Jueves Santo

Homilía del Jueves Santo (Jn 13, 1-15)

cathopic_148656811725069.jpgLeo en un libro de homilías que tengo y que escribe un sacerdote jesuita, P. Juan Gafo, una historia de la vida del P. Arrupe, también jesuita. Según se cuenta 15 años después de la bomba atómica de Hiroshima el P. Arrupe andaba por allí y se encontraba visitando una chabola en que vivía una japonesa cristiana. La muchacha se encontraba muy enferma, como consecuencia de la radiación, y el jesuita intentaba limpiar sus heridas. Entonces Nakamura, que así se llamaba la muchacha, abrió los ojos y le preguntó: «Padre, ¿me ha traído la Sagrada Comunión?». El Padre asintió y la joven recibió con lágrimas en los ojos el Pan de Vida.

En esta celebración de Jueves Santo conmemoramos aquella Cena en la que Jesús hizo varias cosas que, a los ojos de cualquiera, quizá no signifiquen nada, pero que, para los creyentes, son cosas sumamente grandiosas. Si se las contamos a nuestros amigos y familiares no creyentes nos dirán con cara de extrañeza «ay, qué bien» y enseguida tratarán de cambiar de tema porque no lo entienden. Pero para nosotros forman parte del sentido de nuestra vida.

Es la Cena en la que Jesús instituye la Eucaristía. En el canon de la Misa, si se usa el canon romano, que es el que usamos en mi parroquia, se dirá «En el día mismo en que nuestro Señor Jesucristo encomendó a sus discípulos la celebración de los misterios de su Cuerpo y de su Sangre». Es, por tanto, también la cena en que instituyó el sacerdocio, para que muchas personas después recibiéramos este regalo de ser sacerdotes a pesar de nuestros pecados. Es la Cena del lavatorio de pies y la caridad fraterna, porque, en el fondo, en cada eucaristía se nos dice: «oye, Jesucristo se te ha dado con su Cuerpo y con su Sangre en la comunión, ahora ve y haz tú lo mismo».

Una de las cosas que resalta san Juan en el Evangelio al hablarnos1482020095900539.jpg de lo que sucedió en esta Cena es que Jesús, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Él, Juan, lo vivió en primera persona, lo que les habló, cómo lo hizo, cómo les lavó los pies… habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Lo vivió. El amor de Dios no tiene límites. Cuando el amor comienza, todo es estupendo y parece que estamos dispuestos a cualquier cosa por aquellos que amamos. Pero con el paso del tiempo, sin embargo, el amor comienza a pedir sacrificio, renuncia y entrega. Ahí muchos se dan la vuelta. Jesucristo no. Jesucristo sigue y lo hace hasta el final, hasta el extremo entre los extremos. Por eso no le importa arrodillarse como un esclavo y lavar los pies a gente que después le iba a dejar solo, gente que, como Pedro, le iba a negar una y otra y otra vez, gente que, como Judas, le iba a vender por muy poco. El amor de Dios es más grande que nuestros pecados.

Los pies son la parte del cuerpo que se nos cansa, se hace daño y nos duele cuando hacemos una caminata larga. Quizá debamos ver ahí un símbolo de nuestra alma, que se cansa y se hiere y duele en el camino de la vida, cuando nuestros propios pecados, los ajenos y las cosas que pasan la golpean. Si en aquella Cena, llevado por su amor, Jesús lavó los pies de los discípulos, hoy, llevado por su amor, lava, cura y purifica nuestra alma. Es el amor eterno de Dios que está continuamente arrodillado ante nuestros pies y nos presta el servicio de esclavo.

Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. Dice Benedicto XVI: «Todo lo que hacemos por los demás, especialmente por los que más sufren y los que son poco apreciados, es imitar a Jesús, es lavar los pies». En ocasiones me tocará hacer algún favor a alguien con quien estoy molesto o enfadado… recuerda que Jesús lavó los pies de Judas y de Pedro. Muchas veces cuesta humillarse para hacerlo, pero no tenemos ni otro ejemplo, ni otro mandato, ni otro gesto por parte de Jesús. Él lo hizo y lo pidió a los que lo siguieran después. Así que, en el fondo, no podemos olvidar una dimensión más profunda: lavar los pies es, también, perdonar, recomenzar con la gente.

El sacramento de la Eu1479855941389777.jpgcaristía es como el resumen de todo esto. Cuando vemos al sacerdote alzar el Pan en la consagración debemos decir «aquí está Jesús que viene a lavar mi alma como un día lavó los pies». Y al comulgar y terminar la misa, como si el Señor nos dijera «lo que yo he hecho con vosotros, hacedlo ahora con los que os rodean». Para Nakamura, la chica de la que hablaba al principio, la eucaristía era el centro de su vida. Esperaba más la comunión que limpiaba su alma que el sacerdote metido a enfermero que limpiaba las heridas de su cuerpo afectado por la radiación de aquella locura de Hiroshima. Por algo sería.

Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.

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