Homilía de la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo (lecturas)
Algunos llaman a la solemnidad que celebramos hoy la nochevieja litúrgica. Lo he leído en un libro de un tal Jesús Rojano. Tiene su sentido, pues es el último domingo del año litúrgico. El que viene ya es el primero de Adviento y comienza un nuevo año en la liturgia. Hemos hecho un recorrido por la vida terrena de Jesús, su muerte y resurrección, sus milagros y sus enseñanzas y pronto empezaremos de nuevo a prepararnos para su nacimiento. Conviene cerrar este recorrido cayendo en la cuenta de que Jesucristo es el verdadero rey y señor de nuestra vida y de la historia del mundo.
Muchos mártires han confesado esto con su vida. Se creyeron de verdad lo que dice el salmo 62: «Tu gracia vale más que la vida». Y otros, además, lo dejaron en sus notas de despedida o fueron sus últimas palabras:
Por ejemplo, el beato Eduardo Ripoll Diego, uno de los mártires de Barbastro durante la persecución religiosa del ’36 en España, escribió una carta de despedida y sus últimas palabras en ella fueron: «¡Viva Cristo Rey! ¡Viva el Corazón de María! ¡Viva la Iglesia Católica! Señor, perdono de todo mi corazón a todos mis enemigos».
Otro ejemplo fue San José Luis Sánchez del Río, adolescente mexicano que fue asesinado por la fe en la persecución religiosa de México en los años 20 del siglo pasado. Éste escribió a su tía antes de morir: «Cristo vive, Cristo reina, Cristo impera. Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe».
«¡Viva Cristo Rey!» ha sido la exclamación de muchos mártires, especialmente durante el siglo XX, en el que el poder humano ha querido no sólo dirigir la administración de las cosas temporales, sino también el corazón de las personas diciéndoles qué tenían qué creer y qué no. Muchas personas prefirieron dar su vida a negar a Dios y dar testimonio de que Él es Rey de cielos y tierra y de los corazones de todos nosotros.
Hoy los recordamos con admiración pidiendo que nos ayuden a nosotros a dejar que
Cristo sea el Señor de nuestra vida. Es cierto que el Evangelio de hoy no parece muy acorde con este sentido. En él aparece Jesús colgado en la cruz junto a dos malhechores y todo el mundo burlándose de él, despreciándole o insultándole. Menudo rey. Para los judíos que le entregaron a la muerte, conseguir su condena era demostrarle a toda la gente que le había seguido que era un impostor. Y muchos le abandonaron en esa hora y se dieron la vuelta como los de Emaús. Para los romanos, poner el letrero «INRI», Jesús nazareno rey de los judíos, era un modo de burlarse de los judíos y recordarles quién mandaba en Jerusalén.
Mucha realeza no había en esa escena. O sí. Según se mire. Porque en medio de todo eso un vulgar ladrón, mientras compartía su misma muerte, vio a Jesús con los ojos de la fe y reconoció su grandeza: ¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? … Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Qué contraste que si uno de sus discípulos, Judas, se había vuelto ladrón, ahora un ladrón se vuelve su discípulo, justo cuando nadie lo esperaba. Esos últimos instantes de su vida vividos con amor a Dios y fe en Cristo le valieron para ser recibido en el reino de Dios: en verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso.
El buen ladrón es un ejemplo para nosotros, porque cuando todo o casi todo el mundo está rechazando, condenando, insultando a Cristo él le reconoce y se encomienda a su bondad. Reconoce su pecado y reza por su salvación. También nosotros podemos tener la sensación de vivir la fe y confesar a Jesucristo en medio de una sociedad pagana e incrédula. Para los jóvenes esto marca y dificulta mucho.
Cuando se vive la fe en una situación así, hay cuatro tentaciones típicas:
- Mundanizarse y abandonar al Señor (hacerse como todos)
- Pasar desapercibido (por lo que pueda pasar)
- Defender la fe con agresividad, como Pedro en el huerto de los olivos, que cuando fueron a prender a Jesús sacó la espada y se puso a cortar orejas (menos mal que sólo pilló a uno).
- Construir un gheto cristiano que no evangeliza ni ná. Se contenta con encerrarse para no perder y no suma.
En esta nochevieja litúrgica no podemos olvidar que hemos recorrido la vida de Cristo para crecer en la fe y en el amor a Él. Así, creciendo, nos convertimos en testigos de su Nombre con nuestras palabras y nuestras obras en medio del mundo en el que vivimos. Sin miedo. Sin complejos. Con naturalidad. Aceptando la incomprensión con alegría y paciencia. Rezando para que el Señor cambie nuestra vida y la de nuestros contemporáneos, por más alejados que estén. Conocer a Cristo es un tesoro y no podemos privar a otros de ese tesoro por miedo o comodidad. Nos encomendamos a la Virgen María en esta tarea.