Homilía del 1º Domingo de Adviento (lecturas)
Siempre que comienza el Adviento hay un símbolo que no puede faltar en la iglesia y que también es recomendable usar en casa: la corona de Adviento. Hay muchas familias que la colocan en casa y aprovechan a hacer su oración en familia en torno a la corona. El ir encendiendo las velas de la corona va marcando la cuenta atrás hasta la celebración del nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, y nos va ayudando a preparar el corazón a recibir a quien es la auténtica luz del mundo. Poco a poco parece que va extendiéndose otro símbolo del Adviento, que también ayuda a lo mismo. Es de origen alemán y antes no se veía, pero ahora lo encuentras hasta en el chino. Se trata del calendario de Adviento. En este calendario aparece el mes de diciembre desde el día uno hasta el 25 y cada día es una ventanita que se rompe, se abre y esconde un premio dentro, normalmente una chocolatina. Los hay de todos los gustos y colores. Uno que he visto nuevo este año y que seguro que no defrauda a quien lo tenga es un calendario de Adviento grande que en sus ventanas trae cervezas, cada una de una parte del mundo. Sin duda ninguna, es el calendario de Adviento definitivo…
Junto a estos calendarios comerciales están apareciendo otros más espirituales que sería bueno que los fuéramos adoptando como parte de nuestro adviento. Estos calendarios más espirituales tienen el mismo formato que los otros pero en la ventana de cada día indican una acción a realizar: consuela a alguien que esté triste, habla de Dios a un amigo, ayuda en casa sin que te lo pidan, reza por los cristianos perseguidos, … un montón de cosas. Lo bueno de estos calendarios es que aunque no tengas uno porque no lo has encontrado o nadie te lo ha dado, te lo puedes hacer tú mismo y cada día buscar esa obra espiritual o material que santifica, que ayuda, que acerca a Dios, que nos hace sensibles a las necesidades de los otros. Con ello, nos prepararemos mucho mejor para la celebración del misterio de la Navidad, mucho mejor que si lo dejamos en las velas de la corona de Adviento o en las chocolatinas o en las cervezas de los calendarios.
Esto está muy en sintonía con el mensaje del Evangelio de hoy: tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día. Es un aviso del Señor muy útil, no sólo para ahora, sino para cualquier época del año. Porque es cierto que los días de Navidad que se acercan suponen fiestas, reuniones, comidas, cenas, encuentros, risas, añoranzas, compras, algunas disputas también, y un montón de cosas que fácilmente aparten nuestra mirada del misterio del nacimiento de nuestro Dios. Y es cierto que la celebración de la Navidad pasa rapidísimo y dentro de nada pasa la Nochevieja y pasan los Reyes y por eso dice Jesús también tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones… y se os eche encima de repente aquel día. Pero no es menos cierto que también el corazón se nos adormece durante el año normal y corriente con estas cosas y con otras semejantes y que Jesús está mendigando nuestro amor pidiéndonos más atención no sólo en la época en la que lo vemos acostado en el pesebre, sino también en la época en la que no hay pesebre, pero nos espera en el Sagrario, y en la época en que lo vemos en el prójimo. El Señor nos quiere despiertos todo el año, aunque ahora en Adviento, como preparación a la Navidad, se nos haga más hincapié en esto.
Por eso San Bernardo, en sus sermones sobre el Adviento, habla de tres venidas del Señor. Tres veces que Jesucristo «baja» a la tierra. La primera es la que celebramos en Navidad, cuando el Hijo de Dios fue dado a luz por la Virgen María y comenzó su vida terrena en medio de los hombres. La segunda es la que esperamos al final de la historia y de la que hemos hablado los últimos domingos. La tercera es como el puente entre la una y la otra y sucede cada día en el alma de los creyentes. En ella, dice san Bernardo, Él «es nuestro descanso y nuestro consuelo». Sobre ella dice también Jesús: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él». Todos los días del año Jesucristo viene a nuestra vida para llenarla de amor y de sentido. Todos los días la Virgen María nos presenta a su Hijo Jesús. Todos los días del año, sin excepción. Aprovechemos el Adviento y la celebración del misterio de la Navidad para despertar y caer en la cuenta de la presencia diaria del Hijo de Dios en nuestra vida.