otra manera? Hay un precepto que no está en los diez mandamientos pero que es súper básico y súper importante: todos tenemos obligación de buscar la verdad y ante eso no hay excusas que valgan.
Hoy, como petición al Señor al orar con este relato evangélico, le podemos pedir que nos ayude a buscar siempre la verdad del Evangelio y a aceptarla aún cuando no se corresponde con nuestros criterios. También, que nos dejemos guiar por el Papa, que fue puesto ahí por Cristo precisamente para guiarnos hacia Él: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.