Homilía del 3º Domingo de Adviento (Jn 1, 6-8.19-28)
Esta semana unos amigos míos han celebrado su primer aniversario de matrimonio. Se casaron por estas fechas el año pasado y ya han pasado 365 días. El tiempo pasa volando. El caso es que los días previos al aniversario se compraron una máquina de estas que barren la casa y la mujer en un arrebato de felicidad le dijo al marido principiante: – qué bien ya tenemos nuestro regalo de aniversario. En el cerebro del marido aquello sonó tal cual: – qué bien, ya tenemos nuestro regalo de aniversario. ¿Qué pasó cuando llegó tan gozoso día? Pues lo que a todas luces tenía que pasar. Cuando se levantaron y empezaron las felicitaciones por el año de casados la mujer preguntó: – ¿no has hecho nada para celebrar nuestro aniversario?, que, en realidad, significaba: ¿no me has comprado regalo de aniversario?
Queridos amigos, si la novia o la mujer dicen en algún momento que no hace falta regalo de aniversario, cumpleaños, recuerdo del primer beso, la primera cita o cualquier otra fecha significativa, que ya vale con no sé qué, que con no sé cuántos es suficiente, que no importa… tenedlo claro, SIEMPRE SIEMPRE SIEMPRE ES UNA TRAMPA. No importa lo que diga, lo que hayas regalado hace poco o cómo esté la situación. Da igual que haya guerra, crisis o pandemia, como si están tocando las trompetas del Apocalipsis o viene el Hijo del Hombre entre las nubes del cielo: ES UNA TRAMPA. SIEMPRE.
Nos acercamos a Navidad y es bueno que caigamos en la cuenta de la importancia de los detalles y de cómo los detalles manifiestan, pero también renuevan y potencian lo que llevamos en el corazón. A veces nos conformamos con lo gordo, lo importante, y descuidamos cosas que son la sal de la vida y que aportan mucha luz. No nos damos cuenta de cómo en un momento dado un gesto, una palabra, una mirada de cariño pueden dar aliento a una persona o hacerla sentir querida e importante. Los detalles nos descubren que, en realidad, somos felices con poco.
En esta Navidad, que no va a ser una Navidad de grandes cosas, encuentros, bullicios, eventos, los detalles van a ser muy importantes. Detalles que aporten la luz de Dios a nuestra vida. Detalles que lleven esa luz a los demás.
Hoy el evangelio nos recuerda cómo Juan el Bautista fue voz que anunciaba en el desierto esa luz. Ese fue su mensaje y esa fue su vida, anunciar la luz de Cristo, decir a todos que Dios no nos ha olvidado y viene a vernos, preparemos el corazón. A medida que van pasando los días y la noche del 24 de diciembre está más cerca, es bueno que los cristianos recordemos que somos mini juanes bautistas. Tenemos una misión, ser testigos de la luz de Cristo. Y lo somos no sólo porque sabemos que existe la luz, sino porque hemos visto esa luz, ya que hemos experimentado que Dios nos ama y no nos abandona. Vivimos una situación particularmente complicada y, precisamente, por eso es bueno potenciar todo aquello que comunica, transmite a los demás la luz y la alegría del evangelio.
Detalles. Una de las claves está en los detalles. Hay detalles que no podemos olvidar ni minusvalorar, porque comunican, transmiten esa luz. Entrar en una casa y encontrarse con el belén, pasear por la calle de noche y ver las luces de Navidad, quedarse mirando un árbol navideño, gestos de atención y de amor que recuerdan al otro que es importante, que es amado de corazón. Son cosas que nos ayudan a dar un salto para ver que la Navidad de Belén es real también hoy porque Dios viene a estar con nosotros y a llevarnos con Él. Si la Navidad es tiempo de alegría no es porque los anuncios o la gente te obligan a estar alegre, sino porque Dios se ha hecho presente y está con nosotros.
Sin duda ninguna, la pandemia marca esta Navidad. A lo mejor nos ayuda a olvidar la parte comercial de estas fiestas y centrarnos en la parte espiritual. Quizá con menos jaleo y más silencio podamos vivir una Navidad más profunda y adentrarnos más en el misterio del Dios hecho un bebé.
Dios quiera que podamos cuidar los detalles que acercan la luz de Cristo a todos, todo aquello que nos invita a mirar más allá de lo superficial y caer en la cuenta de que, aunque haya oscuridad en nuestra vida, la luz y el amor de Dios no nos abandonan.