Homilía sobre el Evangelio del 6º domingo del Tiempo ordinario (lecturas)
Un día que estaba viendo el telediario a la hora de la comida sacaron a unos niños visitando una residencia de ancianos. Eran unas imágenes super simpáticas. Los niños, adorables, y los ancianos, felices. Hicieron un juego en el que se repartían a los niños tarjetas en forma de corazón y en cada una de ellas había escrito dentro un gesto de cariño. Cuando el niño abría su tarjeta tenía que hacer lo que ponía en ella y entonces las imágenes de la tele los sacaban dando un abrazo a un anciano o un beso, etc. Realmente no sé quiénes eran más felices: o los ancianos recibiendo el cariño de los niños o los niños dando amor a los ancianos. Lo que sí sé es que no importa la edad, estamos hechos para amar. Amar nos hace felices. La tristeza y la amargura son dos hermanas que tienen como madre la falta de amor. Por ello es, no ya importante, sino indispensable aprender a amar en toda circunstancia.
Podríamos leer el Evangelio de este domingo desde esta perspectiva, viendo cómo Jesús nos enseña a amar de verdad, desde el corazón y hasta las últimas consecuencias. Es un texto bastante largo, aunque en la liturgia se puede optar por una versión más breve (el cura que celebre la misa decidirá). En él continuamos leyendo el llamado Sermón de la montaña, en el que san Mateo recoge un montón de enseñanzas de Jesús particularmente importantes (bienaventuranzas, sois la sal de la tierra y la luz el mundo, el amor a los enemigos…). Además tiene la característica que es una enseñanza que Jesús dedica no a todo el mundo, sino solo a los Doce y al resto de discípulos, es decir, a su gente más allegada. Esto es significativo, porque es como si el Señor quisiera que quienes nos consideramos suyos, sus discípulos, sus seguidores, sus siervos, tuviéramos especialmente en cuenta estas enseñanzas más particulares.
Voy al grano que me enrollo. De los versículos que leemos hoy quiero resaltar dos frases que nos hablan de cómo amar mejor, al estilo de nuestro Señor. Podrían haberse elegido otras, pero hay que decidirse por alguna y éstas me han parecido especialmente significativas:
Jesús dice: Habéis oído que se dijo a los antiguos: «No matarás», y el que mate será reo de juicio. pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano «imbécil», tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama «necio», merece la condena de la gehenna del fuego. Para Jesús matar no es solamente quitar la vida a alguien, es dejarse llevar por nuestros malos sentimientos hacia él y hacerle cualquier tipo de daño. Si por llamar imbécil o necio a alguien mereces comparecer ante el Sanedrín o la condena en la gehenna de fuego… entonces es que para Cristo «no matarás» significa también otras muchas cosas, como «no insultarás» o «no actuarás con ira», «no despreciarás a nadie», «no guardarás rencor o resentimiento», «no hablarás mal de alguien», … ¿Se acuerdan del típico «yo no mato ni robo»? Pues, va a ser que sí, que según el concepto de matar que tiene Jesús a lo mejor sí he matado a alguien y puede que más de una vez.
La otra frase que quería comentar es cuando dice: Habéis oído el mandamiento no cometerás adulterio. Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. Se ve que Jesús también tiene un concepto peculiar del adulterio. Para Él el adulterio no es solo acostarse con alguien distinto de tu cónyuge o con el cónyuge de otro. Para Él, si eso no sucede físicamente pero sí en el deseo ya hay un pecado de la misma naturaleza, aunque de distinta gravedad. Y tiene mucha lógica. Nuestras obras comienzan siempre en el deseo interior. Una boda no empieza en la ceremonia, ni tampoco un divorcio en los papeles. Del mismo modo, un adulterio no comienza en la cama. Ceremonia, papeles y cama son culmen de un proceso interior que empieza en el sentimiento de amor-desamor que está en el inicio. Se empieza por el pequeño deseo. Ciertamente, que te guste una persona no quiere decir que la cosa termine en boda o en la cama, como tampoco tener un mal sentimiento hacia el cónyuge implica divorcio al día siguiente (y menos mal). Pero ya hay un «algo» que, en el caso del adulterio, uno se da cuenta de que no está bien, que está empezando algo que no es debido y que ya es una pequeña traición a la santidad del matrimonio. Son cosas que muchas veces aparecen sin que uno quiera y de lo que uno no quiere ni busca no tiene responsabilidad. La cuestión es qué hago yo con ese sentimiento cuando surge. Ahí hay que tener claro que al deseo indebido hay que matarlo de hambre y cuanto antes mejor. No debe alimentarse. También vale esto para la fidelidad de los sacerdotes y de las personas consagradas, que no somos de piedra ni estamos por encima del bien y del mal. Imaginen a un cura, a mí mismo, mirando a una mujer con deseo. Dirían algo así como «mira el cura, menudo célibe… y encima esa, que es la mujer de fulanito» (pronúncienlo al estilo de la vieja del visillo y verán qué risa). Jesús es muy exigente en esta frase, pero en el fondo lo que quiere es proteger el amor y, para ello, sabe que debemos vigilar lo que pasa en nuestro corazón. El amor verdadero hay que protegerlo de los malos deseos.
Amar de verdad y en toda circunstancia. Aquí hay dos maneras no siempre fáciles de llevarlas a cabo. Pero vale la pena ponerlas en práctica. Protegen lo que más nos asemeja a Dios: el amor. Para llegar a hacerlo me quedo con el salmo de hoy: “muéstrame, Señor, el camino de tus leyes y yo lo seguiré con cuidado. Enséñame, Señor, a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón”. Amén.