Homilía del 3º Domingo de Cuaresma (lecturas)
En el refranero castellano hay una expresión que usamos mucho para animarnos o animar a otros a seguir luchando por algo que intentan alzancar o realizar. Se trata del dicho «a la tercera va la vencida». Parece como que los tres intentos marcan si una cosa sale o no sale y que lo común es que lo saquemos a la tercera. Si alguien intenta algo y a la primera no le sale no pasa nada, es normal porque de nuevas siempre es difícil que salgan las cosas. Si ya, a la segunda, no se consigue, entonces es mala suerte y qué le vamos a hacer, a la tercera va la vencida seguro. Porque si a la tercera no sale… entonces parece que o eres un poco tonto o te ha mirado un tuerto y no hay nada que hacer, así que me rindo.
Este refrán nos viene muy bien para entender mejor una parte del Evangelio de hoy, concretamente la parte de la higuera. Jesús cuenta una parábola en la que un hombre tiene una viña y una higuera dentro de ella. Dicha higuera después de tres años no da fruto y el dueño de la viña la quiere cortar para que no ocupe terreno en balde. Sin embargo, el viñador le dice que tenga paciencia que va a seguir trabajando en ella para ver si el próximo año da fruto. La higuera es un árbol que da fruto muy pronto. Si uno planta una higuera, dicen los entendidos que puede encontrar ya fruto al año siguiente, como mucho al segundo año. Y, por lo común, son árboles que dan fruto dos veces al año: al final de la primavera las brevas y en otoño los higos (de ahí también que el maravilloso refranero español nos dé otro dicho, «de higos a brevas», para expresar que algo ocurre de tarde en tarde). Por lo tanto, si después de tres años, como es el caso de la higuera de la parábola, el árbol no ha dado ningún fruto, entonces se le puede tener por inútil porque ni al tercer intento hemos podido encontrar fruto en él. Normal que el dueño de la viña de la parábola se desanimase y quisiera cortar dicha higuera.
Sin embargo, nuevamente a través de una parábola Jesucristo nos habla de cómo es Dios y cómo se comporta con nosotros. En esa parábola hay un diálogo en el que un viñador le dice al dueño de la viña que espere, que le dé otra oportunidad, que él va a trabajar más especielmente en esa higuera para ver si da fruto. Ese misterioso viñador es Cristo, que ha entregado su vida por nosotros dándonos una nueva oportunidad de dar fruto ante Dios. Quizá en muchos ámbitos podamos desistir cuando a los dos o tres intentos algo no nos sale, cada uno verá. Pero, en la vida espiritual no podemos hacerlo porque cada día es una oportunidad siempre nueva. La misericordia que Dios nos ha mostrado en su Hijo Jesucristo nos está diciendo «vuélvelo a intentar», «vamos, otra vez, que yo estoy contigo». Dios tiene una paciencia que nosotros no tenemos ni siquiera con nosotros mismos.
La Cuaresma es, precisamente, un tiempo de conversión, de cambiar de vida, y, por tanto, de aprovechar la oportunidad que Dios nos ha dado en Cristo. Precisamente también en el Evangelio de hoy Jesús avisa que las desgracias no suceden porque unos sean más pecadores que otros y que todos tenemos que cambiar. Sería bueno pensar que nuestra vida de fe no se basa en que nosotros seamos buenos y estupendos, en que hagamos cosas buenas. Por esta vía al final nos desanimamos porque, a poco realistas que seamos, encontramos pecados en nuestras acciones. Si alguien no los encuentra o tiene un problema de memoria o de falta de objetividad. Nuestra vida de fe se basa en que Dios es bueno, en que Él quiere formar parte de nuestra vida y en que, para ello, no desespera de nosotros y cada día nos vuelve a elegir como amigos para darnos una oportunidad nueva de cambiar y mejorar. Si lo pensamos, es muy fuerte que haya Alguien que cada vez que le ofendemos nos vuelva a elegir como amigos suyos. Ése es Cristo.
Así pues, en el día en que la Palabra de Dios nos recuerda que tenemos una nueva oportunidad de acercarnos más a Él y cambiar el pecado que hay en nuestra vida, en el día en que también la Palabra de Dios nos recuerda, primera lectura, que Dios ve nuestra opresión, escucha nuestras quejas y conoce nuestros sufrimientos, pidamos al Padre de la misericordia que nos ayude a aprovechar cada nueva oportunidad que se nos presenta de vivir la voluntad de Dios, sin tristezas ni desánimos, aunque a la tercera o a la tropecientos mil décima no venga la vencida. Vivimos un tiempo de gracia, un tiempo de salvación. No es una frase hecha, sino un don real de Dios. Pidamos también a la Virgen María que nos asista para no desperdiciarlo.