Homilía del 2º Domingo de Adviento (lecturas)
Hoy encendemos la segunda vela de nuestra corona de Adviento. La Navidad se acerca… Quiero comenzar la homilía con la siguiente cita:
«En consecuencia, para deshacerse de los rumores, Nerón culpó e infligió las torturas más exquisitas a una clase odiada por sus abominaciones, quienes eran llamados cristianos por el populacho. Cristo, de quien el nombre tuvo su origen, sufrió la pena máxima durante el reinado de Tiberio a manos de uno de nuestros procuradores, Poncio Pilato, y la superstición muy maliciosa, de este modo sofocada por el momento, de nuevo estalló no solamente en Judea, la primera fuente del mal, sino incluso en Roma, donde todas las cosas espantosas y vergonzosas de todas partes del mundo confluyen y se popularizan».
Se trata de un párrafo de los «Anales» de Tácito, historiador romano, cuya obra fue escrita entre los años 115 y 117 y que constituye una de las fuentes principales acerca de la historia del Imperio Romano durante el siglo I. Tácito no fue cristiano, pero este escrito es muy interesante porque nos confirma la existencia histórica de Jesucristo, su crucifixión («la pena máxima»), la persecución de los cristianos en tiempos de Nerón y también la época en la que Jesús predicó, murió y resucitó: el reinado de Tiberio siendo procurador romano de la época Poncio Pilato.
Precisamente, en el texto evangélico que leemos hoy san Lucas comienza dando datos parecidos: en el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea… San Lucas sitúa a Jesucristo en un tiempo y un lugar concreto, dando los nombres de las autoridades políticas y religiosas del momento. Parece que son cosas que no tienen nada que ver con el Adviento, pero nos lanza un mensaje muy poderoso: los cristianos no creemos en un mito o una leyenda antigua. Nuestra fe no está basada en una invención de hombres o mujeres que un día se pusieron a construir una religión. Tampoco está basada en una revelación que cayera del cielo por arte de magia. Dios se ha revelado en la historia a través de personas y acontecimientos. Por tanto, nuestra fe en Cristo se fundamenta en hechos históricos atestiguados por los evangelios y también por escritores no cristianos como Tácito, que recuerdan que Jesús es real, sus enseñanzas son reales y los primeros cristianos dieron su vida, precisamente, por dar testimonio de su muerte y resurrección o por celebrar la misa. Cuando Tácito, por ejemplo, habla de las abominaciones de los cristianos se está refiriendo a la Eucaristía, porque como los cristianos hablaban de que comían el Cuerpo de Jesús y bebían su Sangre los paganos les tenían por caníbales. Cristo no es un mito ni una leyenda. La celebración anual de su nacimiento no es una celebración vacía, sino la celebración de un acontecimiento que ha cambiado la historia de la humanidad.
Ahora, tantos años después, no sólo pensamos en que el nacimiento de Cristo ha cambiado la historia de la humanidad, sino también nuestra propia vida. Jesucristo se hace presente en la vida de cada uno y podemos encontrarnos con Él en la profundidad de nuestro corazón. Los días de Navidad son días especiales para levantar los ojos a Dios. Por eso la Iglesia pone mucho cuidado en la preparación de Adviento para ayudarnos a centrar estos días. Navidad que no nos supone un acercamiento al Señor es una Navidad perdida.
El texto del evangelio de hoy, además de lo dicho, nos acerca a la figura de Juan el Bautista, alguien muy querido y valorado por Jesús, cuya misión fue ir mentalizando a la gente a la llegada del Mesías y preparando sus corazones con la llamada a la conversión. Hoy recibimos nosotros también esta llamada. Seguro que cada año vamos notando como el ambiente navideño se paganiza. Tantos sitios donde se venden adornos navideños y cuesta encontrar figuras del belén, del nacimiento de Jesús. Todo el mundo piensa en la lotería, en los regalos, los días de vacaciones, comer y… más comer. San Juan Bautista nos enseña a buscar a Jesús con dos enseñanzas:
- Juan predica en el desierto. Para prepararnos para Navidad, es preciso hacer silencio. El ruido, las vanidades, la superficialidad nos hace más difícil escuchar a Dios y vivir del misterio de Dios que se hace hombre del mismo modo que una planta vive del agua y el sol que recibe. Más silencio: menos tele, menos música pagana, menos internet… más oración. Nos ayuda a interiorizar la Palabra de Dios.
- Juan habla de preparar el camino y allanar los senderos. Se trata quitar los obstáculos y limar las asperezas de nuestra alma, arrepentirse de todo lo que hay en nuestra vida que no es de Dios. No puede terminar el Adviento sin que nos confesemos.
El Adviento es una oportunidad de acercamiento a Dios muy especial. Pedimos a la Virgen María, Madre de la Esperanza, que no la desaprovechemos.