Homilía del 3º Domingo de Pascua (lecturas)
Servidor pertenece todavía a aquellas generaciones en las que a los profesores se les trataba de usted y cuando entraba un profe en clase o la secretaria o, incluso, la señora de la limpieza, todos nos poníamos de pie. A los más jóvenes esto les sonará muy anticuado, pero eran gestos normales y habituales de educación, que sería bueno recuperar. Teníamos una profesora, religiosa, que, cuando a alguno se le escapaba tratarle de tú o llamarle por el nombre de pila sin el «sor» o «madre meganita» te contestaba: – oiga, ¿usted y yo hemos comido juntos alguna vez? No, ¿verdad? Pues, hasta que no comamos juntos no puede usted tratarme de tú.
He de reconocer que entonces no entendía la relación entre comer juntos y poder tratar de tú a una persona, pero ahora lo entiendo más. En la cultura mediterránea somos muy de manifestar la amistad y la confianza comiendo juntos. Comiendo, cenando, tapeando… todo lo hacemos con una cerveza, un refresco o un café. Si ya lo haces invitando a casa, entonces la señal de amistad es inequívoca. Abrir tu casa y compartir tu tiempo y tu comida con otra persona manifesta el deseo de llevarse bien con ella y de que forme parte de tu vida.
Estos días hemos ido leyendo en las misas, también las de diario, las distintas apariciones de Jesús resucitado a sus discípulos. Hoy, concretamente, hemos leído aquella que tuvo lugar en el lago de Tiberíades un día que los discípulos habían ido a pescar. En muchas de las apariciones de Jesús, y en esta también sucede, es común que Jesús les invita a comer. San Juan dice en el evangelio que hemos leído que cuando los discípulos llegan a tierra después de la pesca milagrosa ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan, que obviamente había preparado Jesús, y que éste les dice que traigan de lo que han pescado. Después les invita: Vamos, almorzad. Como digo, no es un caso aislado en las apariciones de Jesús resucitado. ¿Por qué lo hace?
Por un lado está claro que eso ayudó a los discípulos a convencerse de que Jesús había resucitado, de que era real y no una autosugestión o una ilusión. Pero, por otro lado, Jesús también parece querer mandar un mensaje: «quiero formar parte de vuestra vida y que vosotros forméis parte de la mía». Lo hace, además, después de haber sido abandonado por casi todos. Con lo cual, también era un gesto inequívoco de perdón, de quitar en ellos remordimientos y temores por su comportamiento en los momentos de la Pasión.
Cierto es que para nosotros todo aquello que hizo Jesús puede quedar muy lejos, no lo vamos a negar. Pero, en el fondo está más cerca de lo que pensamos porque también tenemos un encuentro con Él que es una comida. Es la Eucaristía. La Eucaristía tiene varias dimensiones: es el sacrificio de Cristo en la cruz; es su presencia en medio de nosotros con su cuerpo y su sangre; y es, también, comunión con Él. Por eso, cuando en misa vamos a recibir el cuerpo de Cristo decimos «voy a comulgar» o «voy a recibir la comunión». Y lo hacemos comiendo, mejor dicho, comiéndolo. A través de la Eucaristía Jesucristo ha querido prolongar esas comidas que tenía con los discípulos en señal de amor y amistad. Por eso la Iglesia da tanta importancia al hecho de ir a misa. En cada misa Jesús también nos está diciendo «quiero formar parte de tu vida y que tú formes parte de la mía». Es una cita especial con Él que hay que preparar, llegar con tiempo, vivir con amor y no pensando en las batuecas… es el momento de contestar a la pregunta que Jesús le hizo a Pedro: ¿me amas? Venimos a misa a decir sí, Señor, tú sabes que te quiero. Es un encuentro muy especial.
Seguro que en muchas parroquias ya empiezan las primeras comuniones. Sería bueno aprovechar a rezar por estos niños y sus familias para que descubran cuán especial es la eucaristía y participen de ella con alegría, también después de la primera comunión. Muchos de los niños que hacen la primera comunión lo viven con una sensibilidad espiritual grande. Aman a Jesús. Qué importante es el apoyo de las familias para que esa sensibilidad y ese amor a Jesús no se apague. Por eso, como digo, recemos este mes por todos los niños que hacen su primera comunión, para que también hagan la segunda y la tercera y… nunca dejen de comulgar. ¡Jesús les espera y quiere formar parte de su vida!