No es postureo

Homilía de la fiesta del Bautismo del Señor (lecturas)

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Estos días he conocido algo que me ha dejado un poco perplejo. Uno se cree moderno porque usa redes sociales, maneja más o menos bien teléfono, ordenadores, etc., incluso es capaz de arreglar algunos problemas que las nuevas tecnologías presentan. Y cuando crees que sabes sobre el tema te enteras de que existe algo nuevo y te sientes como un hombre de Cro-magnon. Lo que me ha hecho sentir así es que me he enterado de que existen trajes virtuales para las fotos. ¿Necesitas una foto con traje y corbata pero ya no usas traje? No importa. Abres photoshop o cualquier programa de estos que trucan las fotos, pones una foto de tu cara, coges la plantilla del traje y ya la tienes, lista para tu curriculum. ¿Quieres posturear en instagram? Coges una plantilla de un vestido súper mono, le pones una foto de tu cara y eres la reina de la noche sin haber salido de casa. ¿Quieres fardar de que has estado jugando al fútbol a tus cuarenta y tantos? No te preocupes, con estos trajes lo puedes hacer sin tocar un balón ni lesionarte. Una foto de tu cara, traje virtual deportivo y a tu estado de wasap. Y la gente se lo traga.

Hemos tenido la oportunidad de celebrar la Navidad un año más. En la liturgia la Navidad termina con la fiesta de hoy, que es el Bautismo del Señor. No está demás recordar que la Encarnación de Dios no es una operación de photoshop religioso o espiritual. No es postureo divino. No es que Dios se haya fijado en un hombre bueno y santo y le haya revestido de cierto poder y sabiduría divina. Tampoco es que con el paso del tiempo la Iglesia haya divinizado la figura de un hombre bueno, Jesús de Nazaret, como si le hubiera puesto el traje de la divinidad aun simple hombre. No. El misterio de la Encarnación es real y sólo puede entenderse así. Jesús = Dios hecho hombre. Punto. Una persona divina, el Hijo, con una naturaleza divina, que entra, por decirlo así, en el seno de una mujer y de ella toma una naturaleza humana. Y desde entonces le corresponde todo lo que conviene a Dios, porque tiene naturaleza divina, y todo lo que conviene al hombre, porque tiene naturaleza humana. Todo menos el pecado, se entiende.

Así, cuando nos topamos con el Evangelio de hoy donde san Mateo nos narra el bautizo

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de Jesús en el Jordán, y encontramos que en el momento mismo en que Jesús sale del agua se abrieron los cielos, vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él y vino una voz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco», esa frase, Este es mi Hijo amado, es literal. Dios está revelando a Jesús como su Hijo, como su Hijo de su propia naturaleza. Y nos lo revela a nosotros. No a Jesús. Jesús lo sabe desde que su conciencia despierta. La voz es para nosotros.

Este momento ilumina nuestra vida porque nos recuerda cuál es el don que Dios nos ha querido dar: participar de la familia de Dios igual que su Hijo, igual que Jesús. Ese es el sentido fundamental del bautismo, hacernos hijos adoptivos de Dios a la manera de Cristo. Cuando unos padres adoptan un niño le miran, le cuidan y le aman como si fuera salido de sus entrañas. Así es como nos mira Dios. Nos ama como ama a Cristo.

Estar bautizado es una grandeza enorme que ilumina toda la vida. Poder decir «soy hijo de Dios» es una grandísima felicidad que acalla muchos sufrimientos y dificultades, porque nos hace experimentar el inmenso amor de Dios, que como un padre nos cuida y nos abraza.

Estos días nos contaba un sacerdote misionero que, estando en Etiopía con un grupo de jóvenes voluntarios, les tocó atender una casa cuna con unos 400 niños menores de 5 años todos con daño cerebral. Los voluntarios ayudaban a las terapias de estimulación. En un momento dado una de las voluntarias se derrumbó y se puso a llorar y se salió de la casa cuna para no contagiar a los demás ni a los niños. Entonces un joven etíope se acercó a ella y le dijo: «¿Por qué lloras? ¿No ves que nosotros no lloramos? Nosotros no tenemos nada, pero tenemos lo más grande, que es Dios». Obviamente la chica se puso a llorar más todavía.

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Es una enseñanza muy grande. Terminando la Navidad quizá se nos haya pegado ese discurso del mundo que te dice que para ser feliz tienes que tener de todo, en abundancia y de lo mejor. La fiesta del bautismo y recordar que somos hijos de Dios nos ayuda a cambiar el chip y caer nuevamente en la cuenta de que la felicidad está en el ser y no en el tener. Y no hay nada más grande que ser hijo de Dios. Nuestra oración de esta semana podría ir por aquí: repetir en nuestro interior, con conciencia de que es Dios quien nos lo dice, la frase del evangelio este es mi Hijo amado. A un escéptico le puede parecer una tontería. A quien lo hace le cambia por dentro. Le pedimos a la Virgen María que descubramos esta grandeza para nosotros y para los demás.

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