Homilía del 29ª Domingo del Tiempo ordinario, día del Domund (Mc 10, 35-45)
Me van a permitir que comience la homilía de hoy con un texto que encontré días atrás, a propósito del descubrimiento de América el 12 de octubre de 1492. Espero que se entienda bien porque es castellano antiguo aunque lo he acomodado un pelín al moderno para que sea más llevadero.
“P
or cuanto al tiempo que nos fueron concedidas por la Santa Sede Apostólica las islas e tierra firme del mar Océano, descubiertas e por descubrir, nuestra principal intención fue, al tiempo que lo suplicamos al Papa Alejandro sexto de buena memoria, que nos hizo la dicha concesión, de procurar inducir y traer los pueblos dellas y convertirlos a nuestra Santa Fe católica, y enviar a las dichas islas y tierra firme del mar Océano prelados y religiosos y clérigos y otras personas doctas y temerosas de Dios, para instruir a los vecinos y moradores dellas en la Fe católica, e les enseñar e doctrinar buenas costumbres e poner en ello la diligencia debida, según como más largamente en las Letras de la dicha concesión se contiene, por ende suplico al Rey, mi Señor, muy afectuosamente, y encargo y mando a la dicha Princesa mi hija y al dicho Príncipe su marido, que así lo hagan y cumplan, y que este sea su principal fin, y que en ello pongan mucha diligencia, y no consientan y den lugar que los indios vecinos y moradores en las dichas Indias y tierra firme, ganadas y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas y bienes; mas mando que sean bien y justamente tratados. Y si algún agravio han recibido, lo remedien y provean, por manera que no se exceda en cosa alguna de lo que por las Letras Apostólicas de la dicha concesión nos es mandado”.
Se trata del testamento de Isabel la Católica, la Reina Isabel, hecho público en 1504 en Medina del Campo. Ella, antes de morir, quiso dejar claras las intenciones de la Corona respecto de las tierras descubiertas y conquistadas en 1492 y años posteriores: llevar la fe católica y que “los indios vecinos y moradores” de aquellas tierras no reciban agravio alguno en sus personas y bienes. Es el espíritu misionero que impulsó a la reina a financiar aquella locura de Colón, que otros reinos antes habían rechazado. Bien sabemos que no todos los que fueron allí tenían ese espíritu que tenía Isabel la Católica y los abusos tristemente tuvieron lugar. Por eso, ella misma promulgó leyes que defendían que a los nativos de las tierras descubiertas se les tratase como cualquier otro súbdito de la corona castellana, es decir, en total igualdad con respecto de los colonos. De hecho, la Reina Isabel abolió la esclavitud de los indígenas en el año 1500 a pesar de la presión de los colonos. No así con la trata de negros africanos que se fue aboliendo en Europa a partir del siglo XVIII.
Me ha parecido bastante oportuno traer hoy estas palabras ya que es el domingo mundial de las misiones y tenemos reciente la celebración del descubrimiento de América. Sobre todo para recordar la larga tradición misionera que tiene España y que ha de ser motivo de orgullo para nosotros.
España tiene una tradición misionera enorme. De hecho, actualmente hay unos 12.000 misioneros españoles por el mundo. Pero hay un gráfico que hace temer. De esos 12.000 misioneros, el 54% tienen entre 70 y 90 años, el 43% entre 40 y 70 y sólo un 3% entre 20 y 40 años. Esto indica la necesidad de pedir por las vocaciones misioneras. También los misioneros han de renovarse.
Para eso es muy importante también educar en el espíritu de misión. Las lecturas de hoy tienen una clave muy importante en ese sentido. Los hijos de Zebedeo acuden al Señor para pedirle un puesto. Quieren ser importantes, poderosos. Pero Cristo les habla de otra cosa muy distinta: “el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. Servir, esa es la clave. Servir, igual que Cristo, que vino para servir y por su inmenso amor a nosotros dio su vida en la cruz. La Iglesia, Cuerpo de Cristo, tiene la misión de anunciar al mundo la misericordia de Dios. Los misioneros lo hacen con su oración y entregando su vida en los contextos más difíciles y complicados de nuestro mundo. Para muchos hermanos nuestros es difícil pensar y creer en Dios, en su amor, en el perdón, en la paz, la reconciliación, la vida eterna… Y eso, desde luego, existe tanto aquí, que tenemos de todo, como en aquellos lugares donde se carece hasta de lo más básico. El misionero rompe las barreras que nos atan al bienestar, a la seguridad personal y al confort para llevar el Evangelio allí donde muchos ni nos atreveríamos. Merecen nuestro apoyo y reconocimiento. Muestran mejor que nadie la grandeza del ser humano y de lo que Dios puede hacer a través de las personas. Desde aquí les sostenemos con la oración, que fortalece su espíritu y su corazón, y con nuestra aportación material, que les ayuda en sitios donde carecen de cosas sumamente básicas.
No obstante, no nos olvidemos tampoco de la gente de aquí. Hay muchos corazones que necesitan de Dios a pesar de tenerlo todo. Sería bueno, también, en ese sentido, que esta jornada nos ayudase a todos a tener espíritu y preocupación misionera, porque no hay mayor carencia en la vida que vivir sin Dios. Encomendamos a la Virgen María a todos los misioneros del mundo. Hoy es su día. Como católicos, estemos orgullosos de todos ellos.