Homilía del 4º Domingo del Tiempo ordinario (lecturas)
Imaginemos una chica de 12 o 13 años. Llamémosla Gema. Gema es una chica normal. No es especialmente guapa ni especialmente inteligente ni especialmente popular. Normal, como la mayoría de las personas. Está en un momento de su vida en el que todavía no ha empezado a interesarse por los chicos o por la ropa o el maquillaje. Ni siquiera la música o algún programa de televisión de los que ven sus compañeras de instituto le ha supuesto un interés particular. Le gusta, sí, pero tampoco le parece nada del otro mundo. Por ello no termina de encajar con las chicas de su curso, unas veces va con unas, otras veces va con otras, pero suele estar más a gusto con chicas más pequeñas que ella. Debido a eso, los de su curso a veces se burlan llamándola niña, cría, que vas siempre con los pequeños… y un montón de cosas desagradables.
Sus compañeras de curso nunca quedan con ella, de hecho, un fin de semana han organizado una fiesta y no la han invitado. El día de la fiesta ella está sola en su cuarto y con su móvil se pone a hacerse fotos. Ahora así, ahora asá, desde este ángulo, desde este otro, con esta ropa, con la otra,… Ninguna le gusta hasta que se prueba una falda que le regaló su tía por su cumpleaños y se hace una foto con ella apoyada en la repisa de la ventana de su cuarto. Qué fotón, piensa. Decide subirla a instagram. Sus compañeras de instituto están en la fiesta y ven la foto que ha subido. Empiezan a publicar comentarios riéndose de ella: ¿que haces? ¿Por qué estás sola? Nadie te quiere, qué fea estás, como nadie te invita a nada te dedicas a subir fotos con esa falda horrible que llevas, … una lista interminable.
Obviamente a ella le duele muchísimo y le empieza a entrar una vergüenza y un miedo horribles a ir al instituto el lunes: ¡se va a encontrar con todas esas chicas!
Efectivamente, llega el lunes y tiene que ir al instituto. Ha intentado engañar a sus padres para no ir pero ellos no se lo creen y no entienden por qué no quiere ir. Se imaginan que como cualquier chica de su edad no le apetece ir a clase porque se aburre, porque no quiere estudiar, porque es una vaga. Además tienen que irse rápido a trabajar para no llegar tarde y no tienen tiempo para los caprichos adolescentes de su hija.
En el instituto la cosa no es distinta de como lo había imaginado. Risitas, comentarios sobre la foto, corrillos, algún empujón, la tiran los libros al suelo entre risas… nadie la defiende. Nadie dice “dejadla en paz, es buena chica” o “ven conmigo, me apetece estar contigo” o “¿qué tal el fin de semana?” o “no hagas caso, son idiotas”. Nadie hace nada, está sola. Después de llorar un rato en el baño sin que nadie la viera decide hablarlo con su tutora. Otra vez un mayor piensa que son cosas de la edad, que no haga caso. Encima los compañeros la amenazan y se ríen por chivata. Sola. Contra todos.
Así, un día… Y otro… Su vida en el instituto comienza a ser así todos los días.
Stop. Pensemos. ¿Cuál es el futuro de Gema? Por ese camino, si no encuentra nadie que le ofrezca una amistad sincera, un apoyo, alguien que la quiera y la acepte tal y como es sólo tiene dos vías: la depresión (y quien sabe si no el suicidio, que no sería la primera) o juntarse con malas compañías o esos grupos delincuentes que se aprovechan de personas como ella porque saben que son capaces de cualquier cosa con tal de tener una amistad o sentirse parte de algo.
Esto es el bullying o acoso escolar. También existe el acoso laboral e, incluso, familiar. Cada uno con sus propias circunstancias y características. Pensemos en sus causas profundas y veremos como, en el fondo, es consecuencia, reflejo y la punta del iceberg de una sociedad basada en la imagen, el físico, el dinero, el éxito, la popularidad, el ego; consecuencia, reflejo y punta del iceberg de una sociedad superficial donde las personas han de cumplir unos requisitos físicos, intelectuales, de comportamiento, de éxito, para ser aceptadas y queridas. Si no eres lo que el mundo espera estás fuera.
La segunda lectura de hoy nos trae un mensaje potente para vivir en este tipo de sociedad y no morir en el intento: Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde. Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada. Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría. Con permiso de san Pablo, vamos a traducirlo a la vida de hoy:
“ya puedo ser el más guapo de la clase y el que todas las chicas desean; puedo ser la chica a la que todos miran cuando van por la calle y la que sale con el tío al que todas quieren besar y tocar, si no tengo amor, no soy nada. Puedo tener el mejor móvil del mundo o la mejor tablet, mis padres pueden dejarme hacer lo que me dé la gana; puedo salir hasta las tantas, fumar lo que sea, ser titular en mi equipo, tener montón de mensajes en el móvil cada vez que lo enciendo, cientos de seguidores en Instagram; puedo sacar notazas o supenderlo todo e ir de guay por cualquiera de las dos cosas … pero si no tengo amor, de qué me sirve?”.
¿Imagináis que Gema encuentra, en medio de esa situación, un grupo de chicos y chicas que la quiere tal como es y que la hacen sentir parte de su grupo de amigos independientemente de lo que digan los demás? En otras palabras, ¿imagináis un grupo de amigos que la quiere? Yo sí. Puedo imaginarlo porque los encuentro en la vida real. Gente capaz de aceptar al otro independientemente de cómo sea su aspecto, de cuáles sean sus gustos e ideas, de esa forma de ser tan complicada,… Existe la gente así. Pero hace falta más. Con cualquier persona que sea así, puede que no cambiemos la sociedad porque la sociedad es muy grande, pero sí podemos cambiar la vida de esas personas concretas que están en nuestros institutos, pueblos, parroquias, trabajos, equipos, nuestros vecindarios, y que son “Gemas” porque viven una situación parecida a la que hemos descrito y porque dentro de sí mismas un tesoro, una piedra preciosa, una gema, una persona valiosísima hecha a imagen de Dios que solamente está esperando a que alguien la descubra y la valore.
Hay tres fuerzas que mueven el mundo: el dinero, el poder y el amor. La única que cuanto más das más tienes es el amor y hay tres amores que no pueden faltar en la vida de una persona:
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el amor de Dios, porque Cristo es el amigo que siempre está ahí y que nunca falla. Con Él no estamos solos y podemos con todo. Ni siquiera la muerte tiene poder real y definitivo sobre nosotros.
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El amor de la familia, porque a pesar de discusiones, problemas y diferencias siempre están ahí y nos han hecho ser lo que somos.
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El amor de los amigos, que son las personas que nos eligen cada día como somos sin necesidad de aparentar lo que no somos. Con ellos somos nosotros mismos y punto.
El amor es el distintivo del cristiano. San Pablo nos hace reflexionar sobre él. Jesucristo nos muestra hasta dónde llega el amor de Dios por nosotros. María nos enseña a vivirlo con alegría y fidelidad.