Homilía del 3º Domingo del Tiempo ordinario (Mc 1, 14-20)
Contaba un compañero sacerdote que un día que iba andando por la calle había una pandilla de chicos y chicas hablando en un parque por el que pasaba. Entonces uno de ellos sale del grupo, se pone delante de él, se arrodilla, pone los brazos en cruz y empieza a gritar sobreactuando: “¡Padre, perdóneme los pecados! ¡Padre, el perdón!”. Todos los amigos partidos de la risa con aquella escena. El sacerdote le miró fijamente a los ojos y le respondió con tono de comprensión: “No te preocupes, hijo, no te preocupes, que ser imbécil no es pecado”. Los amigos todavía más muertos de la risa. Son, en el fondo, esos momentos cotidianos en los que echas de menos al mejor superhéroe de todos los tiempos: al Tío de la vara, para erradicar la tontería en el mundo…
Ser imbécil no es pecado… pero, ¿qué es pecado? ¿Se puede hablar hoy de pecado? Quizá cada día es más difícil. En alguna ocasión alguna persona ha intentado convencerme de que el pecado no existe, que todo son errores. No, no confundamos. Son cosas distintas. El pecado existe. Y no es lo mismo un pecado que un error. Cuando uno comete un error es que ha hecho algo malo sin darse cuenta o de buena fe y entonces dice «ha sido un error». El pecado es algo malo hecho voluntariamente: sé que no está bien, pero lo hago. Cuando un niño desobedece sabiendo que tiene que obedecer está cometiendo un pecado. Si un servidor le llaman pero está cansado y no le apetece coger el teléfono y no lo hace por comodidad, pues estoy cometiendo un pecado que como sacerdote tiene su importancia. Si una persona miente, sabe que lo está haciendo y que está mal, que es una traición a la confianza de los demás, está cometiendo un pecado. Y así, podríamos poner multitud de ejemplos siguiendo los mandamientos de la ley de Dios, a quien ofendemos con nuestros pecados, porque, ante todo, el pecado es una ofensa a Dios, que nos ama y nos ha creado para el bien, no para el mal. Luego, obviamente, hay pecados leves y pecados graves, veniales y mortales.
Parte del mensaje la Palabra de Dios de hoy tiene que ver con la conversión, con el convertirnos de nuestros pecados. Primero, el profeta Jonás, más conocido como el que estuvo tres días en la ballena. El libro de Jonás es, en realidad, un parábola para hablar de cómo Dios no es indiferente al mal, y por eso amenaza, pero también es misericordioso y por eso se arrepiente cuando ve la conversión de los ninivitas. El Jonás de la parábola es como un modelo de los sacerdotes, porque es alguien que también necesita convertirse antes de anunciar a los demás la conversión. Los sacerdotes nos vemos reflejados en él.
También el Evangelio nos habla de la conversión. Dice Jesucristo: está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio. Se refiere a convertirnos de nuestros pecados. Uno no se tiene que convertir de ser bueno.
Un profesor de religión explicaba el pecado y sus secuelas de la siguiente manera. Hablaba de unos alumnos suyos que fueron a esquiar y uno de ellos se cayó y se rompió una pierna. Tuvieron que operarle para ponerle unos clavos que fijasen el hueso. Le escayolaron dos meses y cuando le quitaron la escayola tuvo mucho más tiempo de rehabilitación porque los músculos se le habían atrofiado y no podía andar bien. Algo semejante ocurre con el alma. El pecado grave es como una fractura en la propia vida: el alma rompe su relación con Dios. Hay que volver a pegarla, como los huesos rotos. En las cosas del alma eso se hace mediante una buena confesión. Pero el pecado nos ha hecho más débiles, por lo que tenemos más facilidad para que el hueso se nos rompa por el mismo sitio; una vez que hemos mentido o cometido un acto impuro o criticado o alimentado el rencor o lo que sea, tenemos cierta facilidad para volver a rompernos por el mismo sitio y, así, adquirir un vicio. Entonces ocurre como con la pierna fracturada: que algunos músculos quedan atrofiados por la falta de uso. No basta con confesarse y arrepentirse, hay que rehabilitarse, ejercitarse en las buenas obras poco a poco. Ese es el sentido de la penitencia que el sacerdote impone en la confesión.
¿Qué dicen tantos fumadores que quieren dejar de fumar? Que no pueden, que están enganchados. La costumbre crea un hábito. También hay personas que dicen que quieren ser trabajadoras, generosas, humildes, sinceras… pero que no pueden: están enganchados a la soberbia, a la mentira, a la impureza, a la pereza, al egoísmo… hay que rehabilitar el alma. ¿Cuáles son las fracturas de mi alma? ¿Cuál es el sitio por el que se rompe o se debilita mi alma y mi amistad con Dios?
Dice el libro de Jonás: y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nívine, y no la ejecutó. El profeta Ezequiel: Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta de su conducta y que viva. La misericordia de nuestro Dios es nuestra esperanza, aprovechémosla ya que la tenemos tan al alcance de la mano. La Iglesia invoca a María como Madre de la Misericordia. Ella nos lleva a acudir a la misericordia de su Hijo.