Homilía de la fiesta de la Sagrada Familia (Lc 2, 22-40)*
Hércules Poirot es uno de los grandes personajes de Ágatha Christie, la famosa escritora británica. Poirot, el más famoso detective del mundo, se va enfrentando a los distintos casos que la mente de la escritora va desarrollando y los resuelve con una inteligencia y una perspicacia admirables. También, a lo largo de los mismos, va dejando frases muy sugerentes. Ahora hay una adaptación en el cine de una novela en la que él es el protagonista, «Asesinato en el Orient Express». En la película que está ahora en el cine, pues reconozco no haber leído el libro, cosa que espero tenga una pronta solución, Poirot mantiene una tesis que podría rezar así: «sólo un alma fracturada puede matar a otra persona».
El Papa Francisco ha resaltado en más de una ocasión la necesidad que tiene el mundo de ternura. El ser humano tiene una grandeza enorme porque ha sido creado por Dios a imagen suya, pero, a la vez, es frágil, las cosas le afectan y puede romperse. Sea hombre o mujer, niño, joven, adulto o anciano, todo ser humano necesita de la ternura, es decir, necesita ser tratado con cierto grado de delicadeza, de afecto, de cuidado, para no romperse, no fracturarse por dentro, y poder ser en el pleno sentido de la palabra y con toda la grandeza que Dios ha puesto en él.
Hoy la Iglesia celebra el día de la Sagrada Familia: Jesús, María y José formando el primer hogar cristiano. Con ello nos recuerda que Dios quiso tener una familia donde crecer y que el ámbito donde una vida humana crece y madura adecuadamente es, precisamente, la familia. Allí donde la familia se fractura las personas se fracturan. Donde la familia avanza con dificultades, pero con amor, ternura y responsabilidad, las personas desarrollan lo mejor de sí mismos.
Durante estos días de Navidad tenemos la oportunidad de contemplar cómo Dios ha querido vivir en una familia. Él se ha hecho hombre y, por tanto, grande y frágil a la vez. Y podemos verlo precisamente con toda la fragilidad de un niño, de un bebé. Tenemos la ocasión de contemplarlo en su hogar siendo cuidado y tratado con ternura por sus padres san José y la Virgen, y también por los pastores y los Magos que van a adorarlo. Esa ternura les lleva, como vemos en el Evangelio de hoy, a presentarlo al Templo para pedir la bendición de Dios en esa misión tan grande que les había sido confiado: ser no sólo padres, que ya es tremendo, sino padres del que venía a salvar el mundo (los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor).
El hogar que José y María prepararon al Niño Jesús no fue especialmente cómodo. Su Hijo nació en un pesebre, pasaron sus primeros años en Egipto como inmigrantes hasta que pudieron regresar a su tierra y afincarse en Nazaret. Pero es que el hogar del Niño no eran las paredes y el techo de una casa. Su hogar era el corazón de sus padres. Y esto deberíamos aprenderlo todos. El hogar de unos hijos es el corazón de sus padres. El hogar de un esposo es el corazón de su esposa y el hogar de una esposa el corazón de su esposo. El hogar de unos padres que se hacen mayores es el corazón de sus hijos y nietos. El hogar de un hermano es el corazón de sus otros hermanos. Cuando esto falla las personas se fracturan de algún modo y cuando funciona… poco más se puede pedir a la vida.
Las lecturas de hoy son un tesoro para la vida familiar. Hablan de respeto, autoridad, honrar a los mayores incluso cuando chochean. Hablan de sobrellevarse y perdonarse, de tratarse con bondad y misericordia, de enseñarse con sabiduría incluso llegando a la corrección si es necesario. Hablan de poner al otro por encima de uno mismo, de que los hijos sepan obedecer. Hablan de alentarse mutuamente para que nunca se pierdan los ánimos. Hablan de dar gracias a Dios y de cómo la gracia de Dios acompaña la vida familiar porque Dios ama la familia y ama a las familias.
El futuro no es de la técnica ni del progreso. No pertenece a ningún pelotazo económico ni a ninguna empresa por fuerte que sea. No va a ser para ninguna ideología ni para ningún partido político. El futuro es de la familia y si la familia se desestructura y no sigue el modelo creado por Dios no habrá futuro. O al menos no un futuro en el que se pueda vivir.
Oremos fuertemente a san José, la Virgen y el Niño por las familias. Por las que funcionan y las que tienen que replantearse cosas. Por las que pasan dificultades y las que ya están rotas. Las que avanzan con sus dificultades y las que se van a formar en el horizonte. Por todas y cada una de las personas que las componemos. Que la gracia de Dios nos acompañe y nos haga crecer y robustecernos como familia.
*Para esta homilía he tomado ideas de José Fernando Rey Ballesteros, cuyo blog recomiendo: Espiritualidad digital