Homilía del 20º Domingo del Tiempo ordinario (lecturas)
Este verano hemos tenido la oportunidad de ir de peregrinación con jóvenes de la parroquia y de la diócesis. Uno de los sitios que hemos visitado ha sido Barbastro, en la provincia de Huesca. Barbastro tiene una catedral del siglo XVI, de estilo gótico y renacentista, que es una maravilla. Sin embargo, el motivo de nuestra visita no era concretamente ver la catedral, que lo hicimos, sino visitar el museo de los mártires claretianos y recordar cómo desde el 34 al 39 muchas personas, la mayoría sacerdotes y religiosos, empezando por el obispo, pero también laicos de todas las edades, entregaron su vida por Cristo en la persecución, hoy silenciada, que tuvo lugar en aquellos años y que en Barbastro fue especialmente dura. Hay una película llamada «Un Dios prohibido» que relata estos hechos.
En Barbastro, concretamente fueron asesinados el obispo y 123 de los 140 sacerdotes diocesanos, más 51 frailes claretianos y otros 27 religiosos, así como entre 30-50 laicos. No pertenecían a ningún partido ni a ningún bando, se les mató por creer en Jesucristo y pertenecer a la Iglesia. Para salvar la vida no se les pedía afiliarse al partido comunista, pagar una deuda o arrepentirse de algún tipo de fechoría o delito, sino que se les pedía renegar de Cristo y de la Iglesia. Sin juicio. Sin proceso. Con la única causa de ser católicos. Y entregaron la vida. Nos explicaron en el museo que algunos de jóvenes claretianos pudieron salvarse porque conocían a algunos de los milicianos y éstos intentaron sacarles de allí, pero se negaron porque preferían morir por Cristo con sus compañeros a salvar la vida abandonando a sus hermanos en la fe. También nos leyeron algunas de las cartas que los mártires pudieron escribir a sus familiares en papeles y envoltorios que encontraban y que se han conservado porque los milicianos no tenían cocinero y dejaron al cocinero de los frailes con vida hasta el último momento y éste pudo meter todas las cartas en un maletín y dejárselo a una familia del lugar. Siempre lo hacían considerando un privilegio dar la vida por Cristo y perdonando a sus enemigos.
Cuando leemos en el Evangelio de hoy las palabras de Cristo ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división, puede que nos resulte extraño que Jesús diga que ha venido a traer guerra y división, pues siempre le asociamos al amor y la paz. Él mismo dice a los Apóstoles “la paz os dejo, mi paz os doy”, o también “dichosos los que trabajan por la paz”. Pero aquí dice claramente que no ha venido a traer paz y especifica que, incluso, entre las familias se estará dividido.
Comenta Benedicto XVI que es necesario tener en cuenta que la paz que trae Jesús no es la ausencia de conflictos, sino que es fruto de una lucha constante contra el mal. Permanecer fiel a Cristo y al bien que Cristo descubre y enseña, es fuente de luchas interiores, de incomprensiones y de persecuciones. Los sucesos de Barbastro, que los hubo por toda España y en otros países, son el caso más extremo de todo esto, y nos enseñan que hemos de pedir la gracia a Dios de estar dispuesto a todo por Cristo.
¿Por qué Cristo dice que no ha venido a traer paz sino división? Porque el que es de Cristo tiene una identidad clara y definida, un pensamiento, unos valores, una fe, una moral que choca inevitablemente con el mundo. En Cristo el bien, la verdad y la vida no son relativos, sino definidos. No todo vale y eso choca.
Aquel que murió en la cruz por ser testigo de la verdad nos pide un sacrificio semejante y es por eso que el cristiano no puede inhibirse, dejar pasar, tratar de mantener su fe confundiéndose en el ambiente porque entonces pierde su identidad y se convierte en cómplice. Es por ello que una gracia que necesitamos pedir al Espíritu Santo es la fortaleza y la valentía, el coraje para ser coherentes siempre. Ser sal de la tierra y luz del mundo es llevar a Cristo a todos los sitios, fomentar todo lo bueno y oponerse a lo malo, incluso en el propio hogar. En ocasiones el mayor amor que podemos mostrar a un ser querido es decirle por ahí no y si tu quieres pasar por ahí, vale, pero yo no. El mayor amor porque es la primera piedra para su cambio y conversión, para su salvación.
La Virgen María compartió con Jesús su sacrificio y seguro que fortaleció y alentó a los mártires. Que también nos traiga a nosotros la gracia de ser testigos fieles de Cristo.