El final de todo… o solo el principio

 

Homilía del 33º Domingo del Tiempo ordinario (Mc 13, 24-32)

Hace unos días unos jóvenes se sentían súper modernos conmigo porque les contaba cómo eran antes las televisiones y cómo las arreglábamos cuando se les iba el color o no salía la imagen. Las televisiones antes eran como una caja de Amazon cuando pides algo grande o muchas cosas, eran cacharros grandes. La tecnología debía ser muy simple. Por ello,  era común que, con el paso de los años, a veces la encendieras y no se viera en color o no se viera la imagen. Se oía el sonido pero no la imagen. Y, en ocasiones, ni siquiera el sonido. ¿Cuál era el modo universal de arreglarla que estaba al alcance de cualquier persona de modo que, incluso, cualquier niño podía convertirse en un experto en imagen y sonido? Darle golpes. ¿No se veía en color? Pom, pom, pom, hasta que se arreglaba. ¿No se veía la imagen? Pom, pom, pom, lo mismo. ¿No se veía nada? Igual. Funcionaba en el 95% de los casos. Y si así no se arreglaba, entonces, sí, «vamos a llevarla al servicio técnico, que la tele está estropeada». Los chavales flipaban cuando se lo contaba.

El ejemplo nos va a servir para adentrarnos en uno de los temas que ofrece el Evangelio de hoy. Un tema que no es ni habitual ni fácil pero que nos puede ayudar a ver la vida y el mundo en que vivimos de otra manera. San Marcos nos trae hoy unas palabras de Jesús desconcertantes, de esas que las entiendes, pero te preguntas si realmente Jesús está diciendo lo que está diciendo: En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Es cierto. Jesús está hablando del fin de la historia y del mundo con un lenguaje que llamaríamos «apocalíptico». Todas las cosas tienen su principio y su fin y la historia y el mundo también lo tendrán, como lo tendrá nuestra propia vida. ¿Cuándo? El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre. Es como si la tele se fuera a apagar, pero no sabemos cuándo. Lo que sí sabemos es que en ese momento vendrá Jesús para reinar sobre todo. En sus palabras, verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.

Cuando Jesús habla del fin de todo y de su venida, lo hace con un paralelo con el relato del Génesis de la Creación pero a la inversa. En ese relato, que ya sabemos que es un relato metafórico, lo primero que Dios crea es la luz. Entonces, cuando el mundo termina, la luz se apaga en último lugar. Y así lo que hemos leído: el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Todo lo que da luz se apaga y da paso a otra cosa. Como dice el Apocalipsis hablando del nuevo cielo y la nueva tierra, cuando eso suceda “ya no habrá más noche, ni necesitarán lámpara o luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará y reinarán por los siglos de los siglos” (Ap 22, 5). Será el Señor el que lo ilumine todo igual que ahora ilumina nuestra vida.

De esta manera, como decía, Jesús cambia nuestro modo de vivir, de tratar a la gente y de mirar el mundo que nos rodea. Porque solemos hacerlo como si todo fuera eterno. Vivimos como si no nos fuéramos a presentar nunca ante Dios, como si las personas que nos rodean fueran a vivir para siempre, como si el dinero y los bienes fueran a venir con nosotros a la otra vida. Y la realidad es muy distinta. Ser conscientes del fin de las cosas nos hace bien. Lo que nos hace mal es hacer un tabú de la muerte y el fin, porque entonces vivimos en un engaño. Quizá es que no tenemos una cosa clara: en el final también está Cristo. Dios puso en marcha el comienzo del mundo y, también, estará en su final. Él es el Alfa y la Omega. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán. Y con Él, todos los que le pertenecen. En ese sentido, no hemos leído hoy un texto que enseñe que todo se va a ir a la porra y, entonces, qué asco de vida. Sino que nos asegura que pase lo que pase Cristo vendrá y reinará y sus elegidos participarán de su gloria. Todo lo que aquí tenemos de mal, muerte y sufrimiento será transformado en plenitud de vida y de bondad, porque Cristo instaurará su Reino y todo le será sometido. Los elegidos lo serán por amor, mientras que el demonio y sus secuaces serán sometidos sucumbiendo a su poder. Así, el final de todas las cosas es, en realidad, el principio de la vida plena.

Que la Virgen María, con quien nos esperamos encontrar en la otra vida, nos ayude a poner siempre en el Señor toda nuestra esperanza.

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