Homilía del 23º Domingo del Tiempo ordinario (Mc 7, 31-37)
Esta era digital en que nos vamos introduciendo nos está trayendo muchas cosas nuevas. Cada vez se va imponiendo el hacer todo a través de máquinas, sea desde casa, a golpe de click, o en cualquier establecimiento, donde empiezan a verse cajas automáticas y es uno el que va y pasa los artículos por la máquina en vez de hacerlo una persona que te atiende. En las primeras cosas donde empezó a suceder esto fue en los videoclubs. Antes ibas al videoclub como a una tienda normal. Para los más jóvenes, era una tienda parecida a lo que hoy es el Game. Allí ibas, te pasabas un rato viendo las pelis que había, leías la sinopsis, hablabas con gente que te encontrabas allí y preguntabas al chico de la tienda qué tal la peli que habías cogido. Ir a alquilar una película era un momento social, no podías ir en pijama. Luego empezaron a cambiar los videoclubs tradicionales por máquinas en plan cajero del banco y, ahora, prácticamente han desaparecido todos consumidos por la televisión a la carta de internet.
Me parece súper oportuno llamar la atención sobre la creciente despersonalización de nuestra vida a medida que los avances tecnológicos van imbuyendo todo cada vez más. Nos estamos deshumanizando y, seguro, que os vienen muchos ejemplos a la cabeza. Y me parece súper oportuno comentarlo en relación al Evangelio de hoy. San Marcos nos cuenta cómo Jesús cura a un sordomudo. Cuando se lo presentan le piden que le imponga las manos. Jesús, sin embargo, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Después, sopla sobre él y dice effetá (ábrete), momento en el cual el sordomudo queda curado. La gente se queda asombrada por el milagro: Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos. Pero sería bueno también fijarse en el encuentro personal que Jesús quiere tener con el sordomudo: está con él a solas, le toca. Podía haberle curado sin más, pero quiso, como digo estar con él y hacerle sentir y experimentar su compañía físicamente. A pesar de producirse en medio de la multitud, es un encuentro muy personal.
Mientras la tecnología y el ritmo de la vida nos está conduciendo a relaciones cada vez más despersonalizadas, virtuales, encerrándonos en nuestros propios chiringuitos, parece como que el Evangelio de hoy nos invita a no dejarnos llevar por esa tendencia y reivindica la bondad y la belleza del encuentro personal, del estar juntos y el estar de verdad. Jesús con su gesto expresa amor, interés, dedicación. Está haciendo ver al sordomudo que es importante y valioso y no uno más de la multitud. Hoy día muchas personas se quejan de que en la calle, en los trabajos e, incluso, en los peores casos, en la familia, cada uno va a lo suyo y nadie mira por nadie. Hay gente, y es triste, que vive rodeada de gente, pero, a pesar de ello, se encuentra sola. También en esto urge imitar a Jesús y no dar por supuesto que estamos ahí, sino realmente estar con las personas y participar de su vida y ellos de la nuestra. Es importante. Todas las personas son valiosas y dignas de ser amadas pero hemos de hacérselo saber con presencia y dedicación, especialmente a quienes más sufren.
Eso es lo que hace Jesús con el sordomudo y eso es lo que quiere hacer Él también en nuestra vida. Es muy importante también, al hilo de todo esto, valorar y cuidar mucho los momentos de encuentro personal con Dios. No, desde luego, por Él, sino por nosotros. No es lo mismo una misa o un rezo vivido con rutina, casi como diciendo «aquí estoy, pero a ver si termina» o pensando en cualquier cosa, que cuando nos paramos a tomar conciencia de que Él está con nosotros, nos ama, nos mira, quiere ser la sangre que circula por nuestras venas, la mano que nos levanta, el médico que nos cura por dentro, la luz que nos guía. No es lo mismo confesarse para quitarse los pecados de encima, que pararse a pensar cómo Dios mismo nos perdona en la absolución. En ese momento, a la par que el sacerdote dice «Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo», Jesús renueva aquel «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» que pronunció desde la cruz. En ese momento, Dios repite el abrazo que dio el padre del hijo pródigo cuando éste regresa a casa. Son momentos en que Dios nos lleva a solas para, como al sordomudo del evangelio de hoy, estar con nosotros y hacernos saber cuánto nos ama y cuán valiosos somos.
El Espíritu Santo que fecundó el seno de la Virgen María, nos abra a nosotros los sentidos espirituales para saber darnos cuenta de que Dios también nos toca y quiere estar con nosotros. Ojalá que lo experimentemos en nuestra vida y que seamos también conscientes de lo importante que es que, como Él, nos hagamos presentes de verdad en la vida de las personas.