Homilía del 2º Domingo del Tiempo Ordinario (lecturas)
Cuenta un sacerdote que en su anterior parroquia tenían una boda encargada para un sábado por la tarde y él se iba a encargar de ella. Lo habían preparado todo, pero los novios llamaron unos días antes para cancelarla. Como suele pasar en estos casos, la notificación no llegó a todo el mundo y algunos se presentaron en la parroquia tocándole a él darles la noticia. Menudo marrón, por otro lado. El caso es que, cuando le dice a uno de los invitados que la boda se había cancelado, éste le responde: – «Pero, padre, no nos dé este disgusto, que llevo desde el desayuno sin comer haciendo hueco para la cena». Sin comentarios.
Si esto pasa hoy, imaginemos ahora las bodas de Caná y ese momento en que la Virgen se da cuenta de que a los novios se les va a acabar el vino de la celebración. Conviene introducir una pequeña explicación. Las bodas judías en tiempos de Jesús (desconozco si también en la actualidad) comenzaban al oscurecer y lo hacían con la marcha de la novia a casa del esposo acompañada de un cortejo de jóvenes. Una vez que llegaba, la fiesta se prolongaba varios días. Según la Mishná, que es un conjunto de explicaciones sobre la Ley judía, la duración de las bodas era de siete días si la desposada era virgen, y tres si era viuda. Sucedía que, como a las bodas iba todo el pueblo, los invitados se renovaban cada día. Así, podía pasar lo que pasó a los novios de Caná, que lo que habían calculado para el vino se les quedó corto y se iban a ver en un gran aprieto de cara a los invitados. Entonces, ahí aparece María que le indica a su hijo la situación, no tienen vino, y manda a los servidores que hagan lo que Jesús les diga. En un principio, parece que Jesús se resiste a lo que le está pidiendo su madre, pero, finalmente, realiza el milagro convirtiendo en vino el agua de 6 tinajas de unos 100 litros cada una, llenas hasta el borde. San Juan, que estaba allí presente, nos dice que este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.
De entre las muchas cosas que podrían decirse de este episodio de la vida de Jesús, vamos a destacar una figura: María. Este episodio nos ayuda a entender el papel de la Virgen María en la vida de Jesús y en la nuestra propia. Podrían mencionarse varias cosas.
En primer lugar, Jesús y María aparecen trabajando en equipo, juntos. Es un tándem inseparable. El milagro de Caná, con lo que tiene de prodigioso, pero, también, de signo, de ayuda para la fe, se realiza porque María se da cuenta de la necesidad de los novios y va a quien puede remediarlo, Jesús. No son los novios los que piden ayuda a Jesús. Es María que, con esa actitud muy de madre, detecta la situación e informa. Y Jesús se resiste (Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora), pero actúa. Sería bonito poder ver la escena, cómo se hablan y cómo se miran para poder entender mejor la respuesta de Jesús, que en frío parece bastante seca y áspera. La cosa es que con esa resistencia de Jesús a realizar el milagro y el hecho de que, finalmente, lo realice, lo que parece es que Jesús no le puede negar nada a su madre.
En segundo lugar, en ese equipo que forman Jesús y María, María pone a la gente a las órdenes de Jesús. Les dice a los servidores haced lo que Él os diga. Lo que Jesús pide después a los servidores es inaudito: que llenen las tinajas de agua y las lleven al mayordomo como si estuvieran llenas de vino. Les podía haber caído la del pulpo. Pero lo hacen. Y lo hacen porque se fían de Jesús. ¿Por qué se fían de Jesús si todavía no había hecho ningún milagro (san Juan nos dice que éste es el primero)? Porque María les ha dicho haced lo que Él os diga. María ha llevado a los servidores a confiar plenamente en Jesucristo. Curiosamente, en el Evangelio de san Juan María ya no va a aparecer hasta el momento de la cruz. Es como si, después de hacer que la gente se ponga a las órdenes de Jesús, ya su misión ha terminado, por tanto, desaparece hasta que su presencia vuelve a ser necesaria para lo mismo.
De este episodio se deduce claramente la fuerza y la importancia de la acción de la Virgen María. María está ahí para socorrernos en nuestras necesidades y para llevarnos a Jesús. Nos socorre en lo humano, pues estaba allí en una boda cuidando de que no faltase el vino, y en lo divino, pues la conclusión fundamental del relato es que, desde entonces, los discípulos de Jesús creyeron en Él.
No descuidemos nuestra devoción a la Virgen. San Bernardo de Claraval decía: «Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la Estrella, llama a María».