Aumenta nuestra fe

Homilía del 27º Domingo del Tiempo ordinario (lecturas)

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A veces les pregunto a los adultos por las oraciones que aprendieron de niños, esas que les enseñaron seguramente sus padres o sus abuelos al pie de la cama y que, curiosamente, después de tantos años ninguno ha olvidado e, incluso, alguno todavía reza. Cuando lo pregunto, en las respuestas aparecen siempre el “Jesusito de mi vida eres niño como yo”, el “ángel de mi guarda dulce compañía” o el “cuatro esquinitas tiene mi cama cuatro angelitos guarda mi alma”. Todas esas oraciones, seguro que hay otras, con las que nuestros mayores nos han ido enseñando, a los que venimos de familias creyentes, a creer y a amar a Jesús, a la Virgen y al ángel de la guarda y a ponernos siempre bajo su protección. Si hay algo que me encanta de esas oraciones es que, pasados los años, no sólo se recuerdan, sino que se recuerdan con cariño.

Luego, sin embargo, se va creciendo y parece que esas oraciones y esa fe se van quedando cortas, porque, como escribe san Pablo a los Corintios, cuando se es niño se habla como niño, se siente como niño y se razona como niño, cuando se es adulto ya no valen las cosas de niño, porque se es adulto y se viven cosas de adulto.

Desde la adolescencia y la Universidad, que son los momentos que normalmente marcan

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nuestro paso a la vida adulta, comenzamos a enfrentarnos a cosas nuevas, circunstancias nuevas, nuevas experiencias que hacen que la fe que nos enseñaron se ponga a prueba. Vivías tu fe en el círculo cerrado de tu familia y resulta que vas haciendo amigos y amigas que no creen y que te hacen cuestionarte cosas que te habían enseñado y que te parecían lo más normal del mundo. Empiezas a ver cosas a tu alrededor que no te gustan y buscas una explicación racional que no siempre encuentras. Te metes en el ritmo salvaje de la sociedad y no tienes nada de tiempo para Dios. Se te ofrecen ciertas experiencias muy atrayentes que entran en conflicto con tu fe en Cristo o tu pertenencia a la Iglesia. Sucede algo fuerte en tu vida, en tu familia y parece que Dios no responde por más que llamas a su puerta… uno y mil motivos por los cuales la fe de niño no es suficiente y ha de crecer y aumentar a todos los niveles para poder responder a todo lo que uno vive según se va haciendo adulto.

Por eso S. Pablo le dice a Timoteo en la carta que hoy hemos leído reaviva el don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos. Y en el Evangelio, los apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe. La fe hay que cuidarla y hacerlo madurar a la par UE la vida. Por eso hoy la petición de los apóstoles, auméntanos la fe, es muy útil pra nosotros. Para cada uno pedir al Señor que aumente nuestra fe tendrá un significado diferente según lo que cada uno esté viviendo. Quizá para algunos será comprender esas cuestiones de la fe o de la moral que no entienden. Para otros lo importante, más que comprender con la cabeza algo, será sentir más cerca la presencia del Señor en un momento de sufrimiento. Otros quizá quisieran tener algo de luz para saber qué camino tomar y otros piden la fe que tranquiliza el corazón, lo conforta y lo llena de fuerza. Habrá quien al pedir a Cristo aumenta mi fe lo que están pidiendo es más fuerza y más valor para actuar, para ser valientes al dar testimonio en medio de un mundo sin Dios o para vencer aquello que cuesta.

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Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería. Es lo que el Señor responde a los apóstoles. Cristo exagera deliberadamente para decirnos que el más pequeño grano de fe nos hace participar del poder de Dios y que a través de ese poder pueden superarse grandes obstáculos y realizarse obras grandes de bien y de bondad. Tener una fe que mueve montañas no significa, en realidad, que todo lo que vayamos a pedir se vaya a realizar tal cual lo queremos y deseamos, sino que es más bien confiar en que, pase lo que pase, Dios sabe más y su designio siempre es de amor y vida, aunque podamos ver y sentir lo contrario con los sentidos del cuerpo. Me llama mucho la atención la primera lectura. El profeta cuestiona a Dios ¿Por qué me haces ver crímenes y contemplar opresiones? ¿Por qué pones ante mí destrucción y violencia, y surgen disputas y se alzan contiendas? La respuesta de Dios es: la visión tienes un plazo, pero llegará a su término sin defraudar. Si se atrasa, espera en ella, pues llegará y no tardará. Es como decir: «tranquilo, tú espera y confía porque la Palabra de Dios se va a cumplir aunque parezca lo contrario».

Pidamos hoy esa fe para nosotros como lo hicieron los apóstoles aquel día y que la recibamos con el corazón abierto hasta tal punto que podamos dar testimonio en medio de este mundo que tanto necesita de Dios. Aprovechemos para mirar si eestamos dedicando suficiente tiempo y dedicación cuidar nuestra fe, que es, sin duda, lo más valioso que tenemos.

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