¡Cuidado! ¡Spoiler!

Homilía del 5º Domingo de Cuaresma (lecturas)

01Uno de los pecados más graves actualmente es hacer spoiler a alguien de una peli, una serie o un libro, es decir, contarle algo de lo que va a suceder en esa serie o libro antes de que él lo sepa. En realidad, es algo que siempre ha pasado, pero hoy parece que es un pecado imperdonable. Imaginemos que alguien mata a otro por hacerle spoiler de una serie:

Juez: ¿admite ser culpable de clavarle un cuchillo al difunto 70 veces seguidas?

Acusado: me hizo spoiler del capítulo final de una serie.

Juez: por favor, liberen a este hombre.

Así nos lo tomaríamos.

Pues, tengamos en cuenta que el Evangelio de hoy nos hace un spoiler brutal, no de un libro o serie, ni siquiera la Biblia, sino de nuestra propia vida. Hace unos meses hablábamos de esto respecto de la historia de la humanidad (solemnidad de Jesucristo Rey del Universo). Hoy parece que Cristo nos habla más de la historia de cada uno, aunque, obviamente la historia común y la de cada uno están entrelazadas.

El evangelista san Juan nos cuenta cómo Jesús resucitó a Lázaro. Nos cuenta con detalle cómo Jesús recibe la noticia de la enfermedad de su amigo, cómo espera un par de días deliberadamente y, cuando llega, Lázaro lleva cuatro días muerto. El encuentro de Jesús con las hermanas y con la realidad de la muerte de Lázaro es tremendo. Nos dice el evangelista que Jesús se conmovió en su espíritu, se estremecióse echó a llorar. Jesús es verdaderamente hombre y tiene un corazón que no es indiferente, ni siquiera sabiendo el signo que va a realizar. Le afecta, le duele la muerte de su amigo y el dolor de la familia.

Y después realiza el signo como verdadero Hijo de Dios que es por naturaleza. Invoca al Padre con la confianza del Hijo: Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado. Y, después, gritó con voz potente: «Lázaro, sal afuera» y el muerto se levantó y salió a la vista de todos.

Hoy el Señor nos enseña muchas cosas, como siempre, no sólo con sus palabras, sino con1081px-Duccio_di_Buoninsegna_-_The_Raising_of_Lazarus_-_Google_Art_Project-660x350 su ejemplo de vida. En primer lugar, nos enseña que dolerse, llorar, que te afecten las cosas, no es malo ni significa tener menos confianza en Dios. Es normal, porque como seres humanos tenemos sentimientos. Y eso es, precisamente, lo que nos hace no ser indiferentes ni a las alegrías ni a los sufrimientos. Cuando Jesús llora la muerte de su amigo no ha perdido ni un ápice de la confianza en el Padre y así lo manifiesta la oración que hace antes del milagro (Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre). En estos días de pandemia hay muchas cosas que nos duelen y conmueven y, si no fuera así, entonces sí que tendríamos que preocuparnos, algo nos pasa. Vivir con dolor estos días es lo propio del ser humano, pero también lo propio de Dios.

En segundo lugar, nos hace el spoiler de nuestra vida. En su diálogo con Marta, una de las hermanas de Lázaro, dice: Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mi, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mi, no morirá para siempre. La muerte física no es eterna ni definitiva, sino momentánea. El que está vivo y cree en mi, no morirá para siempre. Hay otra vida todavía más verdadera que la vida terrena. Durante estos días, la muerte de tantas personas nos golpea y nos hace experimentar una sensación de injusticia e impotencia terribles. Pero no vivamos engañados pensando que la muerte es lo último. Ni vivamos equivocados pensando que los que enferman y los que mueren lo hacen solos porque nosotros no estamos con ellos. El Señor tiene la capacidad de trascender todas ecathopic_1484325916551287stas circunstancias y habitar en el corazón de cada uno.

La oración del creyente en estos días, oración que muchos desprecian porque no creen que hay Dios ni que Dios actúe, también tiene en este sentido. No oramos solo para que los enfermos curen, los difuntos vayan al Cielo y quienes están ahí en primera línea tengan fuerzas y ánimo renovados para seguir en tan entregada labor, sino también para que los que están solos, sanos o enfermos, recuperándose o en el último aliento, encuentren la compañía y el consuelo de Dios, nuestro Señor.

Lo que sucede, en realidad, no nos es desconocido porque las promesas de vida eterna de Jesucristo nos han desvelado el final y el sentido de nuestra vida y nos lo han asegurado contra cualquier tipo de pandemia, catástrofe o desgracia.

Pedimos a la Virgen María que fortalezca nuestra fe y nuestra esperanza en Cristo Jesús. Su bondad y su poder no nos abandonan.

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