Homilía del 5º Domingo del Tiempo ordinario (Mc 1, 29-39)
Siempre que leo este evangelio me hago la misma pregunta. San Marcos nos cuenta cómo Jesús cura a la suegra de Simón, pero no nos dice nada sobre si a Simón le hizo gracia que Jesús curara a su suegra. Una de las ventajas que tiene ser cura es uno puede contar chistes de suegras sin que nadie se lo tome como algo personal. Caerá el chiste mejor o peor, pero nunca como algo personal. La mayor parte de los que me leen no pueden hacerlo. Lo siento. Por alguna razón desconocida la malicia popular se ha encargado de transmitir una idea negativa de las suegras. Hay que decir que este evangelio demuestra que Jesús también las ama: está en casa de Simón, le cuentan que su suegra está enferma y la cura. Jesús ama a las suegras. Quizá porque no tenía una, pero las ama.
Es bueno recordar, no obstante, que quien ama a sus suegros está amando a su marido o a su mujer en ellos. Y quien los desprecie también desprecia a su marido o a su mujer. Y quien los cuida, hace lo propio con su cónyuge. Estoy seguro que amar a los suegros vale más que mil cajas de bombones. Y lo mismo de los yernos y nueras. Se ama a los propios hijos en ellos, por más que pueda haber tensiones, que seguro que no faltan.
No obstante, quería comentar otros aspectos de la Palabra de Dios de hoy. Cuenta el evangelista que Jesús fue a casa de Simón y Andrés y que allí la suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. En varias ocasiones la Escritura presenta la acción benevolente de Dios como un levantar al hombre. En esta curación se hace de un modo físico. La suegra de Simón está en cama, no puede ir, como hacían muchas personas, a pedir a Jesús que la cure. Y es Jesús quien se acerca, quien rompe la distancia, quien la toca, la coge de la mano y la levanta. No es ella la que va a Jesús, sino Jesús quien, conociendo su dolencia, va a ella. En otras ocasiones se habla de cómo Dios levanta al ser humano, pero en un sentido figurado. Así el salmo 113 dice que el Señor levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes de su pueblo. Es la oración de quien se encuentra hundido, abatido, por el sufrimiento, por el desengaño, por el vacío o por la tristeza que produce el pecado, y pone su esperanza y confianza en Dios. Cada vez que Jesús cura, cada vez que Jesús perdona los pecados, cada vez que consuela, cada vez que expulsa a los demonios, cada vez que bendice, cada vez que corrige o aconseja, está levantando al caído.
La cuestión es que muchas veces, a día de hoy, esos caídos somos nosotros y no siempre sabemos acudir a nuestro Señor o ver en Él nuestra esperanza. No siempre sabemos ver en el Corazón de Jesús nuestro refugio. No siempre sabemos ver en la confesión el toque del amor de Dios en nuestro corazón ni en la Eucaristía el alimento que nos da fuerzas. No siempre sabemos ver en la oración de cada día ese momento especial que levanta nuestro espíritu. Y no siempre sabemos ver que cuando Jesucristo nos levanta, nos hace capaces de muchas obras buenas. Le pasa a la suegra de Pedro. Jesús la coge de la mano, la levanta y ella se pone a servir. Y es a eso precisamente a lo que también nos mueve a nosotros. Quizá una de las preguntas que puede suscitarnos el Evangelio de hoy a cada uno es a quién podemos nosotros ayudar a levantarse o a quién podemos acercar el amor de Dios que le levante o a quién podemos bendecir con una obra buena de nuestra parte. Como la suegra de Pedro, demos nosotros a los demás lo que hemos recibido de Dios.
Estando inmersos en esto y viendo cómo el Evangelio habla de la cantidad de gente que buscaba a Jesús para ser curada, liberada del demonio o escuchar sus palabras, llama la atención que Jesús se esconde de la gente y busca un lugar solitario para orar. Leía un autor que dice sobre esto: «no sabe quién es Jesús el que ignora o considera menos importantes sus largos ratos de oración personal. ¿Quién es mejor, el Jesús que cura a la gente o el que reza a solas? En realidad, es imposible hacer esa separación. Es el mismo y único». Si no podemos separar en Jesús orar y actuar, mucho menos en nosotros que estamos tan necesitados de Dios. Orar no es perder el tiempo, sino llenarse de Dios para darlo a los demás. María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón. Ella es también nuestro modelo.