Viernes Santo

E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Todos los seres humanos tenemos algo en común. Da igual que seamos hombres o mujeres, niños, ancianos, jóvenes o adultos. Da igual que tengamos una posición o seamos los últimos de la fila. Ricos, pobres, gente con un coeficiente intelectual altísimo o un tontorrón. Da igual que seamos sacerdotes, casados, solteros, viudos, consagrados. No importa que seamos de un sitio o del otro lado del planeta. Hay algo que todos tenemos en común: la muerte. Todos los seres humanos tenemos en común la muerte.

Desde aquel primer Viernes Santo de la historia tenemos también esto en común con Dios: la muerte, porque Dios ha muerto. En lo alto de una cruz, en medio de dos ladrones, abandonado de la mayor parte de sus amigos, habiendo elegido a un bandido antes que a Él, Dios ha muerto.

Cuando somos niños y no queremos comer porque la comida no nos gusta, nuestra madre nos daba cucharadas una a una y en cada cucharada nos decía «ésta por papá», «ésta por mamá», «ésta por el hermanito», etc. Y así, tontamente, no sólo nos comíamos la sopa, sino que aprendíamos a unir a cada sacrificio un nombre, el nombre de alguien querido. Aprendíamos que el sacrificio vale la pena cuando se ama. Desde el momento en que nuestro Señor hace esa oración dramática en el Huerto de los Olivos donde reza «Padre, aparta de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya», comienza a beber del cáliz de su Pasión y a cada sorbo de ese cáliz, cada paso de ese camino, desde el huerto a casa de Anás, luego a la de Caifás, el Sanedrín, el Pretorio, el lugar donde le cargaron con la cruz, los puntos en que cayó al suelo por el peso de la cruz, el Gólgota, a cada sorbo de ese cáliz, cada paso de ese camino, Jesús también dice un nombre: éste por Abbà (Padre)», «éste por Mamá, María», y luego por sus hermanos: «éste por Pedro», «éste por Juan», «éste por Judas», «éste por Barrabás»… en algún momento también dijo «éste por ti». Y así, sorbo a sorbo y paso a paso, llevado por el amor extremo que tiene por todos subió a la cruz, donde hoy lo contemplamos y lo adoraremos.

A su lado la Virgen María, tratando de estar ahí para consolar a su Hijo y para que no muriera solo. Bebiendo del mismo cáliz, realizando el mismo camino, aunque por dentro. Seguro, que se hubiera cambiado con gusto. También el amor la movía a cada paso, también pensaba en todos aquellos a quienes su Hijo estaba salvando con la entrega de su vida. De alguna manera, también en su corazón estábamos tú y yo. Ella trataba de confortar y, sin embargo, se fue consolada: «Madre, ahí tienes a tu hijo». En Juan recibía a toda la Iglesia.

E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Dios ha muerto. Es el precio por nuestro pecado, es el precio de nuestra salvación. Desde hoy hasta la Vigilia Pascual es tiempo de silencio, tiempo de recogimiento, tiempo de soledad. Seguidamente oraremos por las necesidades del mundo entero, para no olvidar a tantos «crucificados» de hoy, para no ser indiferentes al sufrimiento de los demás. Adentrémonos en el misterio de la muerte de Dios y no dejemos que nada nos distraiga. Son cosas santas.

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