Belleza oculta

Homilía del 22º Domingo del Tiempo ordinario (Mt 16, 21-27)

El año 2016bellezaoculta.jpg nos trajo una película muy interesante de Will Smith que se llama Belleza Oculta (Collateral Beauty). Es una película que plantea el sentido de la vida a partir de las vidas personales de los protagonistas. Lo hace desde un punto de vista no creyente, lo cual se nota a la hora de resolver las cuestiones que aborda. Podría decirse que es políticamente incorrecta a la hora de señalar ciertas enfermedades de la sociedad actual, cuya escala de felicidad se basa en el éxito profesional (cuya fugacidad queda muy patente en Belleza oculta), pero termina quedándose en la superficie de las cuestiones, ya que se limita a explorar sólo la parte sentimental. No obstante, vale la pena al menos como punto de partida para la reflexión.

Básicamente el argumento de la película es el siguiente. Howard es un empresario que tras fundar con su socio Whit una empresa de publicidad que alcanza mucho éxito, pierde a su hija y entra en una depresión profunda que le aparta casi completamente del mundo en que vive. Su socio y otros dos pesos pesados de la empresa y amigos de Howard, Claire y Simon, tratan de ayudarle. Posteriormente, al ver que no pueden, trazan un plan para poder salvar la empresa.

Desde el principio me llamó la atención el caso de Claire. Ella es un activo importantísimo de la empresa. Howard mismo la alaba porque, dice, «has dedicado tu vida entera a esta agencia; nos has convertido en tu familia cuando podías haber formado la tuya». Pero a ella le falta algo. En varias escenas se ve que Claire se encuentra en una edad en la que mira su vida y se da cuenta de que no ha podido hacer aquello que su corazón realmente deseaba: ser madre. Y el problema es que ya no le da tiempo. Y sufre por ello y aparece como insatisfecha de la vida.

Me ha venido a la cabeza al leer el Evangelio de este domingo. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Es una gran pregunta. Más bien, es LA PREGUNTA. Jesucristo hace esta pregunta pensando en la salvación eterna, porque seguidamente dice: porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Está planteando el juicio de Dios tras la muerte sobre la vida de cada uno con la consecuente salvación o condenación eterna. Dicho de otro modo y pensando en la mentalidad de hoy: en un mundo en el que realizarse personalmente significa tener éxito en tu trabajo, ser valorado socialmente, tener un cuerpo bonito y cumplir tus deseos a toda costa, Jesucristo plantea vivir en función de nuestra meta final, vivir en función de la salvación después de esta vida, vivir en función del Cielo. Y la razón que está en el fondo de este planteamiento es que el verdadero fracaso de un hombre no es no alcanzar un puesto dcathopic_14905344168778-min.jpge prestigio o no poder vivir en la casa que quieres o no poderte comprar un vestido distinto para cada boda o cena a la que vas, o no poder viajar a donde te apetece, etc., etc., etc., sino que el verdadero fracaso es no ir al Cielo en la otra vida. Por eso, ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida?

Sin embargo, esta pregunta también puede plantearse desde un punto de vista más cercano, al menos en el tiempo. El caso de Claire muestra que hay un momento, sea uno creyente o no, en el que la madurez te hace plantearte qué estás haciendo con tu vida. El corazón te grita a su modo si verdaderamente está viviendo las expectativas profundas de tu existencia. Y, en su caso, el drama y el fracaso es darte cuenta de que no has vivido para lo que realmente te hacía feliz (¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida?) y tener que asumir que ya no puedes dar marcha atrás para rectificar porque el tiempo no se recupera (¿qué podrá dar para recobrarla?). Es que antes del juicio de Dios alguien mucho menos misericordioso y más implacable nos va a pedir cuentas de nuestra vida: nosotros mismos. Llega un momento en la vida en que nuestro ser profundo nos pide explicaciones de por qué estamos donde estamos y no en otro lugar, por qué tomamos este camino y no otro. Y si no estamos donde tenemos que estar o encaminados a ello, puede ser muy duro.

Desde aquí es bueno hablar de algo que aparece en la segunda lectura: el discernimiento espiritual. Le dice san Pablo a los Romanos no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto. El discernimiento espiritual consiste en identificar los movimientos, impulsos, deseos, sentimientos, emociones, todo aquello que en nuestro interior nos impulsa a decidir y obrar, y distinguir si viene de Dios o no. Se trata de algo clave para obrar cristianamente y, a nivel existencial, poder decir «estoy aquí porque Dios quiere (o al menos no ha puesto problema)» en los pasos que damos en la vida. Hay dos cosas que discernir: la oración y la vida. Se trata, por un lado, de orar y ver qué pasa en mi oración. Cuando rezamos Dios nos transmite su sabiduría y si uno no lo hace es muy difícil discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto. Por otro lado, consiste también en examinar lo que me pasa fuera de la oración, los acontecimientos, las ilusiones, las palabras, los encuentros, los desencuentros, las tareas… y ver qué me produce, a qué me mueve, etc., tratando de buscar si viene de Dios o no.

Puede parecer algo trabajoso y, efectivamente, lo es. Pero es la mejor manera de vivir en profundidad la vida y no decidir superficialmente las cosas impulsados por el espíritu de este mundo. Para ello hay dos acompañantes importantes. El acompañante humano, nuestro acompañante espiritual, que nos escucha y nos ayuda a plantearnos las cosas desde Dios con objetividad; y el acompañante divino, que es el mismo Dios, el más fundamental obviamente, que nos ama y tiene un designio bueno y hermoso para cada uno de nosotros y es el primer interesado en que lo descubramos y lo pongamos por obra.

1480939727569426-min.jpgTermino con otra frase del Evangelio de hoy que también nos ayuda a centrar todo esto: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. El camino que Dios tiene para nosotros no está libre de sufrimientos y muchas veces conlleva negar nuestros deseos superficiales para llevar a término los profundos, que son los que vienen de Dios. Pedimos la intercesión de la Virgen María, la esclava del Señor, para que nosotros también sepamos dedicar nuestra vida al servicio de la voluntad de Dios.

 

 

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