Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?

Homilía del 26º Domingo del Tiempo ordinario (Mc 9,38-43.45.47-48)

Dios-mio-pero-que-te-hemos-hecho-estrenoHace cuatro años salió una película francesa muy divertida llamada «Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?» . La película gira en torno a un matrimonio muy francés, muy tradicional y muy católico, que tiene cuatro hijas. Siempre han tratado de inculcar sus valores y costumbres a sus hijas con la esperanza de que ellas continuaran con ellos, pero la cosa se pone les va poniendo difícil. Su  primera hija se casa con un musulmán, la siguiente con un judío y la tercera con un chino. Sólo queda la cuarta, la pequeña, que es su última esperanza. No voy a contar qué pasa con ella. Así que la película va contando las historias entre suegros y yernos y entre cuñados. En el fondo ofrece una visión desenfadada de la dificultad que supone convivir con el que es diferente a nosotros y aceptarlo en nuestra vida con amor, además de saber ver y valorar todo lo bueno que hay en él.

Me ha parecido muy oportuno traer esto a propósito del Evangelio de hoy, en que, precisamente, aparece esa misma dificultad. Sucede cuando Juan, el discípulo amado, le comunica a Jesús que hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de nuestro grupo. Los evangelios distinguen dentro del grupo de Jesús algo así como tres círculos de amistad o cercanía al Maestro. El círculo más cercano e íntimo serían los Doce Apóstoles. El siguiente círculo eran los llamados discípulos, que son muchas personas más que seguían a Jesús habitualmente y, por ello, se les identificaba como discípulos aunque no fueran de los Doce. Cuando se menciona el número se habla de 72. Y luego, abriendo más, estaba la gente que iba de por sí a escucharle o a que los curara. Bien, pues, en los evangelios aparece cómo Jesús envía a los discípulos de dos en dos a predicar en su Nombre y con poder para curar y expulsar demonios y cómo éstos regresan alegres por haber realizado con éxito la misión que Jesús les ha encomendado: Los setenta y dos volvieron con alegría diciendo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre» (Lc 10, 17). Jesús mismo les había enviado a esa misión y les había dado el poder necesario para llevarla a cabo, así que, cuando ven a otro que hace lo mismo pero no es de su grupo, se molestan y tratan de prohibirlo porque no es de ellos. Jesús, sin embargo, quiere lo contrario y les dice que le dejen seguir haciéndolo. jesus-habla-con-sus-discipulos

La respuesta del Señor evidencia, en el fondo, dos cuestiones. Primero, algo no siempre tan obvio, que Dios puede hacer cosas buenas en todos y a través de todos. Los discípulos aprendieron aquél día que había gente haciendo cosas buenas en nombre de Jesús aunque no eran de su círculo más cercano. San Agustín decía «como en la católica —es decir, en la Iglesia— se puede encontrar aquello que no es católico, así fuera de la católica puede haber algo de católico». Y, segundo, consecuentemente, el discípulo de Jesús tiene que saber reconocer en los demás todo lo bueno que Dios hace en ellos sean cristianos o no, sean de otras religiones, países, partidos, etc. Hoy es muy común censurar a la gente porque es de estos o de los otros. Es normal meter a todos los de un partido, religión, ideología o procedencia dentro de un mismo saco y censurarlos por lo que hacen algunos. Benedicto XVI tiene una frase preciosa sobre esto: «todos y siempre debemos ser capaces de apreciarnos y estimarnos recíprocamente, alabando al Señor por la «fantasía» infinita con la que obra en la Iglesia y en el mundo». Dios actúa en todos de modos que  ni nos imaginamos y, por ello, cuando no sabemos reconocer en el otro lo bueno, en el fondo estamos pasando por alto la obra de Dios en el mundo.

Así que, quizá podríamos añadir, a todas esas frases que Jesús también dice hoy: si tu mano es ocasión de pecado para ti, córtatela…si tu mano es ocasión de pecado para ti, córtatela… si tu ojo es ocasión de pecado para ti, sácatelo… digo, podríamos añadir, «si tu lengua es ocasión de pecado para ti, sácatela». Porque cuando no aceptamos a alguien, la lengua es el instrumento con que le dañamos. Basta una crítica o una burla o un comentario sarcástico o de doble sentido para dejar al otro mal y apartarlo de nosotros o de los demás. Enseguida decimos «es que este es de nosequé o nosequién» y con ello justificamos nuestra actitud de rechazo, censura y condena.

jesus-y-la-risa.jpgMuchas palabras de Jesucristo nos invitan a aceptar al otro (y no hemos mencionado el amad a vuestros enemigos). Hoy lo hace mostrándonos que Dios actúa en todos los hombres, incluso entre quienes no son del grupo de Jesús (hoy, la Iglesia); y lo hace también invitándonos a saber ver y valorar lo bueno que hay en los demás a pesar de nuestras diferencias, sabiendo colaborar con ellos en todo lo que tenemos en común, que es más de lo que parece.

Recemos para que esta sabiduría que hoy nos transmite el Señor cale bien hondo en nuestros corazones.

 

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