Homilía del 24º Domingo del Tiempo ordinario (Mc 8, 27-35)
«Somos la chispa que encenderá el fuego que restaurará la República». Si alguien ha entrado en este enlace porque piensa que habla de política, de republicanos y monárquicos, izquierdas y derechas, lo mejor es que no siga leyendo. Esto es una homilía y no hablamos de política. Esta frase del título y del comienzo de la homilía la dice la Vicealmirante Holdo (en la imagen) en la película Los Últimos Jedi de Star Wars. Es un momento crítico. La General Organa se encuentra en coma, la mayor parte de los comandantes han muerto y la Resistencia está a punto de ser aniquilada por la Primera Orden. Entonces la Vicealmirante toma el mando y arenga a sus soldados con esta frase como diciendo, no importa que seamos pocos, venceremos. San Pablo diría nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan.
No podemos negar que el católico convencido hoy día a menudo se siente acosado por sus semejantes, especialmente los medios de comunicación. Ese sentimiento de acoso se suele juntar con la soledad. Parece que los católicos somos el saco de boxeo preferido de la gente. No negaremos que, a veces, hemos abandonado la palabra de Cristo y hemos dado ocasión para ello, pero tampoco somos tontos y sabemos que, igualmente, se oculta deliberadamente mucho bien callado, silencioso, escondido, que la Iglesia hace. He leído estos días en Alfa y Omega una noticia en la que se anunciaba que un grupo de jóvenes organizaban para este sábado 24 de septiembre el rezo del rosario por las calles del centro de Madrid. Una de las chicas que organiza el evento cuenta al periódico que le surgió la idea caminando por la Plaza de Ópera porque veía a la gente como muy apagada y pensó que el mundo está necesitado de la luz que nos da la Virgen. Dice: «Muchos jóvenes hoy en día dan la espalda a Jesús, y por eso queremos rezar y dar nuestro ejemplo, que vean que hay otra manera de vivir». Permítanme comentar que, cuando hay jóvenes que se involucran en estas cosas, lo valioso no es el mayor o menor éxito que tengan o si va mucha o poca gente, sino que Jesucristo ha encendido una mecha en su corazón y están dispuestos a trabajar porque esa pequeña mecha prenda el mundo entero. En ese sentido, somos la chispa que puede encender el fuego del amor de Dios en el corazón de los hombres. Y lo somos a través del testimonio.
El Evangelio de hoy tiene que ver con esto. Cuando Jesucristo pregunta a los apóstoles sobre qué dice la gente por ahí de Él, las respuestas manifiestan que la gente le tiene por alguien importante y como un enviado de Dios (¿Quién dice la gente que soy yo? Unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas). Pero luego viene lo gordo, que es la pregunta personal, la pregunta en que los apóstoles tienen que mojarse: ¿Quién decís vosotros que soy yo? Y aquí aparece la respuesta de Pedro: Tú eres el Mesías. Para seguir a Jesucristo no vale decir «Jesucristo es el Mesías» porque te lo han enseñado así. Es necesario tener un convencimiento nacido de lo profundo del corazón. Y ese convencimiento solo está presente en las personas que se han encontrado con Él en su corazón. San Marcos es muy breve y no nos lo cuenta, pero cuando san Mateo narra esta misma escena en su Evangelio cuenta que Jesús le responde a Pedro: ¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos (Mt 16, 17). Dios nos habla al corazón y nos muestra su compañía y nos hace ver que lo que la Biblia y la Iglesia nos transmiten es verdad. Y esa verdad cambia nuestra vida. Cuando eso sucede somos otras personas. Entonces surge gente como los muchachos que organizaron el rosario por Madrid el sábado: «queremos rezar y dar nuestro ejemplo, que vean que hay otra manera de vivir».
Uno ve esto y dice: «yo también quiero», «yo también quiero tener ese convencimiento, esa valentía». Deja espacio en tu vida para que Jesús entre y la transforme. Para eso es necesario dedicarle tiempo. Cuidar la vida espiritual, buscar el encuentro con Dios, es tan necesario como comer, beber y ducharse. No es cosa de un día a la semana, sino de todos los días… y varias veces si es posible. Habla con tu cura, para que te ayude o, al menos, te dé un impulso, un empujón, que está para eso.
Alguno podrá decir: «pero mira lo que dice Jesús, que el que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga». Cierto. Jesús no es político ni publicista. No vende el producto. Seguirle no es fácil, y Él lo reconoce. Pero vale la pena. El mundo promete mucho. Promete una felicidad de cuento. Sin embargo, te esclaviza en el egoísmo, el dinero, el placer, la comodidad. Jesús te libera del mayor de nuestros demonios: el yo. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvar. Lo sabe el que lo vive, el que lo experimenta. Y, como lo sabe, lo cuenta a los demás. Entonces se convierte en la chispa que enciende el amor de Dios en el corazón de la gente.