Dios pide lo imposible

Homilía del 18º Domingo del Tiempo ordinario (Mt 14, 13-21)

cathopic_149566155437954A veces recuerdo mi época de estudiante y una de las cosas que me vienen a la cabeza, además de los amigos, profes, exámenes, anécdotas, es la impotencia que sentía muchas veces cuando veía que no daba para más. Todo el año estudiando, pero llegan los cuatrimestrales y la víspera de cada examen tienes el presentimiento de que te van a dar por todos lados, te van a preguntar justo lo que no te ha dado tiempo a estudiar o tienes esa sensación de que no te acuerdas de nada de lo que has estudiado. Intentas repasar algo o estudiar algo más y ya no puedes, no te centras, lees pero no entiendes nada ni se te queda nada. Lo único que se te ocurre es rezar y que sea lo que Dios quiera.  

La impotencia es un sentimiento común en la vida de las personas: unas veces por aquello que no depende de nosotros, otras por lo que sí depende de nosotros pero no somos capaces de afrontar o no tenemos medios para hacerlo, otras por los errores que hemos cometido y que no podemos ya cambiar, otras por los deseos e ilusiones que quisiéramos cumplir pero que no hay modo de realizarlos. 

En el Evangelio de hoy podríamos imaginar la impotencia que, de repente, debieron sentir los apóstoles cuando Jesús, al ver la multitud siendo ya tarde, teniendo todos hambre y no tener cerca un sitio donde comprar, les dijo: Dadles vosotros de comer.

Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y1480444532642991 se compren comida. Dadles vosotros de comer. Dice san Mateo que los hombres eran unos cinco mil, sin contar mujeres y niños. Menudo marrón. El Señor les pedía algo imposible. Pero ellos le presentaron lo que tenían: “mira, esto es lo que hay, cinco panes y dos peces, tú verás”. Tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras.

Si sentir impotencia ante las cosas es normal, mucho más normal es pensar que lo que Dios nos pide es imposible. ¿Quién no ha experimentado que en ocasiones nos desborda  la vida? ¿Quién no ha sufrido por verse incapaz para realizar lo propio de su vocación (como esposo, como padre, como sacerdote o consagrado, como cristiano en medio del mundo? ¿No nos cuesta a veces poner paz en nuestras casas, perdonar, vencer algún pecado, mantener la esperanza en una situación precaria o angustiosa? ¿Cuántas veces no quisiéramos solucionar males de este mundo de un plumazo y no podemos? 

Hoy el Señor nos enseña varias cosas a las que no debemos perder ojo. Por un lado, al dar de comer a la multitud, nos enseña que Él está ahí; que no es indiferente al destino del mundo y de cada uno de nosotros. San Mateo dice que Jesús, al ver una multitud, se compadeció de ellos. No debemos perder nunca la esperanza aún en medio de la prueba. Dios no desatiende ni siquiera nuestras cosas más pequeñas.  

Por otro, al decirle a los Apóstoles dadles vosotros de comer, el Señor nos deja claro que  a veces pide imposibles. Dios pide o puede pedir cosas que nos parecen o que están fuera de nuestro alcance. En ellas, toca dar de nosotros mismos hasta donde podamos, pero, sobre todo, vivirlas con una profunda confianza en Él. Cuando decimos que Dios no permite que seamos tentados o probados más allá de nuestras fuerzas, en realidad, no es porque nosotros vayamos a poder con todo, sino porque Él sabe qué va a hacer con nuestra vida y cómo va a estar presente en ella.  

En estas cosas, la regla del cristiano es una frase de san Agustín: «Haz lo que puedas, pide lo que no puedas y Dios hará que puedas». Es cierto que ante lo que nos supera la tentación es doble: darnos la vuelta y decir «hasta luego, Lucas» o quedarnos solo con lo que nos parece adecuado y razonable. Sin embargo, con Dios se puede ir mucho más allá. Por eso, a Dios no le basta con que seamos buenos, sino que nos quiere santos. No te dice que no hagas mal a nadie, sino que ames a tus enemigos. No se conforma con tu fe, sino que te pide que cojas tu cruz y le sigas.  

cathopic_1523298531250247En medio de un mundo con tantas necesidades, donde parece imposible atender y llegar a todas, Jesucristo nos enseña a poner a su disposición nuestras personas para que Él pueda demostrar que su amor es más grande que nuestra debilidad.

María debió vivir esto de un modo tremendo. «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrá por nombre Jesús». ¿Hay algo más imposible que Dios hecho hombre en el seno de una mujer?

 

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