Homilía del Bautismo del Señor (Mc 1, 7-11)
Pasado el día de la Epifanía del Señor, más conocido como el de los Reyes Magos (aunque no sea del todo exacto), tengan cuidado si van a un centro comercial porque comienzan las rebajas y ya sabemos lo que es eso: colas, gente, no poder aparcar, esperas, prisas, etc. Nos viene bien este contexto de las rebajas en las tiendas para pensar que en las cuestiones del espíritu también, en cierto modo, tenemos rebajas. No se trata de que haya rebajas a la hora de hacer la voluntad de Dios, rezar o ayudar el prójimo. Es decir, que nunca hay un tiempo en el que se nos diga «ahora usted puede pecar más» o «en esta época del año puede permitirse ir menos a misa o hacer menos el bien». Eso sería una barbaridad y una estupidez. Las rebajas espirituales van por otro lado y consisten, fundamentalmente, en que la misericordia de Dios se nos pone muy al alcance de la mano. ¡Qué poco nos pide Dios para perdonarnos los pecados y llenarnos de su amor!
Durante el tiempo de Navidad esas rebajas han supuesto poder encontrarnos con Dios acercándonos a un niño y dejarnos ablandar por la ternura que un bebé siempre inspira. Pero, puede haber sucedido que hayamos hecho rebajas en el otro sentido, es decir, que nos hayamos relajado en el alma por las vacaciones (quien las ha tenido), el espíritu mundano y consumista de las fiestas, los compromisos, las visitas, los regalos, etc. Ahora, encima, vienen las rebajas y para qué queremos más. Así que conviene que nos centremos de nuevo en el Señor y en su Palabra. Que se note que para nosotros la Palabra del Señor es espíritu y vida.
Para ello tenemos la bendición de celebrar hoy la solemnidad del Bautismo del Señor: aquel día en el que Jesús se acercó al Jordán, a la zona donde Juan el Bautista bautizaba, se puso en la fila de los pecadores y se bautizó como uno más; aquel día en el que, apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Y se oyó una voz desde los cielos: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco»
Vamos a aprovechar este día para resaltar dos cosas:
- Miremos cómo Jesús no tiene ningún reparo en reconocerse pecador, obviamente sin serlo. El bautismo de Juan era un bautismo de conversión y acudían a él quienes se reconocían pecadores y querían convertirse. Pues ahí va Jesús también, aun a pesar de ser el Santo entre los santos. No tiene miedo de pasar por pecador. Es una lección que debemos aprender, porque cuánto nos cuesta a nosotros reconocer nuestro pecado. Nos creemos buenos. Y, en ese sentido, plantearse el hecho de hacer un buen examen de conciencia para después hacer fila para confesar o aceptar que otro me diga que a lo mejor no lo estoy haciendo bien muy frecuentemente nos da miedo.
- Miremos el papel fundamental del Espíritu Santo que, según el evangelista, aparece en forma de paloma y desciende sobre Jesús. El Espíritu Santo es inseparable de Jesús. Se le nombra en los evangelios varias veces para decir que es el Espíritu el que le impulsa a ir a tal sitio o a curar, o al desierto para ser tentado o a expulsar demonios. Hay dos momentos en los que nosotros recibimos el Espíritu Santo: el bautismo y la confirmación. No lo vemos, por supuesto, bajar en forma de paloma ni en ninguna otra forma, pero se comunica una gracia sobrenatural importantísima que nos hace, como dice san Pablo, revestirnos de Cristo para participar de su vida como hijos de Dios, hacer nuestro su mensaje y sus enseñanzas, morir al pecado como él murió en la cruz y resucitar a la vida eterna. El Papa Francisco decía en una homilía que el bautismo «no es una formalidad ni sólo una iniciación, sino que es algo que afecta profundamente nuestra existencia». Y añadió: «no es lo mismo una persona bautizada que una no bautizada, porque quien se bautiza se sumerge en la fuente de la vida que es Jesús y conlleva una fuerza espiritual que, entre otras cosas, nos ayuda a reconocer en el rostro del necesitado el rostro de Jesús».
Así que, como conclusión de la homilía toca aconsejar lo que aconsejó el Papa: enterarse de la fecha de nuestro bautismo para celebrarla y así no perder la conciencia de lo que el Señor ha hecho en nosotros y del don que hemos recibido. Tiene que ser para nosotros un día de fiesta. La Virgen María nos obtenga comprender cada vez mejor el valor de nuestro bautismo y testimoniarlo con una conducta de vida digna.