Homilía del 3º Domingo de Adviento (lecturas)
«Estad siempre alegres en el Señor. Os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca». Estas palabras de san Pablo abren la misa de este domingo, bien por que las diga el sacerdote al leer la antífona de entrada, bien porque la monición que se haga en la parroquia también las repite. Y se dicen siempre en el tercer domingo de Adviento que, debido a ello, se ha llamado el domingo «gaudete», que significa «gozad». Es un domingo de gozo en medio del adviento porque la Navidad está a la vuelta de la esquina. Tradicionalmente en este domingo el sacerdote puede, no es obligatorio, ponerse una casulla de color rosa para significa ese gozo. En mi parroquia me han preguntado más de una vez si me iba a poner la casulla rosa… mi respuesta siempre ha sido no me van a ver vestido de rosa ni a tiros por más domingo gaudete que sea. Por encima de mi cadaver.
Las lecturas de hoy, precisamente lo que tratan es que nuestro gozo no decaiga aún cuando las circunstancias por las que podemos pasar en la vida nos puedan inducir a ello.
Si atendemos al Evangelio, se habla de Juan el Bautista, primo de Jesús. En el momento del que nos habla san Mateo, el Bautista está en la cárcel. ¿Por qué está allí? Porque cuando el rey Herodes le quitó la mujer a su propio hermano y se casó con su cuñada Juan se lo echó en cara dicéndole que no le era lícito. En represalia Herodes le metió en la cárcel.
Pero eso es otro asunto. Hoy la cosa es que Jesús dice varias cosas sobre Juan. Una, que no ha nacido de mujer uno más grande que él. Jesús consideraba a su primo como el más importante de los profetas. Lo curioso de esta escena de hoy es que san Mateo nos comenta que Juan manda a sus discípulos a que pregunten a Jesús si Él es el Mesías o tienen que esperar a otro. Y digo que es curioso porque antes de que lo metieran en la cárcel, cuando Juan bautiza a Jesús en el río, dice que «este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». O sea, lo reconoce como Mesías. Es como si en la cárcel ya no estuviera tan seguro, como si dudase. Quizá era porque él mismo dudaba o quizá porque lo hacían sus discípulos y Juan quería que fueran a ver por ellos mismos y solventasen sus dudas. Pero el caso es que aparece ese momento de duda.
Puede ser muy oportuno esto para nosotros, porque esta experiencia de la duda también puede repetirse de muchas formas en nuestra vida: cuando rezamos, en el estudio, en el trabajo, en el matrimonio y la familia, en el sacerdocio, en el noviazgo, cuando nos toca vivir la fe en un ambiente complicado, cuando nos viene algún problema serio, cuidando a alguien enfermo… en un montón de cosas. Empezamos llenos de amor, alegría, ilusión, con el ánimo por las nubes, pero con el paso del tiempo, quizá por la rutina, quizá por cansancio, quizá porque las cosas no van como esperamos, quizá por cosas que surgen que no esperábamos o, a lo mejor, porque empezamos a envidiar a otros como si su situación fuera mejor que la nuestra.
A cuántas personas nos pueden surgir preguntas: ¿no me habré equivocado de camino? ¿Qué habré hecho para que me pase esto? ¿Va a ser siempre así? ¿Qué puedo esperar del futuro? ¿Cómo hacer para que todo cambie? Yo así no aguanto ni dos días… Parece que se nubla la mirada y lo que antes parecía claro y evidente ahora resulta que es problemático y oscuro.
Nos vienen muy bien las frases de las lecturas de hoy que nos invitan a esperar en el Señor. Por ejemplo, la segunda lectura, donde el apóstol Santiago dice: esperad con paciencia también vosotros, y fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cerca. Cuando hay un apagón general en nuestro barrio o pueblo, esperamos con impaciencia que vuelva la luz. Y, cuando viene, nos alegramos y sentimos alivio. Así es la venida del Señor a nuestra alma. Cuando el Señor se hace presente en nuestro corazón, toda carga es ligera y llevadera. Por eso la respuesta del salmo de hoy puede servirnos de oración para esta semana: Ven, Señor, a salvarnos. Y con esta petición y sabiendo que el Señor está ahí nuestro corazón se alegre ya aunque no tengamos todo claro.
Abandonamos la tristeza y el desaliento porque el Señor está cerca. Pedimos a la Virgen María que nos haga más sensibles a su presencia y arranquemos de nosotros todo aquello que no es según Dios.