¿Puede sacarse algo del desierto?

Homilía del 1º Domingo de Cuaresma (lecturas)

cathopic_1487000670473815Íñigo nació en el año 1491 en Azpeitia. Era el menor de los once hijos de Bertrán y Marina y su mayor ilusión de joven era convertirse en un afamado soldado y estar al servicio de una noble dama. En el año 1521 los franceses atacaron Pamplona e Íñigo participó en la defensa del castillo. Sin embargo, durante la batalla, una bomba de cañón le atravesó la pierna rompiéndosela y dejándole mal herido. Al caer él, sus compañeros de armas se rindieron y los franceses se apoderaron de la fortaleza. Según parece fueron muy corteses con los heridos, entre ellos Íñigo, al que atendieron durante dos semanas y, después, trasladaron a Azpeitia para recuperarse allí en su tierra. Él mismo cuenta en su autobiografía que los huesos de la pierna rota no se habían soldado en su sitio y los médicos decidieron que había que romperla otra vez para colocárselos debidamente. Después de la operación estuvo tan mal que se confesó y recibió la unción de enfermos pensando que pronto moriría. Sin embargo, se puso mejor, aunque durante mucho tiempo no pudo sostenerse sobre la pierna mala. Para hacer más amena su convalecencia, pidió que le trajesen algunas novelas de caballerías para leer. En su lugar, le trajeron un Vita Christi y un libro de la vida de los santos. Durante ese tiempo, seguía con sus sueños de antes: batallas, honor y una bella y noble dama por quien morir. quería recuperarse para volver a eso. Pero, a la par, leyendo la vida de Cristo y de los santos empezó a sentir dentro algo que antes nunca había sentido: «¿qué sería si yo hiciese esto que hizo san Francisco y esto que hizo santo Domingo?». Con el paso de los días se dio cuenta que los pensamientos sobre imitar la vida de los santos le dejaban más contento que los pensamientos sobre la vida militar y el amor de una mujer. Esto le hacía reflexionar sobre su vida. Pronto empezó también a sentir pesar por los pecados de su vida y a considerar que debía hacer penitencia de ellos. Y así, olvidando su sueños de antes, decidió entregarse a Dios más fuertemente.

Estos son los comienzos de la vida espiritual de San Ignacio de Loyola, cuyo nombre decathopic_1484751812194380 bautismo era Íñigo. Me ha parecido oportuno traerlo al caso hoy que leemos en misa el evangelio de los cuarenta días de Jesús en el desierto y las tentaciones que padece. Allí,  entre el hambre, la sed y la soledad Jesús fue probado y venció al diablo. San Ignacio vivió su experiencia particular de desierto durante la larga convalecencia en Azpeitia. Tuvo tiempo de pensar, de aburrirse, de estar solo, de pasarlo mal, de rezar, de ilusionarse, de leer, de venirse abajo y arriba,… y así descubrió a Dios y lo que Dios quería para su vida. Habría sido difícil cambiar tanto y descubrir la voluntad de Dios en su vida si hubiera seguido el ritmo de vida que llevaba.

Al inicio de la cuaresma leemos siempre este evangelio de Jesús en el desierto como un estímulo para aprovechar nosotros a hacer en este tiempo nuestro propio desierto. La Iglesia sabe que no podemos desconectar de la vida diaria así como así, pues el ritmo de las cosas no para. No podemos estar 40 días de retiro como Jesús. Dios quiera que no tengamos que pasarlos en convalecencia como san Ignacio. Pero en la soledad y en el apartamiento del ruido, las prisas, las comodidades, etc., podemos entrar mejor dentro de nosotros mismos y encontrar a Dios. Por eso la Iglesia nos invita estos días a alejarnos, en la medida en que podamos, del bullicio, de las cosas y del egoísmo con las tres cosas típicas de la Cuaresma: la oración, el ayuno y la limosna. No es mera tradición ni tampoco superación personal, sino que son modos de entrar en el desierto del espíritu para encontrar a Dios.

jvinolase-1547551955689-cathopicCuando paro un rato en mi vida a hacer silencio, hablar a Dios, leer su Palabra, conecto con el Señor y Él me muestra qué hay en mi vida que debe cambiar. Cuando me privo de ciertas comodidades o pasatiempos, no porque estén mal, sino por amor a Cristo, mi espíritu abandona lo superficial, que muchas veces nos tiene distraídos, para centrarse en lo profundo de la vida y allí encontrar a Dios. Cuando abandono mi yo y me preocupo más de los demás mi corazón se ensancha y recuerda para qué he sido hecho: no para recibir y vivir mi vida, sino para darla y entregarla, para amar.

La Cuaresma es una oportunidad para entar en nosotros mismo y escuchar la voz de Dios. Es una ocasión para poner a tono nuestra amistad con Él. Es el momento de encontrar la verdad de nuestro ser. Recemos para que la Virgen María nos ayude a vivir este tiempo con alegría y con fruto, a aprovecharlo de verdad.

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