Gospel’s Got Talent

Homilía del 33º Domingo del Tiempo ordinario (Mt 25, 14-30)

PierGiorgioFrassati-AdolescentA raíz de las últimas Jornadas Mundiales de la Juventud he conocido a Pier Giorgio Frassati. Está en proceso de canonización. Nació en 1901. Su padre era senador, fue embajador en Berlín y también director y propietario de La Stampa. Pier Giorgio hizo una ingeniería en la universidad y se metió en política siendo un gran defensor de la doctrina social de la Iglesia. Se distinguió siempre por su preocupación por los pobres, que llegaba al punto de que en ocasiones volvía andando a casa para dar el dinero del billete a un pobre. Salía a la calle a ayudar a gente pobre que no tenía casa o se encontraba enferma. En la universidad promovía entre los jóvenes actividades espirituales como la adoración nocturna. Solía acompañar a un sacerdote que iba a dar catequesis a los niños de un barrio obrero para defenderle de insultos y amenazas que recibía de grupos anticlericales. Gran amante del deporte, sobre todo del alpinismo, era también aficionado al teatro, la ópera y los museos. Rezaba el rosario todos los días y confesaba y comulgaba con frecuencia. Murió a los 24 años de poliomielitis.

Por otro lado, otro hombre, Jean Dominique Bauby, que fue redactor jefe de la revista Elle, hizo una reflexión interesante en un libro autobiográfico, «La escafandra y la mariposa». A los 43 años tuvo un accidente cardiovascular que le dejó en coma profundo. Al despertar quedó paralizado en todo su cuerpo salvo el ojo y el párpado izquierdo. Pero sus facultades cognitivas estaban intactas y era plenamente consciente de todo lo que le sucedía y también de su entorno. Al principio deseó morir, pero después se puso a escribir el libro aludido para animar a la gente a vivir de verdad. La reflexión que hizo es la siguiente: ¿Estamos ciegos o sordos? ¿Hace falta realmente que ocurra una desgracia para que un hombre comprenda cuál es su situación?

Me ha parecido conveniente unir estos dos ejemplos para comentar el Evangelio de hoy. Es un texto que nos narra la parábola de los talentos. Un hombre que dejparabola_talentos_1a sus bienes a otros para que los administren en su ausencia; tres personas agraciadas con semejante honor cada cual según su capacidad; dos que trabajaron con ello y lo multiplicaron y otro que, sin embargo, guardó lo que había recibido y no produjo nada. Cuando el hombre, que personifica a Dios, vuelve, revisa el estado de sus bienes, recompensa a quienes multiplicaron lo que habían recibido y castiga severamente a quien no hizo nada despojándole de lo que le había sido confiado.

Los ejemplos anteriores comentan por sí solos la parábola. Frassati no fue más que un chico joven que puso sus talentos al servicio de los demás en la lucha por transmitir la Palabra de Dios y hacer de este mundo un lugar más justo. Cualquiera de sus acciones podrían juzgarse como pequeñas e insignificantes de cara a solucionar todo el mal o toda la pobreza no ya del mundo, sino siquiera de su ciudad. Sin embargo, si pensamos en cada persona a la que miró con cariño, a la que llevó el amor de Dios, a la que ayudó… cada una de esas personas vio cómo su vida fue bendecida por los talentos de Pier Giorgio Frassati. Y eso no es poca cosa. Si nosotros nos damos cuenta, como inspira Jean Dominique Bauby, que no hay que esperar a que pase algo para valorar lo que somos hay muchas cosas que pueden mejorar. Porque se trata de percatarnos que hemos recibido de Dios talentos como nuestro tiempo, nuestra bondad, nuestra espiritualidad, nuestro saber… ¡tantas cosas! Y si Dios ha puesto en nuestras manos tantos talentos es porque el mundo los necesita, necesita que los pongamos en juecathopic_1487097277911777.jpggo. Ciertamente, no vamos a erradicar todo el mal del mundo ni vamos a llevar a todos hacia su salvación eterna, no vamos a llegar a todos, pero todo lo que hagamos será importante en la vida de las personas que nos rodean. Su vida será bendecida con nuestra entrega. Nuestros talentos son un tesoro que hemos recibido para gastarlo y compartirlo con todos y, así, descubrir que haciéndolo se multiplican en felicidad, alegría, justicia, bondad, amor a Dios… ¡tantas cosas buenas…!

Fijémonos también en la Virgen María. Recibió el talento más precioso de todos: el Hijo de Dios. Lo ofreció al mundo con inmenso amor. Pidámosle que nos ayude a ser servidores buenos y fieles, administradores responsables y generosos de los talentos que Dios nos ha dado.

 

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