Homilía del 32º Domingo del Tiempo ordinario (Mc 12, 38-44)
He estado leyendo esta semana un texto de santa Teresa de Calcuta, la Madre Teresa, que se puede encontrar en el libro Camino de sencillez, en el cual se recogen pensamientos y anécdotas suyas. En este texto al que me refiero ella cuenta una anécdota que le sucedió caminando por la calle. Dice que se le acercó un mendigo y le dijo: «Madre Teresa, todo el mundo te hace regalos; también yo quiero darte alguna cosa. Hoy he recibido tan solo veintinueve céntimos en todo el día y te los quiero dar». Entonces se paró un instante a pensar en lo obvio: si acepto esos céntimos, que no son nada, él no va a poder comer nada de nada esta noche, pero si no se los acepto, le voy a dar un disgusto. ¿Qué hizo? Aceptó el dinero y cuenta la santa que el hombre se marchó feliz por el mero hecho de haber dado algo a la Madre Teresa. Entonces reflexiona ella: «Fue para él, que había mendigado todo el día bajo el sol, un enorme sacrificio el darme esta irrisoria cantidad con la que no se podía hacer nada. pero fue maravilloso también, ya que las moneditas a las que renunciaba se convertían en una gran fortuna porque habían sido dadas con tanto amor».
Con esto se da uno cuenta que lo que san Marcos nos narra en el evangelio no es algo extraño o fuera de lo común, sino que forma parte de la vida también hoy: una viuda pobre que echa en el arca de las ofrendas dos reales, mientras que muchos ricos echan en cantidad. Dos reales (dos monedas pequeñas en otras traducciones) en tiempos de Jesús podrían ser perfectamente lo que se llamaba en España la perragorda o la perrachica, unos céntimos de peseta. Jesús dice que esos céntimos que la viuda había echado era lo que tenía para vivir. No era extraño en aquel entonces porque la mujer, cuando moría el marido, quedaba desprovista de ingresos y, si no tenía hijos, se veía obligada a vivir de la mendicidad.
El gesto, por tanto, que está haciedo esta mujer es muy grande, semejante al del mendigo del que hablaba la Madre Teresa. Con ello, se nos muestra que hay gente en el mundo con una capacidad de amar muy grande, inmensa. Por eso Jesús la alaba y la pone por encima de aquellos que echaban mucho. En ella había más amor y más entrega, más donación. Pero hay algo que destaca sobre el gesto enorme de la viuda. Es el simple hecho de que Jesús se haya fijado en ella. San Marcos recalca que Jesús estaba observando a la gente y que muchos ricos echaban mucho, pero los ojos de Jesús se fijan en la viuda que está echando nada y valora su ofrenda por encima del resto porque ve cómo a través de eso está entregando su corazón y se está dando a sí misma. La mirada de Jesús es tremenda.
Es bueno pensar en esto, porque hay cosas que nos afectan en la vida. Una es el pensar que lo que hacemos no vale para nada. Y es que a veces nuestro bucle mental es eso de que, como dirían ahora, de los creadores del «yo no valgo» y del «por más que lo intento, no llego», llega el «y para qué si no vamos a solucionar nada». Como si todo no fuera más que una perrachica. Vale, piense usted en la viuda y sus perrachicas y lo que dice Jesús. Pero, otra cosa, otro modo de pensar, muy parecido, que también nos ronda, es el del desaliento que nos produce que nadie valore lo que hacemos. Entonces, de los creadores del «para qué hacer esto si nadie se va a fijar» y del «no me valoran como merezco», llega el «si es que por más que hago nunca están contentos conmigo».
Seamos claros. En la vida hay que hacer muchas horas extra, muchas cosas que no están en el sueldo. No me refiero tanto al trabajo, sino al ser padre o madre, esposo, sacerdote, consagrado, amigo, hijo, compañero, cristiano. Siempre hay muchos extras que no están en el «sueldo». Vivir en el amor como nos enseña Jesús es, sencillamente, hacer nuestra parte, porque Dios sí lo ve y sí lo valora. Es darse cuenta de que en el amor, lo que vale es el hecho mismo de amar y no lo que uno puede conseguir por medio de eso. ¿Tienes pensamientos de que cuando ayudas o cuando rezas o cuando sirves o cuando haces algo con amor no vale de gran cosa? El Dios que se fijó en la ofrenda minúscula de la viuda y le pareció más que todo lo que ofrecían los demás, también ve y valora tu ofrenda si la haces con amor, aunque no tenga el tamaño más que de una perrachica. Y, en el fondo, ¿qué más queremos? No es otra cosa que la lógica de la cruz de Cristo llevada a nuestra vida diaria. Los cristianos no tenemos otra lógica.
Dios no nos pide más que darnos a nosotros mismos. La Virgen María es ejemplo para todo el que busca entregarse a sí mismo confiando en Dios. Que ella no permita que el desaliento nos bloquee en el ejercicio del amor.