¿Qué ves cuando te miras al espejo?

Homilía del 6º Domingo de Pascua (lecturas)

cathopic_1536192375128039.jpgCuenta un compañero que es capellán de un hospital de Madrid que tuvieron durante una temporada un ingresado con el “síndrome de Diógenes”. Saben que quienes tienen este síndrome suelen abandonarse bastante en el cuidado personal, se aíslan y les da por coger y guardar cosas: papeles, desperdicios, cosas inservibles de todo tipo. Resulta que el hombre ya estaba bastante bien pero seguía ingresado y en su espíritu de recoger cosas (pijamas, productos de limpieza, papeles y un largo etcétera), quitó todos los carteles de los tablones de anuncios, se los llevó a su habitación y los hizo pedacitos. El tablón del servicio religioso del hospital, que es el que pone los horarios de misas y demás, no fue menos, así que el capellán, como el resto de personal, desistió de poner nada hasta que no dieran el alta a esta persona. En esas estaban cuando el sacerdote se encuentra a este señor por uno de los pasillos y le dice: “¡Padre, Padre! Mucha gente me pregunta a qué hora es la Misa los domingos… ¿No sería bueno poner un cartel o algo?”. Estuvo a punto de matarlo allí mismo…

¡Cuántas cosas nos hacen perder la paz! Ninguno está libre y todos queremos tener paz, encontrarla, disfrutarla… y no perderla nunca. ¿Qué será tener paz?

Para algunos tener paz es que nadie les moleste. Para otros es no tener estrés ni preocupaciones. Hay quien tiene su momento de paz estando tranquilo en casa con música de fondo haciendo cosas varias o quien prefiere pasar la tarde en el sillón con el mando pegado a la mano y cambiando de canal una y otra vez. Otro necesita salir por ahí a dar un paseo a la naturaleza o tomar algo con los amigos.

También la paz puede referirse a cosas más serias o importantes. Hay quien tendría paz  si tuviera trabajo o fuera más estable o si supiera cuál será el resultado de unas pruebas médicas. También está lo que pedimos muchas veces: la paz del mundo. Pensamos en tantas guerras y conflictos que hay en el mundo, en el terrorismo, en tanta muerte injusta ocasionada por el egoísmo y el odio entre los hombres y quisiéramos que se terminase. Hoy día se habla también de la “paz de espíritu”, normalmente como sinónimo de sosiego, equilibrio y parece que para tenerla hay que hacer no sé qué posturas o vivir en modo zen. cathopic_1502681965807302.jpg

Como el domingo pasado, hoy leemos un trozo del discurso de despedida que Jesús da a sus apóstoles en la última cena, después del lavatorio de pies. A ese «como yo os he amado, amaos unos a otros» añade la paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. ¿Qué clase de paz puede traernos Jesús? Pues seguro que nos regala de vez en cuando alguno de los tipos de paz que venimos mencionando, incluso los del principio, que son los más superficiales, pero que también nos hacen falta. Pero también es seguro que lo que Jesús nos trae es todavía más profundo. La paz que Jesús trae tiene que ver con nuestros anhelos más íntimos. Y ahí podemos fijarnos en dos aspectos, que no son los únicos, pero que quiero destacar:

– Jesús nos trae la paz de una conciencia tranquila. Se trata de saber que estamos haciendo lo que tenemos que hacer y que estamos donde tenemos que estar. Y que, aunque no siempre salga bien, vale la pena. Todos tenemos necesidad de mirarnos al espejo o, en oración, hacer examen de conciencia y valorar quiénes somos, en quién nos estamos convirtiendo, qué estamos haciendo con nuestra vida. Y tenemos la necesidad de saber que vale la pena. Jesús nos da esa luz y esa certeza cuando buscamos hacer la voluntad de Dios en nuestra vida. Y eso da mucha paz, poder decir «estoy donde Dios quiere, pues para adelante» o «Señor, he intentado hacer lo que me pedías, aquí estoy».

– Y Jesús también nos trae la paz del amor incondicional. Porque, incluso si tenemos la seguridad de estar donde tenemos que estar, encontramos que no siempre hacemos lo que tenemos que hacer. Y cuando eso sucede necesitamos encontrar alguien que nos ame con esa miseria, que sea nuestro refugio. Sabemos que pase lo que pase siempre podemos volver al Corazón de Jesús. Y que cuando volvemos a Él con humildad, arrepentimiento, deseo sincero de su misericordia, Él nos responde con un abrazo espiritual que pareciera que con eso lo tenemos todo. Cuánta paz se encuentra en el amor incondicional del Corazón de Jesús.

1479683266361279.jpg«Señor, danos tu paz» podría ser la invocación de hoy. Y también el propósito de que quienes nos rodean encuentren esa paz en nosotros, sobre todo la del amor incondicional. No dejemos que nadie de nuestro entorno le dé cosa llegar a casa o abrirnos a la puerta o llamarnos por teléfono o cogernos el teléfono o lo que sea, porque no encuentre en nosotros esa paz del amor incondicional.

Semejante al Corazón de Jesús es el Inmaculado Corazón de María. A ella también nos encomendamos.

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