No somos del pueblo

Homilía del 19º Domingo del Tiempo ordinario (lecturas)

parroquiaUna de las cosas que uno aprende al llegar al pueblo donde está mi parroquia es que hay dos tipos de personas, las del pueblo y las que no son del pueblo. Uno es del pueblo si su familia lleva viviendo en él toda la vida desde tiempo inmemorial al menos dos o tres generaciones. Si tus padres se vinieron a vivir aquí y tú has nacido y te has criado aquí, lo siento, porque, en realidad, no eres del pueblo. Lo serán, si Dios quiere, tus hijos, pero tú difícil lo tienes. Recuerdo que hace unos años falleció una señora muy mayor. Alguien del pueblo, en el sentido pleno de la expresión, vino a la parroquia a preguntar que quién se había muerto. Mientras servidor intentaba explicar quién era, ese alguien me preguntó: «pero, ¿es del pueblo?». Le dije que pensaba que sí. Cuando ya por fin cayó en la cuenta de quién era me dijo: «no, no, fulanita no es del pueblo. Lleva muchos años aquí, pero no es del pueblo». Fulanita llevaba más de 40 años en mi parroquia, pero no era del pueblo…

A los cristianos nos pasa un poco igual. Vivimos en el mundo, pero no somos del mundo. Por muchos años que vivamos en esta tierra tenemos fecha de caducidad. Tarde o temprano la vida termina y nos encontramos con Dios. Por eso, aunque estemos en el mundo y, como digo, pasemos muchos años en él, en realidad, no somos del mundo, sino que tenemos otra patria, otro pueblo, otro «mundo» futuro, después de la muerte. En ese sentido, las lecturas de hoy nos recuerdan a los santos del pasado que, como dice la Carta a los Hebreos, ansiaban una patria mejor y por ella hicieron grandes sacrificios a nivel personal, porque su ilusión y su esperanza estaba puesta en el cielo. En ese sentido, también, el evangelio de Lucas nos recuerda una enseñanza de Cristo: haceos un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porqcathopic_1505044612441989.jpgue donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón. Y luego, el mismo Jesús remata: estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.

Hoy la Palabra de Dios nos lleva a pensar en la vida del mundo futuro y a actuar en consecuencia. Se trata de considerar nuestro destino a nivel existencial: muerte, el juicio de Dios sobre nuestra vida, la eternidad, el cielo y el infierno. Y esto, aunque nos da mal rollo, nos hace mucho bien, porque nos quita pájaros de la cabeza y nos coloca en nuestro sitio. Y es que cuando uno piensa en su destino vive más despierto. El mundo nos dice continuamente que la vida es tener dinero, tener muchas cosas y satisfacer todos los deseos a costa de lo que sea. Es como vivir en un sueño que, además, nunca llega. Pensar en nuestro destino tras la muerte nos recuerda que eso que nos dice el mundo es un engaño y que la vida en la tierra consiste más bien en hacerse un tesoro en el cielo a través del amor a Dios y al prójimo.

Los primeros cristianos comprendían esto muy bien. Por eso comenzaron a llamar a las primeras comunidades con el nombre de «parroquias», nombre que nosotros tomamos hoy para llamar a las iglesias en que se celebran e inscriben los sacramentos. Pero, en aquel entonces, «parroquia», del griego pàroikoi, significaba «colonia de forasteros». Para ellos la comunidad cristiana de la que formaban parte era una colonia de forasteros porque sabían que, viviendo en el mundo, su verdadera patria era el cielo. ¡Y vaya si daban fruto! Ya Tertuliano destaca cómo entre los no cristianos llamaba la atención que los cristianos se tenían entre sí.

cathopic_1484243605209533.jpgLejos de hacernos indolentes ante lo que sucede alrededor, tener claras estas cosas nos hace más responsables del mundo que nos rodea, porque uno descubre que la vida es un don de Dios para vivir una misión y alcanzar una meta. Si Aquel que nos dio el don de la vida bajase hoy a pasar lista, ¿tendríamos los deberes hechos? ¿Qué mundo encontraría? ¿Qué encontraría en mi entorno?

Concluyo con un parrafito de Benedicto XVI al comentar este evangelio: «La Virgen María, que desde el cielo vela sobere nosotros, nos ayude a no olvidar que auí, en la tierra, estamos sólo de paso, y nos enseñe a prepararnos apara encontrar a Jesús, que «está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso y desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos»».

 

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