El valor de la inocencia

Homilía de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción (lecturas)

thUn día como hoy de 1955 el Consejo de Europa aprobó la que conocemos como la bandera europea. Ya saben: fondo azul, doce estrellas. No es la bandera de la Champions, por si alguno se confunde. Es la bandera europea. Esta bandera fue elegida de entre un total de 101 proyectos que se presentaron a concurso y fue ideada por un tal Arsène Heitz, un pintor de Estrasburgo.

Durante el concurso guardó el secreto de por qué había elegido las doce estrellas en su modelo, y se vendió como un número de plenitud según la sabiduría antigua. Sin embargo, poco antes de morir reveló que su fuente de inspiración había sido el Apocalipsis, donde se describe la figura de una Mujer con una corona de doce estrellas. Obviamente, esa misteriosa mujer del Apocalipsis se asocia a la Virgen María y, como decía, la bandera fue aprobada precisamente el día de la Inmaculada de 1955.

No deja de ser una anécdota curiosa que, sin ser el mejor de los ejemplos, muestra cómo el cristianismo está en el cimiento de la cultura europea, por más que se pretenda ignorar o negar. Un cimiento cristiano que en España es especialmente significativo. Precisamente la fiesta de la Inmaculada nos dice mucho sobre eso. Si exploramos en la historia de nuestro país, llamado por san Juan Pablo II tierra de María, vemos cómo en nuestra tierra se ha defendido y se ha proclamado desde muy antiguo la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Sólo por dar un dato, ya en 1384 Juan I, rey de Aragón, proclama la fiesta en las provincias de España como agradecimiento a la Virgen de haber liberado al reino del yugo del islamismo.

La misma Congregación para el Culto Divino reconoce este vínculo de España con la Inmaculada dando un permiso excepcional para celebrar esta solemnidad por delante del domingo de adviento. Mientras en toda la Iglesia se traslada la Inmaculada al lunes para reservar el domingo al adviento, aquí se nos concede hacerlo el mismo domingo. Mientras habitualmente se celebra con la casulla blanca, aquí se hace con la azul, que es el color de la Virgen.

Así, la solemnidad de hoy nos hace mirar en la preparación de la Navidad a María, la Madre de Dios, como la llena de gracia y libre de todo pecado, incluso el pecado original que todos heredamos de Adán y Eva (y del que nos ha hablado la primera lectura). Y es que no se puede uno preparar espiritualmente para Navidad sin mirar a la Virgen María, rezarla y aprender de ella.

La Purísima se nos presenta hoy como modelo de confianza en Dcathopic_1485465983358838.jpgios, de disponibilidad para hacer su voluntad y de inocencia. Hemos leído en el Evangelio el momento en el que una jovencita adolescente recibe la visita del ángel que le comunica el designio de Dios para con ella y cómo ella ofrece su vida con unas palabras que son claves para la historia del género humano: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Ése fue el momento en el que Dios entró en su seno y la tomó como madre.

Una de las cosas que podríamos resaltar de María a propósito de este momento es la inocencia con la que escucha el plan de Dios, lo acepta y se ofrece para lo que Dios quiera de ella. Qué importante es la inocencia. Vivimos en un mundo en el que incluso los niños parecen venir de vuelta, como si la inocencia propia de la infancia y la juventud se perdiera a la velocidad de la luz. Los niños quieren ser mayores y los adultos los hacemos mayores con antelación.

El panorama es muy amplio en este sentido. Se les adelanta vivencias o experiencias propias de mayores. Se les da acceso sin control a cosas de mayores. O, cuando es más serio, se les arranca esa inocencia con sufrimientos que no tendrían por qué vivir, se les transmite el odio o la frustración que uno ha vivido. Qué decir de los abusos de distinto tipo o cuando se les utiliza como si fueran juguetes o armas o máquinas de hacer dinero. En cuantos sitios, además, existe la explotación infantil o los niños soldado.

Y luego estamos los mayores, que habiendo perdido nuestra inocencia, nos volvemos resabiados, nos dejamos vencer por los desengaños de la vida, perdemos la confianza en las personas, dejamos de creer en la capacidad de Dios de transformar el mal en bien, nos encerramos en nosotros mismos y, con ello, perdemos la ilusión y la alegría que vienen de Dios.

cathopic_149365781951730.jpgMirar hoy a la Virgen podría servirnos para pedir recuperar nuestra inocencia y nuestra infancia espiritual. Confiar en Dios y en nuestra Madre del Cielo como un crío lo hace en sus padres. Recuperar esa inocencia del niño para recuperar la certeza de que el bien vence al mal, de que es mejor actuar bien que actuar mal, de que se puede vivir sin segundas intenciones torcidas, de que la pureza de cuerpo y de corazón nos hace más libres y felices… De que confiar y entregar la vida a Dios es mejor que pretender vivir uno a su rollo.

Las palabras inocencia y confianza van de la mano. A medida que se pierde la inocencia hay un poco más de oscuridad en el corazón. Y dejamos de confiar por miedo a ser dañados. Recuperada la inocencia, recuperamos también la confianza en el Señor, en el amor, en el bien. Y con ello, la alegría y la esperanza.

Que la Llena de Gracia interceda por nosotros y nos ayude a recuperar el valor de la inocencia, tan necesario hoy día.

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