Homilía de la solemnidad de la Sagrada Familia (lecturas)
Una de las sagas fantásticas que más éxito ha tenido en los últimos años es Harry Potter. En ella se cuenta las aventuras de un jovencito mago y sus amigos en la lucha contra Lord Voldemort, un mago oscuro que trata de hacerse con el poder. La mayor parte de la trama sucede en un mundo mágico paralelo al nuestro, oculto a nuestros ojos, al que sólo pueden acceder las personas que tienen de nacimiento habilidades mágicas. Esta distinción entre la gente recorre toda la saga. Las personas se dividen en dos clases: aquellas que tienen habilidades mágicas innatas y aquellas que son normales y corrientes. Las primeras son y se sienten especiales y su mayor ilusión es ir al Colegio Mágico de Hogwarts de Magia y Hechicería, que se encuentra en ese mundo paralelo al nuestro, para desarrollar sus habilidades mágicas. A las segundas, a las normales, se las llama muggles y suelen recibir un trato despectivo por aquellos que tienen habilidades mágicas, porque éstos se consideran superiores a ellos.
Pues, voy a decir una obviedad: el mundo de Harry Potter es ciencia ficción y no existe. Es sólo cosa de las novelas y las películas. Eso significa que aquí todos somos muggles, es decir, personas normales y corrientes, con virtudes y defectos, con cosas que se nos dan mejor y otras peor, a veces con buenas intenciones y a veces con no tan buenas. En ocasiones, se nos olvida y es bueno tenerlo presente a menudo. Hoy es un día especialmente oportuno para tenerlo presente. Lo es porque la celebración de hoy está centrada en la realidad humana más importante de la sociedad, que es la familia. Y las familias, por más que queramos o nos gustaría, no son perfectas ni salidas de un mundo mágico, sino formadas por personas normales y corrientes, por personas reales, por muggles.
La Iglesia dedica todos los años el domingo siguiente a Navidad a celebrar esa familia pequeña en número que formaban José, María y Jesús. Y lo hace, no porque encontremos en el evangelio discursos o enseñanzas propiamente acerca de la familia, para eso tenemos otros libros de la Biblia como los que hemos leído en las lecturas de hoy, sino porque encontramos algo mucho más importante que cualquier discurso: el hecho mismo de que Dios ha querido nacer, crecer y formar parte de una familia. Cuando los pastores fueron a adorar al Niño al portal de Belén, no se encontraron un niño abandonado en un establo ni un bebé cuidado por animales en plan Mowgli o Libro de la Selva, sino que encontraron un niño con su padre y con su madre, un
niño con su familia.
La escena del Evangelio que hemos leído nos cuenta una situación de angustia vivida por esta familia. La santidad de José y María y el amor que tenían a su hijo, sabiendo quién era, no les libró de tener un descuido gordísimo y dejarse olvidado a Jesús en Jerusalén mientras ellos volvían a Nazaret. Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados, le dice María a Jesús al encontrarlo. Son palabras que transmiten lo complicado de ese momento vivido no en una familia cualquiera, sino la familia de Dios, una familia santa.
Tener los belenes en casa nos ayuda a contemplar el misterio de la Navidad, pero pueden llegar a ser demasiado idealizados. Decimos «qué bonito el niño» o «qué entrañable todo con el buey, la mula…». No olvidemos que estamos viendo a unos padres tener a un hijo, el Hijo de Dios, en un establo porque todo el mundo les ha impedido entrar en su casa. No hubo un chasquido de dedos a lo Mary Poppins para que el establo se transformase en una casa cómoda y caliente. Los ángeles no hicieron magia para que algún habitante de Belén se apiadase y les diera una cama en una casa. Dios no hizo ningún milagro para que todo fuera más fácil. Sencillamente, el truco estuvo en que lo que vivieron lo vivieron en familia y en familia recibieron el don de Dios.
Para nosotros eso es una enseñanza. Nosotros somos muggles, no personas mágicas. Y, desde luego, no somos santos como José y María. Nuestras familias son familias de muggles, gente normal y corriente. Y, como tales, nos descuidamos, nos defraudamos, no llegamos a lo que deberíamos ser, nos enfadamos, incluso, en ocasiones, no nos aguantamos y hay que ir a darse una vuelta hasta que se pasa. El ejemplo de la familia de Nazaret nos llama a vivir y superar las cosas en familia, a aprender a amar sin esperar del otro la perfección ni el cumplimiento de determinadas expectativas, sino acogiéndose los unos a los otros como cada uno es, con amor y respeto, con lo bueno y con lo malo, con lo que hace de nosotros personas estupendas y con lo que invita a los demás a tirarnos por la ventana porque no hay quien nos aguante.
Las lecturas de hoy, desde la primera hasta el Evangelio, son preciosas para seguir este camino que nos marcan Jesús, José y María. Por ello dejo, para terminar, algunas palabras de lo que hemos leído de san Pablo que pueden ser especialmente iluminadoras: «Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta».
La Sagrada Familia custodie nuestras propias familias.