Yo soy el pan «bimbo» bajado del cielo

Homilía del 19º Domingo del Tiempo ordinario (Jn 6, 41-51)

56b6b716b5f14En el Seminario teníamos la costumbre de, al finalizar las Completas (la oración de la noche), recordar el día que se celebra según el calendario litúrgico, las lecturas de la misa del día siguiente y alguna frase representativa de esas lecturas. Por poner un ejemplo, esta noche diríamos que mañana es lunes, feria de la decimonovena semana del Tiempo ordinario, se leerá en misa Mt 17, 22-27, «al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres, lo matarán, pero resucitará al tercer día». Una noche tocaba anunciar que al día siguiente se leía el capítulo seis de san Juan con la frase de Jesús «Yo soy el pan vivo bajado del cielo». Pues, el seminarista que le tocaba hacerlo dijo todo solemne: – «Yo soy el pan bimbo bajado del cielo»… ahí se terminó la oración de la noche porque todo el mundo estaba por los suelos de la risa. Después de doce o trece años todavía se lo recordamos diciéndole que la boca habla de lo que rebosa el corazón.

Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Esta frase del Evangelio de hoy es una cathopic_1518892238821393.jpgde las claves de nuestra vida cristiana. En su momento, cuando Jesús la pronunció supuso un verdadero shock entre los presentes. De hecho, hoy incide el evangelista san Juan que los judíos criticaban a Jesús porque había dicho «Yo soy el pan bajado del cielo». Era algo inaudito. Los próximos dos domingos leeremos cómo los judíos se escandalizaban porque Jesús decía que para tener vida tendrían que comer su carne y cómo muchos que hasta entonces le habían seguido le abandonaron a causa de ello. En la lectura de hoy la cuestión es que ellos no se explican cómo Jesús puede considerarse un enviado del cielo. Para ellos era alguien normal y por eso decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo? No podían ir más allá. Además, las frases que Jesús utilizaba para explicarlo conectaban clara e intencionadamente con acciones de Dios en la historia de Israel como si Jesús estuviera poniéndose en el lugar de Dios e, incluso, pretendiera hacer cosas más grandes, como cuando dice que vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo para que el hombre coma de él y no muera. Eso les escandalizaba aún más y, de hecho, fue, a la postre, la razón principal de la condena de Jesús a muerte: se hacía Hijo de Dios.

Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Como decía, es una de las claves de la vida cristiana. Jesucristo es Dios hecho hombre y Dios no ha bajado a nuestro mundo sino para darnos vida. La vida que Él da no es para un momento o un tramo del camino, sino para siempre. Y si encontramos esa vida en la Eucaristía no es porque sea una poción mágica o un alimento hecho con una receta especial, sino porque es Cristo. Y Cristo nos invita a participar de su vida. Nos la comunica cuando comulgamos. Uno de los nombres con los que la tradición de la Iglesia se ha referido a la Eucaristía es «Panis viatorum», es decir, el «Pan de los que están en camino». Es el alimento del alma, su combustible. A los cristianos nos pasa como a Elías. Estaba cruzando el desierto huyendo y cuando ya había tirado la toalla y deseaba morir un ángel le mostró pan y agua y le dijo: “levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas”. Elías se levantó, comió y bebió, y, con la fuerza de aquel alimento caminó hasta llegar al monte de Dios. Igualmente, nosotros encontramos la fuerza de la vida en la Eucaristía, el pan de los ángeles o el Panis viatorum. Él desde la eucaristía nos alienta y nos renueva interiormente en este camino hacia la eternidad.

43818759511_0f16f625b4_k.jpgPuede que nos cueste reconocer que en la Eucaristía Jesús sea el pan y el pan sea Jesús. Es el momento en que nuestra pequeña mente se abre al misterio de Dios, que siempre está más allá de lo que podemos pensar y entender. Pero dejémonos guiar por el hambre que tenemos de conocer el verdadero sentido de la vida, el hambre que tenemos de vida eterna, el hambre que tenemos de amor verdadero e infinito, el hambre de Palabra de Dios, porque, sin duda, que a través de ese hambre Dios nos está conduciendo hasta Él.

No podemos menos que rezar a la Virgen María para que nos guíe al encuentro con Jesús, Pan vivo bajado del cielo, y que nuestra amistad con Él sea cada vez más fuerte y más intensa.

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