Homilía del 21º Domingo del Tiempo ordinario (lecturas)
El mundo de la televisión ha cambiado mucho. En unas cosas a mejor y en otras a peor. Ahora hay un montón de series que se pueden ver a la carta. Hay tantas que, a veces, no se sabe ni cuál escoger. Antes no era sí, para escoger en la tele tenías sota, caballo y rey. Una de las series más de moda en los ’90 era, junto a «El Príncipe de Bel Air», «Cosas de casa». Uno de los protagonistas principales de «Cosas de casa» era un muchacho de gafas que se sujetaba los pantalones con tirantes y los llevaba a la altura del ombligo, era muy plasta y cuando metía la pata sonreía y decía aquello de «¿he sido yo?». Ah, también se reía como un cerdito. Se llamaba Steve Urkel.
Digamos que el hilo habitual de la serie era que Steve Urkel estaba perdidamente enamorado de su vecina, Laura Winslow, y cual moscón la perseguía por todas partes: se presentaba en su casa, le regalaba montones de cosas, intentaba por todos lo medios robarle un beso (todo en plan simpático). Pero la chica pasaba auténticamente de él, no le hacía ni caso. Sin embargo Steve no ceja en su empeño y se pasa todas las temporadas de la serie tratando de conquistarla. Para rizar el rizo, aparece Mayra. A Mayra le sucede con Steve lo que a Steve le sucede con Laura: está perdidamente enamorada de él, le persigue, pero él ama a otra.
En fin, no pretendo convertir la homilía en un culebrón, sino sacar una idea clara que, aunque parezca mentira, nos va a servir para comentar el Evangelio de hoy. La idea es que el amor es libre y no puede imponerse. Alguien puede estar detrás de ti, tirar fichas continuamente, hacerte regalos, mandarte flores y emplear toda la artillería de que dispone para tratar de conquistarte: si no quieres, esa persona nunca entrará a formar parte de tu vida. Si, además, es alguien que te resulta molesto, todavía peor.
La moraleja espiritual de todo esto es que lo mismo pasa con Dios: Dios, en cierto modo, nos corteja y también usa de su artillería para tratar de conquistarnos. Nosotros podemos dejar que entre a formar parte de nuestra vida y entregarle nuestro corazón o hacer como la chica de la que Steve está enamorado, pasar de Él e, incluso, verle como alguien molesto.
¿Qué tiene que ver con el Evangelio de hoy? Hoy san Lucas nos trae unas palabras de Jesús sobre la vida después de la muerte, sobre el futuro que nos espera. Lo hace trayendo una conversación de Jesús con uno que le pregunta si serán muchos los que se salven. La respuesta de Jesús tiene tela, porque no dice si se salvan muchos o pocos. Se limita a dejar claro que la puerta del Cielo está abierta, pero es estrecha y habrá gente que se quede fuera, que se condene. Incluso, según sus palabras, parece que hay gente que estaba muy segura de entrar pero no se lo permiten por sus obras (No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad).
¿Cómo es esto posible? ¿Puede Dios actuar así? Si Dios es misericordioso y ha muerto y resucitado por nosotros, ¿cómo son posibles el Infierno y la condenación? Sólo puede entenderse desde la lógica de la libertad y del amor. Sólo hay amor cuando hay libertad. El amor puede corresponderse o rechazarse, pero nunca forzarse. Desde luego que es inmenso el amor que Dios nos ha mostrado en Cristo y Dios no se cansa nunca de amar. Pero tampoco nos impone su amor y requiere de nuestra respuesta libre. En ese sentido, nadie va al Cielo por decreto de Dios, por narices, porque sí, sino porque ha acogido esa misericordia en su vida.
Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Responder con amor al amor de Dios no siempre es fácil. Entrega, sacrificio, renuncia, conversión, perdón, esfuerzo, compromiso, exigencia, preocupación, forman parte de esa respuesta. Del mismo modo que uno puede decir muchas veces «te quiero» a una persona y engañarla, también uno puede decir muchas veces «Señor, Señor», pero vivir a su bola y al margen de lo que Dios quiere. Por eso, Jesús dice esforzaos en entrar por la puerta estrecha.
Es cierto, que pensar en estas cosas siempre nos cuesta, pero no es menos cierto que nos ayuda. Nos ayuda a tomarnos más en serio nuestra condición de cristianos y nuestra vocación personal. Nos ayuda a ver en la dificultad, en la enfermedad, en el perdón al otro, en la ayuda al hermano, en el ofrecimiento a Dios, en vivir con fe en medio del sufrimiento, esa puerta estrecha que nos conduce al Cielo.
Un gran futuro nos espera tras el velo de la muerte. Dios nos ha dado todo en su Hijo para tendernos la mano y podamos cruzar esa puerta que conduce a la vida.
Miremos siempre a María, puerta del Cielo la llamamos en las letanías del rosario. También ella tuvo su puerta estrecha al acompañar a su Hijo en el camino de la cruz. Elevada a la gloria del Cielo, desde allí atiende nuestras súplicas y trata de llevarnos junto a Ella a gozar de la gloria eterna.