Homilía del 29º Domingo del Tiempo ordinario, Día del Domund (lecturas)
En 1974 se produjo en Portugal la llamada Revolución de los Claveles, que supuso el fin de la dictadura salazarista que había gobernado el país desde 1926. Al año siguiente, las colonias que el país todavía conservaba en África, fundamentalmente Ángola, Guinea y Mozambique, se independizaron. En Angola la independencia derivó en una guerra civil larga y terrible. Las distintas guerrillas que habían luchado contra el ejército colonial portugués para lograr la independencia se enzarzaron en una guerra por el poder apoyados cada uno por distintas potencias internacionales. Con distintos vaivenes en el transcurso de la guerra y diversos intentos de acuerdos de paz, Angola estuvo sumida en la misma hasta el año 2002, si bien la desmovilización completa de alguna de las guerrillas no se daría hasta el año 2007. Estamos hablando de casi 30 años de guerra civil que destrozó completamente el país a todos los niveles. Se calcula que murieron en ella una cifra indeterminada entre 500.000 y 1.500.000 de personas, además de 4.000.000 de refugiados que tuvieron que huir a otros países. Actualmente, según los datos de la OMS, la esperanza de vida en Angola es de tan solo 62 años.
Este domingo es el día del Domund (Domingo Mundial de las Misiones). Es un día en el que la Iglesia trata de transportar nuestra mirada y nuestra conciencia a las misiones, a tantos lugares azotados por la pobreza de no contar con lo más básico para la vida y por la pobreza de no tener a Cristo. Angola nos puede servir muy bien de ejemplo. La Iglesia angoleña afronta una etapa de reconstrucción, como todo el país, muy fuerte, no sólo en cuanto a infraestructuras (escuelas, hospitales, dispensarios, iglesias, casas de religiosas destruidas en la guerra, etc.), sino también en cuanto a los corazones: después de una guerra civil tan larga y dura, es importante predicar a Cristo para ayudar a la reconciliación del país. Hace pocos días en Cope hablaba un misionero español que lleva allí más de 30 años y contaba cómo se dedica a dar charlas sobre el perdón y la reconciliación en Cristo a militares que fueron reclutados en la guerra siendo niños y obligados a luchar. Qué labor tan bonita e importante en un país olvidado para muchos de nosotros, pero no olvidado de la mano de Dios, como recuerda ca
da día la presencia de los misioneros allí.
El Evangelio de hoy viene como muy al pelo de todo esto. Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, cuenta una parábola en la que una viuda acude a un juez injusto insistentemente para que le haga justicia: hazme justicia frente a mi adversario. El juez pasa pero la viuda insiste e insiste hasta que al final el juez injusto no tiene más remedio que hacer caso. La moraleja de Jesús es sencilla: si este juez injusto termina atendiendo a la viuda aunque solo sea para que deje de molestarle, cómo Dios, que es bueno, no va a hacer justicia a sus hijos queridos.
En el contexto del Domund bien podemos ver en esa viuda a todas esas gentes y todos esos países que, como Angola, necesitan de nuestra atención. Tantas realidades quizá silenciadas, que cuando aparecen en la televisión o hablamos de ellas en misa nos espolean por dentro, nos cuestionan nuestra fe y nuestro modo de vivir y, esperemos, nos hacen ser más agradecidos a Dios por tanta bendición. Nuestros misioneros, en cierto modo, son esa respuesta de Dios a la necesidad del mundo. A través de ellos Dios va haciendo justicia restaurando la dignidad de tanta gente que sufre y permanece en el silencio. A través de ellos Dios recuerda a mucha gente que también son preciosos a sus ojos, hijos suyos queridos. Pero también nosotros, a través de ellos, les decimos que no los olvidamos, que Occidente no les olvida.
En nuestra sociedad somos muy de jornadas para visibilizar situaciones. Qué bueno sería que muchas de ellas y, especialmente, las misiones, no necesitasen de un día especial para visibilizar porque los cristianos llevamos a los misioneros en el corazón. Que llevásemos en el corazón a tanta gente a la que sirven para rezar por ellos y colaborar con Dios en ese hacer justicia a tantas personas que, sin ser mejores ni peores que nosotros, todavía nadie les ha hablado del amor de Cristo y, encima, carecen de tantas cosas básicas para vivir.
Es un día especial, para recordar todo esto. Encomendamos a San Francisco Javier y Santa Teresa de Lisieux, patronos de las misiones, la labor de tantos misioneros como hay en el mundo y la vida de las personas a las que sirven con tanto amor y entrega.