¡Es una trampa!

Homilía del 27º Domingo del Tiempo ordinario (Mc 10, 2-16)

crop.phpEn el Episodio VI de La Guerra de las Galaxias hay una escena mítica para cualquiera que le guste la saga. Cuando la Alianza Rebelde ataca la segunda Estrella de la Muerte, el almirante Ackbar se ve obligado a hacer una maniobra evasiva de todas las naves que lo conduce directo hacia todo el grueso de la flota imperial. Al darse cuenta exclama: «¡es una trampa!».

Hay personas que cuando alguien les dice que se va a casar responden igual que Ackbar: «¡cuidado, es una trampa!». A veces es broma, a veces es para que el otro no se case en plan pardillo y a veces es fruto del propio desengaño, que uno transmite sin querer queriendo. Sea como fuere, el deseo de amar y ser amado, el deseo de familia, está ahí en el corazón de cada ser humano y por eso el tema del matrimonio forma irremediablemente parte de la vida. Es un lujo que las lecturas de la liturgia de hoy hablen de este tema, porque son una buena ocasión para preguntarnos qué es lo que Dios ha querido para el matrimonio y, así, emplear todos los medios a nuestro alcance en realizarlo. Vamos a ver algunas cuestiones.

Primera lectura. Génesis. Sabemos de sobra que una imagen vale más que mil palabras, pero en la época en la que se escribió el Génesis (entre los siglos IV y VIII a. C., aunque, sinceramente, es un poco lío poner de acuerdo a los expertos en cuestión de fechas y yo no me aclaro) no existían las cámaras de fotos ni las películas y ni siquiera el dibujo o la escritura eran tan fáciles y asequibles como lo son hoy día. En aquella época, las imágenes no se grababan ni se pintaban, sino que se contaban, se narraban. Eran imágenes poéticas, metáforas, comparaciones, que pretendían transmitir una serie de ideas profundas sobre Dios, el ser humano, el origen de todo, el mal y el pecado, el sentido de las cosas. Después, todo eso que se contaba y se narraba, era recogido y puesto por escrito por algún o algunos alumnos aventajados. Así son los primeros capítulos del Génesis, dondecathopic_1519014914433539.jpg se nos habla de la creación del mundo y del hombre por parte de Dios.

En la parte que hemos leído hoy, el autor nos dibuja con sus palabras una escena con la que habla de la creación de la mujer. En ella, Adán se encuentra en el paraíso con todo a su disposición pero aun así no es feliz, algo le falta al muchacho. Dios se da cuenta de que su problema es la soledad y, entonces, interviene. Cuando lo hace, no dice “mira qué tranquilo y qué bien está el hombre, Adán, se va a enterar” y, entonces, crea a la mujer. No. Lo que dice es: No está bien que el hombre esté solo, voy a hacerle alguien como él que le ayude. Y cuando el hombre se encuentra con la mujer, después de que Dios la ha formado y se la presenta, no dice: “madre mía, la que me ha caído. Dios mío, ¿cómo has podido hacerme esto?”. Tampoco. Lo que el hombre dice es ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Es una expresión de alegría y admiración porque al encontrarse con alguien que es semejante y, a la vez, distinto, se siente completo en su propio ser. De ahí, que el autor del Génesis, como si fuera la voz en off de la escena, concluya: por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. Tan importante es para él la mujer, que es capaz de dejarlo todo por estar con ella. La visión del matrimonio, de la unión hombre-mujer, que hasta aquí ofrece la Biblia es una visión donde reina la alegría, la armonía, la belleza de la vida común e, incluso, podría decirse, el no ser el uno sin el otro.

Portada-libro_ECDIMA20171005_0013_21.jpgSin embargo, siguiendo el ritmo de las lecturas de hoy, en el Evangelio Jesucristo se ve obligado a hablar del divorcio y el adulterio: ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre y, también, si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera y viceversa. ¿Qué ha pasado? ¿No es todo alegría y armonía? ¿Por qué aparece el tema del divorcio? ¿Nos hemos perdido algo? La explicación también la encontramos en el Génesis, cuando el autor sagrado nos habla del pecado (Gen 3). En ese capítulo se nos cuenta cómo el ser humano, hombre y mujer, cae en el pecado y se ve esclavizado por su propio egoísmo y su propia soberbia. Todo se trastoca, también la relación hombre y mujer, que, desde entonces, se ve marcada por el afán de dominio y la búsqueda de uno mismo. A partir de ahí el matrimonio aparece más como una carga, que como una bendición y hay quien quiere librarse de ella (de ahí la permisividad de Moisés respecto del divorcio) … hasta que llega Jesucristo. Jesucristo quiere volver al plan primero y lo remarca.

La cuestión es: ¿es posible vivir el matrimonio y la relación hombre-mujer con la armonía que describe el Génesis antes del capítulo 3? SÍ, ES POSIBLE. Y lo es porque con su muerte y resurrección Jesucristo nos ha alcanzado el don que nos transforma y nos ayuda a superar la búsqueda de uno mismo que arruina cualquier tipo de amistad. Perdonar, tener paciencia, respetar, poner al otro en primer lugar a pesar de sus defectos y los de uno mismo… Todo lo podemos en Aquel que nos conforta (cf. Flp 4, 13). Jesucristo insiste en la indisolubilidad del matrimonio porque Él está ahí y es el primer interesado en que el amor humano triunfe y el matrimonio sea una fuente de felicidad.

Sin embargo, con los pies en el suelo, es un engaño pretender vivir una vida matrimonialíndice «hasta que la muerte nos separe» sin tensiones, dificultades, crisis. Por ello y no queriendo alargar más la homilía, valga la reflexión de hoy para animar a quienes vivís en torno a la vocación matrimonial a ser fieles al sacramento, a poner los medios para que el amor prometido venza el egoísmo, a prepararse bien los que consideran que Dios les llama a esta vocación. No dejemos de admirar y cuidar a quienes nos dan ejemplo de una vida larga en común (¡cuánto puede ayudar su testimonio!) y, también, que acojamos y acompañemos con comprensión a quienes han visto su sueño familiar roto (en todas las casas cuecen habas). Dios existe y actúa. Él nos sostiene para que podamos vivir su plan, su sueño sobre nosotros, su sueño sobre el matrimonio.

Así que, recordando la importancia de rezar en familia, encomendamos a todos a la Sagrada Familia, cuya vida demuestra que con Cristo se pueden superar las dificultades para que el amor matrimonial y familiar, reflejo del amor de Dios, triunfe siempre.

PD.: He puesto de imágenes un par de libros sobre estos temas que enriquecen a cualquiera. No me llevo comisión, es que de verdad ayudan.

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