Homilía del 4º Domingo de Pascua (lecturas)
Cuando servidor llevaba un año de sacerdote, una señora amiga me viene toda emocionada y me dice: «Guillermo he conocido a tu hermana, qué maja y qué guapa, es guapísima. Y también hace poco conocí a tu hermano, que también es muy guapo. La verdad es que de todos tú eres el más feucho, menos mal que te has ido de cura». Se quedó tan ancha, aunque razón no le faltaba desde luego. Esa misma semana una mujer me dijo que para ella si el sacerdote es guapo… “qué desperdicio”, si es feo… “no encontró con quien casarse”. Se olvida de que todo feo tiene su fea y que si uno se mete a cura es por algo más profundo.
Hoy es el cuarto domingo de Pascua y todos los años este domingo la Iglesia lo dedica a la figura de Cristo el buen Pastor y a orar x los sacerdotes, pastores de la Iglesia. Ya desde el Antiguo Testamento y luego en los evangelios también, a Dios y al Mesías por él enviado se le compara con un pastor porque Dios hace esa función con nosotros: nos cuida y nos guía hacia lo que es mejor para nosotros. Todo el mundo conoce el salmo “El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas…”. En otro, “él es nuestro Dios, nosotros su pueblo, el rebaño que él guía”. Y en el Evangelio de hoy mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna. Hoy sigue realizando es misión a través de muchas personas: nuestros padres, maestros, tutores, catequistas, sacerdotes y personas que de algún modo se encargan de la formación humana, espiritual y moral de la gente. Todos se merecen nuestro amor y más sincero reconocimiento.
Miramos a todas esas personas que no van a salir en los periódicos, pero que cada día
desgastan con amor y sacrificio su vida por los demás sean su familia o no. Recuerdo que hace unos años falleció en un hospital de Madrid un sacerdote muy mayor, el padre Cesáreo. Lo hizo sin ruido, con su bata y sus zapatillas de andar por casa, como uno más. Probablemente pocos se acuerden ya de él pero pasó su vida tratando de hacer el bien y haciendo la voluntad de Dios en su vocación de sacerdote, como capellán de un reformatorio y luego de una cárcel en Colombia. Lo que él hizo por todas esas personas a las que durante tantos años ha atendido y ha tratado de llevar a Dios, casi nadie lo va a reconocer, pero hay alguien que sí se lo va a reconocer, Cristo, y con eso basta.
Me gustaría que este día sirviera para caer en la cuenta de que todos los días nosotros somos pastores de alguien: los padres son pastores de sus hijos, los catequistas lo son de sus chavales, los abuelos, muchas veces, de los nietos, los amigos son pastores también de sus amigos,… Siempre hay alguien a quien guiar hacia Dios. Si no somos indiferentes ante la pobreza material, de cosas, tampoco podemos serlo ante la pobreza espiritual de quien lleva un rumbo equivocado y apartado de Dios. Lo que hacemos cada día para lograrlo, seguramente sólo Dios sabrá valorarlo. Muchas veces ni siquiera los hijos somos agradecidos con nuestros padres, y puede que en ocasiones parezca que sale el tiro por la culata, pero ser fiel al encargo recibido de Dios y recibir de él la recompensa es con mucho lo mejor que podemos esperar en esta vida y en la otra. Dios siempre sabrá sacar fruto de cada uno de nuestros esfuerzos
Por ello, a pesar de nuestras debilidades, defectos y pecados, pensemos todos hoy en Cristo el Buen Pastor para que escuchemos su voz y aprendamos de Él a amar como él ama, a sacrificarnos como Él se sacrificó por todos, a tener sabiduría, fortaleza y valentía en la vocación/misión que nos ha encomendado.
Hoy miramos especialmente a los sacerdotes como pastores de la Iglesia para pedir al Señor que envíe muchos y santos. Los que ya estamos, que perseveremos y seamos fieles y santos. Los que son llamados, que caigan en la cuenta de la llamada y sean valientes, pues la llamada de Dios es para felicidad suya y de los demás. De la mano del buen Pastor podrán sobrellevar todas las dificultades que se presenten.
Nos dirigimos a María, Madre de Cristo, el buen Pastor. Qué gran ejemplo tenemos en ella de respuesta rápida y fiel a la llamada de Dios.