Tres modos de creer

Homilía del 30º Domingo del Tiempo Ordinario (Mt 22, 34-40)

cathopic_149053342463691-min.jpgUn día observé en la calle cómo se reencontraban dos amigos que no se veían hace tiempo. Uno de ellos iba con su hijo de cinco o seis años. El caso es que sin mediar palabra el que iba solo empezó a bromear como que le pegaba al otro y le insultaba, así como haciendo la gracia. Tenían que haber visto al niño. Estaba convencido de que el otro le pegaba a su padre de verdad y se puso a defenderle con una furia tremenda. Se pueden imaginar a qué altura pega los golpes un niños de cinco años… Pero me resultó enternecedor ver cómo un niño que no levanta un palmo del suelo se pone a defender a su padre. Lo hace porque le quiere y es como si se lo hicieran a él.

Es una imagen que me viene a la cabeza tras leer la primera lectura de hoy. En ella se nos ofrece una pequeña parte de lo que se conoce como Código de la alianza, que consiste en una serie de leyes que Dios da al pueblo de Israel por medio de Moisés para llevar a lo concreto los diez mandamientos. Las que hoy leemos son leyes propiamente humanitarias: no maltratarás ni oprimirás al emigrante, no explotarás a viudas y huérfanos, si prestas dinero a un pobre no serás usurero cargándole intereses… Pero me interesa sobre todo una frase que se repite dos veces en la breve lectura: Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo. Esta lectura nos muestra un Dios que tiene tanta compasión que hace suyo el sufrimiento de la gente, como el niño de antes considera que lo que le hacen a su padre se lo hacen a él.

Después, en el Evangelio, Jesús nos invita a amar de la misma manera recordándonos esos dos mandamientos que quienes venimos habitualmente a la Iglesia hemos escuchado miles de veces: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser, amarás a tu prójimo como a ti mismo. Dándole vueltas a estas dos frases de Jesucristo, puede hablarse de tres modos de vivir la fe:cathopic_1490587406166419

  • la fe de cabeza: esto es propio de las personas que creen en Dios en el sentido de que piensan que Dios existe. Para ellos Dios es una idea y creen en él pero apenas tienen trato o amistad. Algo rezarán, especialmente si tienen algún problema, pero en realidad la fe en Dios está desconectada de su vida. Dios es accesorio o, a lo sumo, una especie de electricista al que se llama cuando la luz no funciona. Estas personas no han llegado en realidad a vivir el amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón
  • la fe de corazón: presupone la anterior. La persona ama a Dios y le busca. Reza, va a misa con cierta regularidad, es importante para su vida y tiene necesidad de Él, de leer y escuchar su Palabra. Ha empezado a vivir el amor a Dios, que ya no es sólo una idea, sino que es Alguien que te ama y al que puedes amar. Es la persona que ha experimentado el amor de Dios en su vida y su corazón responde agradecido devolviéndole ese amor en forma de rezos, alabanzas, bendiciones, etc. Es la persona que a veces es consciente de haber ofendido al Señor y se confiesa para pedirle perdón porque quiere restablecer la amistad con Él.
  • la fe de acción. Brota de las anteriores. Cuando crees que Dios existe (Dios=idea/fe de cabeza) y le amas (Dios=persona/fe de corazón), espontáneamente nace como de una fuente el amor a los demás y el actuar en favor de los que te rodean. La persona sabe que no ha recibido el amor de Dios para guardárselo para sí como si su corazón fuera una caja fuerte, sino que se siente privilegiado y quiere que otros participen también de ese privilegio. Es la persona que ve cómo Jesucristo manifiesta el amor de Dios a todos, especialmente a los que más sufren, y sabe que su misión en el mundo es imitarle. Es la persona que no sólo lleva un «carnet» de cristiano porque cree, reza, se ha confirmado o lleva una cruz en el cuello, sino que se mete y se moja ante el sufrimiento de la gente porque su amor a Dios le conduce a amar también a aquellos a quienes Dios ama. Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Ncathopic_1505044612441989-min.jpgo quisiera que esto sirviera para encasillar a nadie, ni siquiera a nosotros mismos. Lo normal en gente de misa es que tengamos un poco de las tres y que nos falte también en cada una. Un creyente no puede desligar estas tres cosas. Pero un defecto no raro ni infrecuente es que nos conformemos con vivir sólo alguna o algunas. A veces decimos «yo creo mucho». Bien. Vale. Pero, ¿le amas? ¿te sacrificas por Él? ¿Le buscas para estar con Él? ¿Le antepones a tus caprichos? Otras veces estamos orgullosos de que rezamos mucho o vamos a misa y eso nos hace sentir muy católicos. Estupendo. Pero, ¿cómo reaccionas ante la pobreza, la miseria, la injusticia, la soledad, la explotación o la simple necesidad de la gente? ¿pones tu granito de arena para cambiar las cosas o permaneces indiferente o solo te lamentas? También hay quien dice que hace mucho por los demás y se considera bueno por ello, pero descuida su relación con Dios. Será buena gente, pero no es un cristiano completo. Y se pierde el amor más grande que el ser humano puede experimentar en esta vida caduca y efímera. Nadie puede decir que es cristiano verdadero si no está dispuesto a vivir estos tres modos de fe.

Tres modos de mirar a Dios y mirar el mundo. Tres modos de creer. Necesitamos los tres para ser cristianos completos. Recordemos el Evangelio de hoy: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

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